viernes, 30 de abril de 2010

gris

No existen los minutos en esta huelga general que estoy haciendo de ti. Existen barreras de coral y mares turquesa para tardes de abril y silencio como esta. Paseo con una maleta por el centro de la ciudad , sin conocer a nadie para ahorrarme los saludos, como cuando llegué.

Callado, me voy, sin minutos y sin mirar a ninguna parte en concreto, pensando concretamente en nada, ni jodido ni contento más allá de una casa vacía después de tres tramos de escalera que voy subiendo en fracciones simples.

Tus fotos en el netbook rojo, la ducha sin limpiar, todo es quietud y querría prolongar este momento de paz en la tierra y dios en las alturas, pero sé que es algo finito y que tener la boca sellada con silicona acabará por ahogarme. Pero sin moverme, alargando este momento de paz que llevo en el arrítmico estómago, quizá es cansancio o son pasos que bajan las escaleras para subir después, ya no lo sé, pues no hay minutos en esta huelga.

martes, 27 de abril de 2010

El caballo lo mató

Voy a empezar con un tópico basura. El dinero está manchado de sangre. Pero eso es porque el Karma, si es que está ahí, es una puta basura. Esta noche en Salamanca ha muerto un taxista. Cuatro tiros. 60 años. Cuatro hijos, uno por cada tiro, y una mujer. Una vida. Alguien buscaba a otro alguien que viajaba en ese Citroën Xsara Picasso blanco. Alguien ha terminado con una vida.

Cuando atardecía el domingo, un yonko que respondía al supuesto nombre de Antonio, Antoñito para los amigos si alguna vez los tuvo, ese cabrón nos limpió las carteras a mí y a otros dos amigos igual de ingenuos que yo. Con intimidación. Sin violencia física. Nos sacó unos 75 euros. Según la policía seguramente cogió un taxi hacia la barriada de Buenos Aires, y se los ventiló por el agujero que sobresalía entre el tatuaje azul pálido de su antebrazo.

Hoy la policía busca a alguien que ha matado a un taxista, porque ese hombre llevaba a alguien, que ahora ha desaparecido, en su coche hacia la barriada donde supuestamente se dirigió en otro taxi nuestro amigo de la noche del domingo. Los círculos son estrechos en ciudades pequeñas como esta. Los 50 euros que mis padres me dieron para dos semanas ahora corren por alguna vena, que se habrá transformado en serpiente, que habrá conseguido que de una u otra forma, maten a un taxista que probablemente no se imagina mucho lo que es el caballo, aunque nadie tengamos la culpa. O todos estemos metidos hasta las cejas.

domingo, 25 de abril de 2010

Volver a los lugares que ya hemos pisado. Rostros lejanos y conocidos, contraídos por la edad. Carreteras que trashuman de norte a sur. Dos en el coche y tabaco.Y antes de eso, una semana ardiendo, ahorcado por corbatas de colores y con estrecheces en la aorta. Todos los focos apuntando a los ojos, qué difícil no perderse. La soledad es un hecho siempre relativo. Porque ya lo cantó el Boss, nena, nacimos para correr.

jueves, 22 de abril de 2010

Miniatura plomada de Waterloo

En Waterloo había llovido, colega. No te imaginas qué noche aquella: nos embarramos las botas, olíamos a mierda como ahora, olíamos a verdadera suciedad, de la que llevamos pegada debajo de las botas como barro que hubiéramos pisado; pero esta noche no, esta no es una noche de rocanrol, como dirían los Barricada. Esta noche sólo esperamos, como en Waterloo, a que deje de llover, a que se haga de día y se seque el suelo, se seque el barro y podamos mover la artillería. Sin embargo ha llovido y huelo, huelo mucho y mal [aunque no me he mirado las botas] Estoy seguro de que esto no está seco aún, seguro de que moveremos los cañones y nos quedaremos enclavados. Seguro de que garabateemos el mapa como sea, nos van a desterrar a Santa Elena.

Have you ever seen the rain

Está lloviendo al ritmo de "Así habló Zarathustra", he apagado las luces del salón y la televisión para que veamos estallar la catedral y escuchemos esta sinfonía contra el alféizar. Te abrazo por detrás, te muerdo un poco el cuello que te esfuerzas por mantener sin asomo de imperfecciones y te recuerdo entre dientes tu pueril miedo a las tormentas, por lo que te revuelves y me encaras muy seria, pero aún sin soltarte. Yo me he callado y te miro, lo poco que puedo verte, en la oscuridad del salón, contra el amarillo de la noche y la iluminación monumental de la ciudad, veo tu silueta y vuelvo a tener diez años, a escuchar a papá poniendo "Así habló Zarathustra" en el equipo de sonido del salón mientras me explica a todo volumen, que es como debe oirse, la secuencia de apertura de 2001, Odisea Espacial de Kubrick. Pienso en Kubrick, te suelto y me pongo a dirigir con las manos la lluvia.

