Te alejas por el retrovisor, como en las películas. Antes de eso, el verano, como en las películas. Besos como en las películas, fiestas como en las películas, amaneceres como en las películas, peleas como en las películas, películas como en las películas.
Este verano tampoco voy a enumerar las canciones ni los viajes. No voy a hablar de aciertos ni errores, este otoño me sentaré otra vez al borde de la piscina e imaginaré el humo del cigarro que no hemos sido, puede que imagine todo lo que no hemos sido en este verano, negación implícita del resto de tiempos, tiempos pequeños, partidos en fracciones imaginarias que llamamos años bisiestos, siestas, cafés y noches, tiempos esféricos que no caben en las cajas cúbicas donde intentamos encerrarlos, no caben en los relojes que desterramos para tumbarnos al sol, no caben en las toallas.
Pero nosotros tampoco cabemos en las toallas, porque somos demasiado grandes y demasiado pequeños; demasiado grandes para los vasos medio llenos, demasiado pequeños para el amor de nuestra vida, y entre medias se van acumulando, como libros leídos muchas veces, los veranos anteriores, que se van fundiendo en uno solo, dilatado hasta el extremo con anécdotas y bucles infinitos de los que tarde o temprano saldremos, que se van quedando atrás como tú, que te vas quedando atrás según pasas por el retrovisor y ya no sé cuando encierro el coche un rato después en el garaje si me he despedido de ti, o del verano.
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