domingo, 25 de septiembre de 2011

Salamanca, año 6.

Y resulta que la vida es así, que nunca te acostumbras a irte, pero te tienes que ir; que querrías amar y te tienes que ir; que te gustaría quedarte, pero te tienes que ir; que estarías despierto toda la noche, pero te tienes que ir; que volverías mil veces, pero te tienes que ir. Resulta que la vida es así, que te tienes que ir, y al final, acabas volviendo.

jueves, 22 de septiembre de 2011

6 años.

Llamame perezoso, pero en vez de una misa prefiero recordarte cada vez que huelo a alguien fumando Farias, viendo los toros, cuando me cruzo ese Seat 127 blanco, prefiero imaginarme las comidas de Navidad y Año Nuevo en aquel comedor mugriento, o el picador de jamón, las campurrianas empapadas hasta atrás de leche, las barajas del Ponche Soto y el vino, sobre todo el vino; prefiero bajar de vez en cuando a Jerez que ver una tumba. Llamame egoísta, pero voto en contra absolutamente de la imposición de recuerdos.

martes, 20 de septiembre de 2011

Summer 78

A veces te imagino desnuda, como solías ser en aquel mes de fuego. Después tengo que irme de nuevo, porque no puedo resistirlo, hay un gancho en mi ombligo. Tomo café con un amigo en la estación de madrugada, y veo el tren irse. Te imagino desnuda, o vestida de gala y tocarte despacio el vestido y los hombros. El hueco que dejas en el sofá cuando te vas, las manchas de sudor. Vuelvo a casa y me asomo a la Gran Vía. A esta hora apenas pasan coches y todos los carriles están vacíos. El café no me deja dormir y me voy con la moto, cambio de carril una y mil veces, pero da igual, porque no viene nadie. Cruzo el puente apretando al máximo, y pienso que en medio segundo podría irme al suelo y que mi cabeza se destrozase contra el guardarraíl, que la vida es breve porque nos lo proponemos, se me cuela el frío por debajo de los guantes y hasta la columna, incluso si el verano acaba mañana, aquí ya hace frío. Al final, paro la moto en medio del puente, apago el motor y me quito el casco. Sobre el agua los residuos aceitosos provocan una falsa ilusión de calma. Dónde estarás, pienso, dónde, que no vienes a ver la media luna, dónde estarás, que no te veo, y abajo el agua sigue corriendo debajo de toda la basura. Horas más tarde en el balcón no suena el teléfono, y la noche se va terminando, te imagino desnuda como solías estar en aquel mes de fuego. Después tengo que quedarme, porque en realidad, no hay muchos sitios a los que escaparme, sé que me vas a encontrar en todas partes.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Alguien hablará de nosotros

Nosotros, que crecimos envidiando a la URSS y Yugoslavia, tenemos dos europeos de basket consecutivos. Nosotros, que crecimos admirando a Brasil, tenemos una Eurocopa y un Mundial de fútbol. Nosotros, que trasnochamos para ver a Sampras, tenemos un tipo con 10 Grand Slam. Nosotros, que vimos matarse a Senna y forjar la leyenda de Schumacher, tenemos a un bicampeón mundial en Ferrari. Nosotros, que nos tuvimos que conformar con las cilindradas pequeñas para Ángel Nieto y las grandes para Valentino, hemos ganado todos los títulos posibles de motociclismo en un año. Nosotros, que tuvimos que tragar con la supremacía de Armstrong, hemos visto cómo las grandes vueltas y las grandes montañas nos devuelven las tardes de siesta que sacrificamos. Nosotros, que fuimos siempre el país de lossers a la sombra de los demás, el culo umbrío de Europa, que no tenemos nada que ofrecer en lo político, económico ni lo militar, porque eso al pueblo llano se la suda, nosotros, que siempre hemos estado hablando de los demás, quizá no nos hemos dado cuenta de que algún día se hablará de nosotros. De nosotros, que somos los de entonces...

sábado, 17 de septiembre de 2011

el hombre, el mito (II)

[...]De algún modo todo es cíclico e incompleto. El ojo de cristal de Johnny era redondo y concreto, pero sólo tenía una función estética que ya no admiraba nalgas cuando paseaba por las puertas de los colegios ojeando maduras apetecibles. Tampoco le servía a la hora de vigilar enemigos por el retrovisor, ni de esquivar los golpes que le llovieran por la izquierda en alguna pelea. Johnny, de vez en cuando, sacaba el artefacto de su órbita y lo hacía girar en su mano, degustando con los dedos la esfera fría y perfecta, igual que si metiera la nariz en una copa de vino e intentase adivinar si estaba criado en roble francés o americano. Johnny veía por la mano, pero si la mentira de que todo es cíclico e incompleto fuera cierta, a él le habría gustado volver a tener dos ojos y poder ver las nalgas al completo antes de palparlas con lujuria. [...]