A estas alturas me tomas por un completo gilipollas, pero no te puedes imaginar lo que me gustan las tormentas cuando las agarro entre los brazos.

viernes, 16 de abril de 2010

No te salvará tu belleza

Tengo tu cabeza entre mis manos, querida B. Apenas te conozco, te he visto tumbada en tu cama: eres guapa. Me pareciste guapa. Si no estuvieramos aquí sino allá, te querría pagar una copa. Pero tú tienes otras drogas mejores directamente en tu vena. Tienes el seno derecho más grande que el izquierdo, y unos pezones pálidos, muy pálidos, como si te faltase la sangre, pero tu sexo y mi sexo, el sexo en general, me dan completamente igual. ¿Te falta la sangre, B.? Yo tengo tu cabeza, cubierta por un sudario azul, como todo el resto de tu cuerpo sin ropa, entre mis manos. Noto debajo tu nariz, y aunque tus ojos están cerrados con esparadrapo adhesivo y translúcido, no he podido evitar deslizarte los dedos, mis dedos desinfectados durante 5 minutos, bajándote los párpados. Como se hace con los cadáveres, B., te he cerrado los ojos, aunque tú respiras. Respiras a través de tubos que te dejarán la garganta irritada. ¿Sabes lo que eso significa? Que tu voz no volverá a ser la misma jamás si te rozan el nervio recurrente. Mientras yo sujeto tu cabeza y estos dos separadores de metal, mientras ellos queman tus entrañas, que huelen como podría oler cualquier churrasco, ellos queman tus venas, que sangran como cualquier cerdo, ellos abren tu piel, que podría ser cualquier fruta, solo que no: eres tú, B. No te salvará tu belleza, ni siquiera me sirve tenerte desnuda a la altura de mi cintura. No siento nada por ti ni para ti. Quizá cuando vuelva a ver tu cara, desorientada, somnolienta, tras la operación me darás un poco de pena. Pero estoy cansado de permanecer de pie mientras hago fuerza con las manos en un ángulo de 90º, y tu cuello es un precipicio de grasa y sangre y nervios y vasos y músculos, ellos te queman con artefactos eléctricos y yo te aspiro despacio, noto tu nariz y tus ojos cerrados y tranquilos. No sabes lo que tienes ahí dentro, ni sabes nada de esto, no sabes que no he temblado mientras te tenía. Nunca, B., vas a saber lo que significas para mí. No sabrás que eres mi primera vez vestido de azul y con la frente llena de sudor, como en las buenas películas, no lo vas a saber: eso sí me da pena, porque ni siquiera podré sonreirte, llevo mascarilla, y he gastado mis sonrisas con esas enfermeritas de 3º que se afanan de un lado a otro del quirófano, deseosas como yo, esponjas de conocimientos inútiles para que algún día nos pregunten que qué hemos hecho esta mañana y podamos responder que, como siempre, hemos estado salvando vidas. De qué te servirá tu belleza, si no puede salvarte, B. Yo querría darte las gracias por prestarme tu cuerpo para que la doctora González y el doctor Ordás me digan que puedo servir para esto, para que ellos y tú sepais que no me tiembla el pulso. Te besaría esa boca intubada con un laringoscopio, me aprendería de memoria tu electrocardiograma para poderte recitar versos a ritmo sinusal, para que aprendas lo que es una arritmia y cómo palpité yo cuando me dijeron que en la siguiente operación, la tuya, entraba a ayudar. Yo te contaré, B., que hay quien dice que la Medicina es una ciencia y no un arte, porque dicen que hay protocolos estrictos y empíricamente demostrados, correctos y estandarizados. Te lo contaría y les diría a esos gilipollas que hubiesen entrado en tu quirófano a ver cómo tu nervio recurrente entraba a otra altura diferente a la normal, cómo innovaron contigo, arte de las manos o Cirugía. Quiromancia de bisturí eléctrico. Yo querría dejar este folio mezclado con tu historia clínica y sus letras incomprensibles para que lo leais el dr. Gómez Alonso y tú, porque he cerrado, cortado los puntos que ahora decoran tu cuello pálido y delgado. Ahora, sin que lo sepas, mi arte forma parte de ti, y tú formas parte de mi currículum. Qué pena me da saber que tu belleza sin todas estas manos de guantes de látex sería inútil. Formo parte de tu belleza ahora, te irás. Te irás, eso es lo único que sé de esta vida. Y hoy me he descubierto por primera vez canas en el temporal. ¿Sabes, B., por qué se llama temporal?

