Llegamos desnudos a la última estación. No sé aún muy bien cómo lo hicimos, no sé donde empezó la apuesta ni dónde terminó. Llegamos desnudos a la última estación, donde nos esperaba la policía para registrarnos. Te hice reír enseñándole el culo al señor agente. -Mire, señor agente, mire mi culo. Saque la mierda y llevela a analizar.- Tú te reías. Yo te hacía reír, y sabía que era la última estación. Sabía que Víctor Jara y yo acabaríamos cantando las mismas canciones desde el mismo lugar. O sea, callados y en la tumba. Tú te reías, yo me reía, el señor agente se reía. Estábamos en la última estación, reíamos, estábamos desnudos, porque parada tras parada nos fuimos quitando la ropa, sabíamos que la línea se acababa. Yo pensaba en ti y en mi madre. Tú pensabas en sexo seguro. El conductor llamó a la policía. El señor agente pensaba en usar la fuerza. Probablemente pensara en sexo anal. Probablemente contigo o conmigo, o con los dos. En los calabozos, porque llegamos desnudos a la última estación. Me habías quitado en la penúltima los calzoncillos con la mirada, yo te desabroché el sujetador con las dos manos, porque aún no era tan diestro en tales artes. La estación estaba vacía, sólo nosotros cuatro, manteniendo la compostura a duras penas el agente y el conductor. Tú y yo nos mirábamos. Nos mirábamos, desnudos. Nunca antes nos habíamos visto desnudos. Apagabas la luz. Me cerrabas los ojos. Todos. Nos daban igual aquellos dos tipos de uniforme, sabíamos cómo terminaba aquello. Yo notaba el tacto de plástico del asiento contra mi espalda y sus granos que se pegaban, yo lo notaba todo cerca. Me daba miedo el ruido que harían al despegarse, me daba miedo despertarte, pero tú estabas despierta.-Mire mi culo, señor agente, mirelo, ¿acaso no le tienta?- Nos daban igual aquellos dos tipos de uniforme, habíamos perdido toda nuestra ropa, y yo te veía desnuda antes del final, ojalá hubiera podido llamar a mis amigos para contarles la jugada, pero no teníamos nada en la última estación, ni siquiera habríamos podido pagar de nuevo el billete si nos lo pedían, ni siquiera habríamos tenido más billete que el ruido de la piel pegajosa al deshacerse del asiento que nos retenía; llegamos desnudos a la última estación: las ventanas negras, sin cristales empañados ni una reseñable historia para defendernos, sabíamos que aquello se acababa en la estación, yo tenía suerte de verte desnuda. Pero no podía hacer nada, el policía sacó la porra y el resto es la historia de cómo él y yo salimos vestidos de la última estación, y tú acabaste besando al conductor.
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