lunes, 12 de septiembre de 2011

el hombre, el mito (I)

[...]Johnny lo identificó al instante como uno de esos apéndices que, una vez extirpados del cuerpo matriz que los alimenta, se revuelven brevemente dando unos últimos coletazos sobre la mesa antes de quedarse inertes, quizá para siempre. [...]

sábado, 10 de septiembre de 2011

Paternóster

Beelzebu has a devil put aside for me;
for me. 
(Queen)


Última noche en París para este tango polar del que se ha ido cada hielo, estamos cercados y no lo sabemos, rodean nuestras posiciones, pero las radios dan el fútbol, ni siquiera dan el fútbol, huyamos de nuevo a los tejados. Desde allí veremos chimeneas, te lo prometo, veremos chimeneas como dedos hirientes con uñas manchadas de escarbar colillas para rellenar cigarros, te prometo que veremos brillar las lámparas de la Torre Eiffel como la primera noche que vi atardecer en esta ciudad. Luego engañaré a cuatro músicos del metro para que vengan a la azotea del hostal y toquen La vie en rose, y les echaré las monedas que guardo para la cena, así que sólo podremos cenarnos juntos, y devoraré tu sexo hasta que sea la mañana, te llamaré amor y no te dejaré correr, porque no hay ningún sitio al que huir, ¿no ves, amor, que estamos cercados? Nos han rodeado, nunca escaparemos de esta habitación y yo sólo puedo hacerte el amor igual que hacen las huelgas los controladores aéreos, de la forma más absurda, impertinente y atemporal, para que me recuerdes en reuniones sindicales por debajo de tus braguitas, todos hablarán a tu alrededor y tú dejarás de escuchar, sólo podrás oír la caracola que te palpita entre las piernas, que me llama. Pero yo no la podré oír, porque estaré lejos, y lamentandome. Yo te lamentaré entre miles de lamentos más, el lamento por el payaso de la nariz roja al que habría reventado a patadas pero con el que compartí una copa, el lamento por la mujer que quiso besarme pero se fue a defender los derechos laborales, el lamento por un amigo que ahora cruza las arenas en solitario, el lamento por los hermanos abandonados, el lamento por los poblados a la sombra de los Alpes que fueron desterrados a la Meseta, el lamento por las centrales hidroeléctricas controladas a distancia y las turbinas y el vapor de agua. Te prometo que veremos chimeneas y de ellas no saldrán humo ni palos de escoba, por ellas saldrán aviones de papel, te dejaré que delires igual que yo deliro ahora que lo veo todo perdido, porque lo entiendo todo perdido, porque lo sé todo perdido, y si bien una vez me acercó a ti la total ausencia de miedo a perder, ahora hay un balcón entre nosotros y debajo, muy debajo está la calle. Nos derretimos, el tango se acaba, las monedas se acaban, los conceptos abstractos como tiempo y distancia son sólo parte de una catedral tópica que se eleva sobre la mezquita reconquistada donde se ha profesado un culto tan cercano y tan diferente que sólo si te alejas se puede distinguir, el paternóster es el mismo, la tipografía de los neones a la entrada es la misma y el dueño del puticlub es el mismo, soy yo, que permito que dentro de mí se ejerza el oficio más viejo del mundo, que me llevo años masturbando en cuerpos ajenos, esta historia no es nuestra porque no es ninguna historia, así que ahora te pido que me mires, porque te voy a ser sincero: no hay ni ha habido ni habrá chimeneas para nosotros, arderemos en un infierno totalmente diferente, a campo abierto. No hay un París que nos espere, y la cena de esta noche será sólo nuestro último acto de canibalismo, nuestro último acto de amor, pero no de amor mutuo, sino de amor a la humanidad, a la que libraremos de nuestra colisión fatal. Y cuando despertemos, en las paredes del hostal simplemente habrá papel encolado con hojas de helecho, nos miraremos y no nos reconoceremos, tus bragas y los controladores habrán regresado de la huelga para devolver los días perdidos y yo, en el transporte púbico cantaré La vie en rose a pesar de que no sé francés, muy al contrario que tú. 

lunes, 5 de septiembre de 2011

Vera.no (negación implícita)