L'étranger (A. Camus)

Para Mane.

Camus llegó a Oporto tras unas diez horas en un autobús rodeado de portuguesas con bigote que llevaban gallinas en el regazo y que, evidentemente, no sabían quién era Camus ni que hubiera un premio Nobel de Literatura. Ellas sólo conocían a la Virgen de Fátima, que bajó de los cielos a Cova de Iria un 13 de mayo, y los Pulitzer. Camus se bajó de aquel bus con una maleta de cuero en la Praza Galiza. Llovía, pero eso a Camus no le importaba. Nadie le reconoció por la calle, pero eso a Camus no le importaba.

Camus caminó en busca de un hostal. En aquel entonces Portugal no era ese avanzado europeista estado que conocemos en nuestros tiempos, signo inequívoco de progreso: trenes de cercanías, estadios, luces neón de múltiples colores para las autovías. Portugal era un pueblo que se extendía al Atlántico, con colonias de ultramar y negros que vienen de las colonias de ultramar. Camus buscaba un hostal. Lo encontró en la Rua Santa Catarina. No había Erasmus con los que emborracharse hasta las 5 de la mañana. Quizá alguien conociese a Erasmo de Rotterdam. O a Tomás Moro. Quizá ellos decapitasen a Tomás Moro, pensó Camus, los portugueses, reconocidos anglófilos. Tomás Moro, reconocido anglófobo. Fue su primer pensamiento al llegar a Portugal. Hasta entonces no había pensado, a él no era algo que le importase.

Camus subió al hostal tranquilo, sabiendo que no tendría que aguantar Erasmus horteras que se emborracharan, con sus carnes jugosas tostadas al sol de Febrero portugués, con sus cangrejísticos andares hacia atrás, huyendo del Piolho D'Ouro. Fue allí, cuna de la civilización ebriouniversitaria lusa donde Camus se sentó a componer. Bebía Safari cola, bebida importada de las colonias de ultramar, donde había negros. La traían los propios negros en barcos donde se hacinaban contra la madera, a modo de las galeras de Ben Hur, sólo que eran negros y no Charlton Heston. El propio Charlton Heston reconocería años después en una entrevista concedida tras posar para Annie Leibovitz con un rifle en la diestra y la polla en la siniestra que se había inspirado en los negros que traían Safari, el mítico licor afrutado, desde Angola, para mezclarlo con Coca Cola.

Heston lo decía mofándose, así, a su manera de héroe de western. Para Camus no existía la mofa, porque la mofa era pretensión. Y a Camus la pretensión le daba absolutamente lo mismo. No le importaba. Porque para Camus beber Safari cola era mezclar en un vaso, que hacia aquella época de posguerra temprana salazarista eran de cristal, y no de plástico como lo son ahora, para él aquello era unir en un sólo cilindro el primer y el tercer mundo. Pero a Albert se la traía completamente floja. Camus ni siquiera sonreía al solícito camarero tan parecido a aquel acordeonista ruso de la calle Santa Clara, de Zamora, que tenía un gemelo en las calles de Soria. Camus escribía. Por eso le reconoció una tarde Antonio Joao Pires, que no ha pasado a la historia.

Pires creyó haber visito a Camus. Lo siguió, lo siguió una tarde completa, para comprobar si era el reconocido escritor. Pires había viajado una vez a Rihonor de Castilla, en la frontera de Espanha. Eso había hecho que leyera. Los viajes por el interior del país despertaron en Pires un espíritu crítico. Empezó a leer la hoja de misa. Luego siguió con los diarios gratuitos de los viernes. Una vez en un charco encontró un panfleto político, y lo leyó. Le robó a un inglés la revista Time, y la leyó. En Rihonor de Castilla, donde llegó buscando harina de trigo procedente del estraperlo, asaltó la casa del maestro, y le robó a Camus. Leyó a Camus. Quiso conocer a Camus.

Pires siguió a Camus una tarde completa. Dudaba sobre si sería o no sería él. Al fin y al cabo aquel libro no tenía ninguna fotografía en la contraportada. Pero supo que era Camus por dos detalles puntuales. El supuesto Albert entró en un restaurante, donde le robaron la cartera tras pedir un frugal menú del día. No le importó. No llamó la atención. No llamó a la embajada. Fregó los platos de todo el restaurante. ¿Qué otra cosa iba a hacer? El jefe lo dejó escapar a las 5. Luego Camus paseó pensando en la nada por encima del puente Luiz I. Un hombre se arrojó al Duero desde la plataforma superior, en un evidente intento suicida. Camus le sonrió y siguió paseando. Tenía en mente una nueva publicación en esperanto para volver más gilipollas a su editor.

Pires, convencido, alcanzó a Camus, y le puso una mano en el hombro. Cualquier clase de comunicación fue imposible, por el respectivo desconocimiento idiomático de ambos hombres. Se miraron y no les importó, sin embargo. No les importó mirarse. Pires pensaba en la nada y en haber encontrado a Camus, quizá hubiera cerca una playa para matar a un hombre. Incluso habría una mujer, y una madre en la morgue de una residencia de ancianos. Le habría pagado un café a Camus, que estaba sin cartera. Pero se miraron sin importarse. Pires se fue sin nadie a quien contarle que había conocido a Camus. Camus se fue sin extrañarse del suceso, que al fin y al cabo era sólo otra mota de polvo en su nihilista existencia. Se tomó cuatro Safari Cola y estuvo hasta las 7 fregando vasos en el Piolho D'Ouro, quedándose finalmente dormido.

Cuando amaneció había una marea humana de mujeres sin depilar y hombres con bigote y bombín que merodeaban a su alrededor, leyendo la palabra "Estrangeiro" escrita en rojo sobre la frente de Camus. Ese fue el decimotercer y penúltimo milagro de la Virgen de Fátima, que siempre estuvo del lado de la nueva generación literaria del prolífico siglo XX. El decimosegundo había sido aparecerse a los creadores del Pulitzer poco antes de la batalla de Iwo Jima con un pergamino cerrado con lacre. A Camus se la soplaba tantísimo todo que le escupió a un mosaico azul de la Virgen de Fátima que había en la estación de San Benito, lo que le valió una condena a muerte por parte de la anquilosada y neocristiana justicia portuguesa.

Albert Camus, varios años después, vivió en Francia. Escribió El Extranjero. Ganó el Nobel. Nunca más mencionó a la Virgen de Fátima.

jueves, 15 de abril de 2010

Seré breve




world turns too fast
feel love before it's gone

Yo mataré monstruos por ti


Yo mataré monstruos por ti
Víctor Balcells Matas
Delirio, Salamanca 2010.
12 euros.




Me he comprado el libro de Víctor Balcells Matas en un bar. 12 euros por 27 cuentos (un número total y exclusivamente Shandy, según Vila-Matas en su Historia Abreviada de la Literatura Portátil, lo cual convierte a Víctor Balcells en un shandy de pro, con un libro más que portátil, que cabe en cualquier bolsillo, salvo en los de mi cazadora, poco útil a tal efecto) divididos en 4 partes. Publicado por la editorial Delirio (Salamanca, 2010) y disponible en diversas librerías all around the world, y en Bibliotecas Públicas, como la de Zamora, sin ir más lejos.

Conocí a Víctor por la más pura casualidad. Casualidad en medio de la cual se cruzan Deborah Vukusic, David Refoyo, Rubén Bartolomé y un pequeño rosario de líneas cruzadas, como si fueramos líneas de colores en el mapa de metro de esta Charrajevo. Conocí a Víctor, y luego él me conoció a mí, supongo que es como deberían hacerse las cosas, dejando atrás esos protocolarios y anacrónicos rituales del apretón de manos y los subsecuentes dos besos. Ahora nos epistolamos de vez en cuando, más de vez en cuando me invita a un café, y menos de vez en cuando lo escucho recitar en Micro Abierto Salamanca, en la sala Alquimista.

Víctor es alto, delgado, catalán. Nada de esto debería ser reseñable a la hora de presentar su libro, a priori, pero sin embargo me lo imagino recitando cada uno de los 27 cuentos delante de un micrófono agachando la cabeza porque el micro está demasiado bajo, escuálido ante la luz del flexo, y con su grave voz y cerrado acento del mismo centro de la platja de la Barceloneta o cualquier puesto de baratijas de las Ramblas.