Te alejas por el retrovisor, como en las películas. Antes de eso, el verano, como en las películas. Besos como en las películas, fiestas como en las películas, amaneceres como en las películas, peleas como en las películas, películas como en las películas.
Este verano tampoco voy a enumerar las canciones ni los viajes. No voy a hablar de aciertos ni errores, este otoño me sentaré otra vez al borde de la piscina e imaginaré el humo del cigarro que no hemos sido, puede que imagine todo lo que no hemos sido en este verano, negación implícita del resto de tiempos, tiempos pequeños, partidos en fracciones imaginarias que llamamos años bisiestos, siestas, cafés y noches, tiempos esféricos que no caben en las cajas cúbicas donde intentamos encerrarlos, no caben en los relojes que desterramos para tumbarnos al sol, no caben en las toallas.
Pero nosotros tampoco cabemos en las toallas, porque somos demasiado grandes y demasiado pequeños; demasiado grandes para los vasos medio llenos, demasiado pequeños para el amor de nuestra vida, y entre medias se van acumulando, como libros leídos muchas veces, los veranos anteriores, que se van fundiendo en uno solo, dilatado hasta el extremo con anécdotas y bucles infinitos de los que tarde o temprano saldremos, que se van quedando atrás como tú, que te vas quedando atrás según pasas por el retrovisor y ya no sé cuando encierro el coche un rato después en el garaje si me he despedido de ti, o del verano.

domingo, 4 de septiembre de 2011

El novio de la muerte

Nadie en el tercio sabía 
quién era aquel legionario. 

Una vez hable sobre matar a un hombre con un hombre que había matado a un hombre, o quizá varios. Hablabamos mientras cruzábamos campos corriendo al amanecer, mientras él me contaba cómo esquivó a la muerte, cómo se escribió directamente con Dios sin acuse de recibo, él hablaba mientras yo apretaba las zancadas para perseguirle, para no quedarme atrás en una carrera que ya tenía perdida. Yo supe que él había matado a uno, quizá a varios, por la manera en que hablaba del uso de la fuerza, nunca la violencia, nunca las armas, sólo la fuerza, como si la fuerza fuera un puñetazo invisible que te derriba del caballo, la mano que tira a San Pablo camino de Damasco, el relámpago que golpea a la bruja en la secuencia final de Blancanieves. Unos días después me sacaron a hostias de una pelea en la que destrozamos un pub tras un concierto de unos tipos a los que nadie conocía, quizá por eso destrozamos un pub; yo miré desde fuera, atrapado por el uso de la fuerza, del mismo modo que me dolían las piernas corriendo con aquel tipo que había matado a alguien, pero seguía atrapado en su rebufo sin tener que hacer ningún esfuerzo, imantado al encanto magnético de la muerte que él ya esquivó una vez y que sé que a mí me encontrará de frente, por eso retraso cada día más nuestra cita, por eso huí del uso de la fuerza y de la violencia y de las armas, por eso vi caer los altavoces sobre la cabeza de aquellos tipos de detrás de la barra y no intenté separar a nadie, porque estaba fascinado, estaba en el hueco que iban dejando tras de ellos en el aire cuando seguían corriendo hacia adelante. Tal vez ellos también habían matado a alguien, tal vez todo mundo en aquel pub había matado a alguien menos yo, por eso los tenía que mirar desde fuera, por eso era diferente a todos ellos, por eso compré una escopeta y la cargué de sal. Busqué a mi perro sin otra intención más que la de herirle, la de hacer que los perdigones salados penetrasen en su piel para paliar mi ignorancia. Mi perro y yo nos miramos a los ojos durante varios días. Cada noche abría la ventana y pensaba en el día siguiente, en el momento en que apoyase los cañones contra su frente. Pensaba en el sacrificio de mi perro a los pies de otra estatua encapuchada, pensaba en la vana entrega, en la travesía del desierto, pensaba en todas las veces que había escapado del rebufo, hasta que por fin una noche llovió, y yo, héroe crepuscular, me puse en la ventana de aquel sitio amarillo sin hierba a escribirle a mi perro su oda de despedida para que se mojara la tinta, arena de playa y olas, los viajes que nunca hemos hecho ni haremos, cada conejo que hemos atropellado cruzando valles al atardecer, canciones que nunca más hablan de nosotros, la escopeta contra la frente y los ojos más clavados, más adentro, y el disparo. El uso de la fuerza. El disparo, el arma, la violencia, la estrategia preventiva y el dolor que causamos para no sufrirlo nosotros, que esquivamos a la muerte hasta que ella se hace parte de nosotros sin que nos demos cuenta. Las tardes después son paz, pasa el tiempo y son vacío, pasan los años y son ausencia, pasan los siglos y nunca son el final, son sólo las tardes y el eco eterno del disparo que se va evaporando en el aire del campo a medida que salimos del rebufo y vemos alejarse hacia adelante a los tipos que matan a otros tipos, sabiendo que nosotros no somos ellos, no somos el relámpago y la mano invisible, somos sólo los que se cruzan en su camino, somos San Pablo yendo a Damasco, somos la bruja de Blancanieves.