Su prosa es rítmica, se vale de ciertos elementos repetitivos para ir moviendo cada cuento como si fuera una canción con diversos compases. De este modo hay cuentos que tienes que bailar solo y otros que te dejan hacerlo agarrado. Ácido por excelencia, poco recomendable para aquellos que padezcan del estómago y además no sepan encajar bien los golpes bajos, pues exige asumir la realidad tan estúpida que vivimos en ocasiones. Otras veces lo que nos pide es aceptar nuestra condición de seres vivos, y como tal: mortales, pues es lo único que espera al final de todo esto. Y entre lo que aceptas tu muerte y asumes tu estupidez, otros cuentos, la mayoría aman, se ríen del amor, y también lloran con él, pues si hay algo que nos distinga de los mantis religiosas no es que meemos de pie (que también, en ocasiones) sino que somos capaces de hacer el amor sin después devorar a nuestro prójimo.

O a lo mejor sí, pero para eso hay que leerse el libro. Mucha suerte, Víctor.

miércoles, 14 de abril de 2010

Oye, Carls

No hay vía libre
es una trampa genial
(Quique González)

Las noches solían ser noches cuando nos dejaban dormir, ¿te acuerdas, Carls? Luego nos despertaron, nos despertaron ellas y nos despertó el mundo, ya no tomamos más que una cerveza de cada vez, ya ni entramos a las feas, sino que nos entran los calvos gays, las noches ya no son lo que eran. Ellas creen que nos tienen contra las cuerdas, y no saben que nosotros ya sabemos hacer nudos de cirujano sin mirar. Nosotros, Carls, los que una vez fuimos los delincuentes, nos hacemos viejos; hoy me miré en el espejo, sentí por primera vez que nos hacemos viejos, y ellas nos miran, nos siguen mirando, ¿eso es bueno, Carls? Yo no quiero fingir, pero tengo esta cara de plástico, escucho esta música, sonrío a contrapie, tengo calor y es primavera. Eres un mago, Carls, capaz de convencer a un esquimal de que se compre un tanga de piel de foca, pero las calles están vacías, esta cerveza sabe a agua, y cuando lleguemos a casa la realidad va a seguir siendo la misma. La gente se muere, la gente folla, la gente sale de jarana entre semana. La gente está ahí, y nosotros, Carls, nosotros pasamos de ellas aunque nuestro ego no lo haga. Las rotondas siguen ahí, los jardines municipales florecen de nuevo, tu pierna, no la de en medio no, la izquierda, ya no te permite correr, creo que es el reflejo inequívoco del cambio de los tiempos, y nosotros, Carls, nosotros, nos hemos vuelto a quedar atrás. O estamos tan por delante que nadie se ha dado cuenta.

martes, 13 de abril de 2010

post-m.a.

Et puis, quand tout sera fini
Je mourrai
(Boris Vian, Je mourrai d'un cancer de la colonne vértebrale)

te escupiré un poco cada día
en cada palabra,
en cada rincón de la cara
para que te limpies los labios de
rojo
el bolso de
rojo
los shorts de
rojo
para que pongas esa cara de
femme fatal, yo huiré y te escupiré un poco
en cada una de mis acciones premeditadas
como sentarme lejos
no cogerte el teléfono o
comer hornazo masticando con la boca abierta
hurgarme la nariz
te escupiré un poco
antes de acostarme, y después
de lavarme los dientes
porque tú no lo has dicho, pero yo
sé que sólo así
me atropellarás el día
que me conozcas.


sábado, 10 de abril de 2010

Lo llaman Pop, nena.




I read the news today, oh boy,
about a lucky man who made the grade
and though the new was rather sad
well, i just had to laugh.
(The Beatles. A day in the life)

Hubo alguna vez ganas de coger el bajo hacia la derecha, porque no soy zurdo ni sé tocar el bajo, sólo sé que hubo alguna vez ganas, como las hubo de ir a ver a la Reina Madre fumando mopa, de ser Sir y de jugar con el gurú Maharishi a las invenciones salvajes de flequillo, flequillo y melena con contorsionistas movimientos de cuello, gargantas destrozadas y noches en blanco de juventud desterrada tras la edad de oro de la fría posguerra atómica, mientras papá y mamá quisieran vinilos de Elvis y un trabajo estable, hubo ganas de escapar a la gran ciudad desde Merseyside donde Bill Shankly reinaba vestido de rojo para mayor gloria y orgullo de The Kop, The Cavern, Hamburgo, lugares comunes a una era que terminaba de detenerse para arrancar echando a correr cuesta abajo en alguna clase de recorrido espiral, tocando todos los palos que nadie más hubiera imaginado. Dibujos de colores, sinsentidos en un tocadiscos del revés, la novedad por la que ahora todos se pegan, el mismo Kurt Cobain reconocería al genio dentro de una botella, y le dijo a Courtney Love: lo llaman Pop, nena, pero de eso ya en aquel entonces hacía 25 años, y ahora, otros 15 después, qué hacemos tú y yo preguntándonos por la clave del éxito, yo sólo te podría decir que i wanna hold your hand, que Eleanor Rigby murió pese a todo, y fue enterrada en la iglesia, junto con su nombre, si no me dejas quitarte el flequillo (flequillo, flequillo, groupies, gargantas desgarradas) de la cara, cómo pretendes venirte a dar una vuelta por Strawberry Fields; John, Paul, George, Ringo, qué injusto siempre todo para los que quedan atrás, for those who passed away, qué fue de las voces que os escucharon, qué fue de las azoteas y los elepés a 33 revolucionesporminuto, qué fue de los supuestos sueños de capitalismo hippie, del Londres en rojo y negro para recortar y pegar, papá y su guitarra y sus casi veinte años y sus dedicatorias para mamá firmando como el quinto Beatle, y sus uñas largas para las cuerdas, para tabaco de liar, incluso para cachimba de madera. Qué nos queda hoy, salvo cassettes naranjas y grises de grandes éxitos. Qué nos queda hoy, salvo papá con muchos años más y los recuerdos en mi iPod.


[Hoy, 10 de abril, hace 40 años, un comunicado de Paul McCartney ponía fin a la aventura musical que significaron durante toda la década de los 60's The Beatles.]

viernes, 9 de abril de 2010

El turismo es un gran invento


Podría pasarme horas mirando el fuego, podría pasarme tantas horas que seguramente mis pulmones se llenarían despacio de monóxido de carbono. Muy despacio, tanto que ni me enteraría, me iría durmiendo dulcemente, y despertaría rodeado de setenta y dos suríes de senos turgentes, en una tierra que manase leche y miel. Pero eso todavía no ha pasado, ni entra en mis planes. Ahora mismo estoy mirando cómo arden dos pequeños troncos en el fuego. Pase lo que pase, en esta época siempre hace frío, como si el hecho de que mi madre preparase torrijas en la sartén de porcelana atrajese las olas de frío polar. Supongo que en el Círculo Polar Ártico se pasarán el año entero comiendo torrijas. Pobrecillos. Alguien debería prevenirles, pero en lugar de eso nos lucramos enviandoles mensajes turísticos que tienden a los subliminal, que lo que consiguen es que vengan a nuestras playas, se intoxiquen con todas las sustancias adictivas que les echan a las paellas en los chiringuitos.

Yo siempre he pensado que el truco está en el colorante. Eso no puede ser natural. Las naranjas son naranjas, no verdes. Nadie se comería una manzana azul, Ni un tomate fosforito. Entonces, ¿por qué nos comemos las paellas, insultantemente amarillas, sabiendo que el arroz original es blanco? Siempre quedarán esos puristas del arroz que vendrán alegando que el basmati es negro cual sobaco de grillo, pero no hemos venido a entrar en esos banales debates sino a defender la dignidad de los habitantes del Círculo Polar Ártico, que año tras año, como vulgares aves migratorias bajan al sur...¡en verano! ¿Es posible que nadie se haya dado cuenta aún? ¿Es posible? Según lo que aprendí de lógica en 1º de bachillerato, si en invierno hace mucho más frío que en verano, y ellos lo que huyen es del frío, los finlandeses deberían venir a la costa en invierno, no en verano.

Aquí hay algo oscuro, no acabo de ver la relación. Sin embargo, el dato más revelador nos lo debería aportar la demografía interno-turística de nuestro país. ¿Quiénes habitan la costa mediterránea en verano? Los finlandeses. ¿Y en invierno? Los pensionistas.

Amigos, hermanos, compañeros, yo no quiero señalar a nadie, pero puede que estemos ante una de las más espeluznantes y descorazonadoras revelaciones de los últimos tiempos. Hay alguien interesado en que nos deshagamos lenta pero inexorablemente de los Viejos y de los Habitantes Polares. Una vez aquí, os preguntareis el por qué de esa conclusión. Pues bien: observad los índices de suicidios invernales en países nórdicos y los índices de mortalidad entre la población mayor de 65 años en las ciudades en el periodo de junio a septiembre, ambos incluidos.

Habrá a quien le resulte horrible, macabro, siniestro, cruel. No es tan terrible como parece si constatamos que detrás de eso la sociedad se preocupa de que en verano sean felices los finlandeses sean felices en la costa, con adictivas paellas y soma de sangría, y los viejos en invierno haciendo sus últimos ligues y bailes “agarraos” en hoteles con todo incluido. De esta manera, ambos grupos sociales cruzan la barrera hacia el inframundo, si lo hubiere, con una sonrisa en la boca y unos agradables recuerdos de lo que esta basura de tránsito por el mundo consciente está llamado a ser.

Llegados a este punto, quiero ir cerrando, exponiendo mis acojonantes conclusiones al respecto de lo poco que hemos avanzado desde que Aldous Huxley propusiera su Mundo Feliz, en el que nos desharíamos suavemente de todo aquello que nos era contingente, y manteniendo contento y distraído al personal necesario para que la sociedad avanzase en un modo más o menos engrasado. Todo esto nos conduce inequívocamente a lo que probablemente ya sabíamos antes: que hay alguien que, a nuestras espaldas, o por encima de nuestras cabezas, mueve los hilos, ya sea de un modo interesado, como puede ser el lucro de los fabricantes de colorante amarillo para paella, o más altruista, como pueden ser las Hermanitas de la Caridad.

Cómo me gusta observar el fuego, los dos pequeños troncos ardiendo lentamente, exhalando monóxido de carbono que muy despacio me va haciendo pensar cada vez más lento, y pienso que ojalá vengan ya esas torrijas y que nunca he estado en Finlandia...

miércoles, 7 de abril de 2010

Anarkía en Zirujía

- ¡¡¡Varón, 35 años, ,inconsciente, respiración superficial, pulso débil e inconstante, politraumatizado, presenta un shock hemorrágico, posibles fracturas de tibia derecha, cúbito y radio izquierdos, hematoma subcutáneo abdominal, desgarro anal!!!

- ¿Desgarro anal? ¿Desgarro anal?

- Joder, presenta un estado general con un ECOG de 4, está moribundo. Está moribundo, ¿¿no lo entiendes?? No quiero un puto fiambre en mi guardia esta noche, que se lo queden los de por la mañana.

- Pero tiene un desgarro anal. Algo habrá hecho. Algo habrá hecho. No te digo nada y te lo digo todo.

No me quedó más remedio que soltarle un par de hostias, que provocaron una encendida mirada de odio e incomprensión, igual que esas que reflejan las fotografías del Holocausto, sólo que Andrea pesaba unos 40 kg más y su pijama era verde, de quirófano. Me vinieron más frases sueltas a la cabeza.

- Quirófano, no me jodas, este tío hay que llevarlo a quirófano. Prepara las cosas.

El ínclito Andrea, con su chepa y su pelo pajizo y desmadejado empujó las puertas de doble bisagra del quirófano revelando un panorama tchernobyliano. Tres enfermeras y un auxiliar de enfermería jugaban al mus con cápsulas de Nolotil en lugar de amarracos encima de una camilla, mientras dos celadores preparaban cubatas de Four Roses sacando hielos de las neveras donde se transportan los órganos donados. El suelo soñaba con la asepsia de 1974, cuando los entonces Príncipes de España inauguraban el Hospital Clínico. El suelo soñaba sin pegajosos charcos de sangre coagulada. ¿Por qué me sabía la boca a sangre coagulada? ¿Por qué tenía sangre coagulada en el pijama? ¿Por qué se reía Andrea? Le solté otra entre las orejas para callarle la boca.

- Andrea, coño. Haz algo.

Andrea, ínclito pero diligente, encorvado, barrió de un manotazo la partida de mus a falta de una mano completa por jugarse, elevando de este modo el tono de voz entre el inferior y evidentemente menos cualificado personal sanitario que poblaba la sala de quirófano. Yo los veía como sombras informes del inframundo que revoloteaban a la altura de mis rodillas, y, autómata, me movía hacia el lavabo sobre raíles de dos noches sin pegar un ojo. Perdía campo de visión del lado izquierdo, de modo que choqué con uno de los celadores, tirándole al suelo medio cubata. Suerte, pensé, que no operamos en el suelo.

- Va, venga, al grano.- Trataba de animar. Animarme. Nadie me escuchaba. Ellos hacían su vida. Las enfermeras y el auxiliar habían comenzado una partida de parchís. Menos mal que no les ha dado por empezar una orgía en la sala de reanimación.

A ver. Cómo se hacía esto. Intúbalo. Vamos, tú puedes. Con esa cosa que era como un piolet. Esfingo...No, espectro...no, quieto: laringoscopio. Eso es, laringoscopio. Pero espera. Espera.

- ¡Andrea!

- ¿Qué coño pasa? - Andrea se rebelaba. Dios, si hay un dios. Dios, esto se viene abajo.- ¿Ya no se puede fumar un pito agusto?

- Andrea, llama al anestesista.

- Pero si ese pollo no se va a enterar ni aunque le metieras el laringo por el culo, que, por cierto, vete a saber cómo se hizo eso. Yo no digo nada y te lo digo todo.

- ¡Que vayas!

Quince minutos después el doctor Muriel entró tambaleante, golpeandose con la puerta giratoria, con la jeringuilla de propofol aún colgando de su antebrazo izquierdo. Todo el equipo se miró en silencio. Vaya hombre, así que eso es lo que necesitaban para dejar los juegos de mesa. Los ojos opacos de ira, de incomprensión, de temor, los ojos con miedo. Como los judíos de la foto, como Andrea. Miedo a un anestesista drogado con su propia medicina que tiene que salvar a una madre en medio de un parto complicado. O a un gilipollas al que se la estaban metiendo por detrás en un coche sin freno de mano bajando del Tibidabo. El doctor Muriel entró tambaleante, con su cara de vampiro, las bolsas de sus ojos llenas de algo que una vez fue colágeno, y que a día de hoy podría ser sin problema una total ausencia de dignidad. El equipo siguió guardando silencio. Yo silbaba, seguía viendo sombras sin oir voces. En el radiocassette del quirófano sonaban los 40 Principales, la temperatura rondaba los 25 grados, la asepsia se daba por supuesta.

- Doctor Muriel. Anestesia general para este paciente. Varón, 35 años, ECOG de 4, abundante hemorragia, shock.- Venga, para huevos los míos. Sábado. 5.25 am. Muriel levantó los ojos que parecían un mapa de carreteras ensangrentado.

- Tú. Tú eres un mierdas. Tú no sabes de lo que hablas.- la voz pausada, más de lo que cabría esperar de un hombre de 59 años que lleva colgando del antebrazo media ampolla de propofol, que no dormía desde hacía 32 horas, que no comía desde la tarde anterior, que no bebía desde las 5 de la mañana. Le escupí en su cara un poco de sangre coagulada. ¿Por qué tenía sangre coagulada? ¿Por qué me faltaba una muela de la izquierda?

Muriel pasó de mí como si fuera alguna parte defectuosa del mobiliario que tenía una pitera por la cual se escapaban sangre e improperios, y se puso a lo suyo. Diligentemente, todo sea dicho, para alguien en su estado. Cuando Muriel terminó, Andrea se puso a vigilar el cacharrito con pantalla de plasma donde se recogían las constantes vitales del amigo. Huy, qué negro. Afanándome por arreglar las cosas cuanto antes, le empecé a coser el culo.

Una de las enfermeras, por fin, se me acercó.

¿Necesitas algo? Lo entendí todo de golpe, entendí toda la noche. Entendí las partidas de mus, la oca, el alcohol, la inutilidad de 32 horas despierto, la futilidad de los striptease. Si yo te dijera lo que necesito. Dímelo. [lascivia en la voz, sé reconocer esas cosas incluso con sangre en la lengua]. Te lo digo en cinco minutos en Reanimación, esperame. Andrea. Vete cosiendo al tío. Dale morfina. Mucha morfina. Dame morfina, dame mucha morfina. Dame un condón. Mejor, dos. Andrea. Coselo bien, ¿tiene familia? Que no se preocupen, lo harás bien. Andrea... ¿qué es este cuarto? Andrea... me has dado demasiada morfina, me estoy durmiendo...¿dónde está esa enfermera?...Andrea...no te bajes los pantalones, no, no, no me bajes los pantalones...

- No te digo nada, y te lo digo todo, Doctor.

- Andrea...otro desgarro más esta noche no, por dios...que no quiero que Muriel me ponga una epidural...