domingo, 30 de mayo de 2010

Cuentan los viejos que:

Una vez en esta ciudad que va dejando de ser una ciudad, se unió el pueblo. El mismo que se va, que se ha ido, que se seguirá yendo. Hace 20 años, Zamora creyó en sí misma.

El Cuartel del Regimiento Viriato estaba abandonado por la marcha de los militares de la ciudad. Era 1990, y Zamora ya era dada de lado por una autonomía de Castilla y León que sólo tenía 8 años. Perdón, queria decir por Valladolid, que 400 años después de ser Capital del Reino sigue viviendo en la inopia ombliguista que otorgan la Tierra de Campos y el agua del Pisuerga. El Cuartel, vacío, en terrenos que una vez pertenecieron a la ciudad, ahora pertenecía al Ministerio de Defensa, cuyo plan era el de ponerlos a la vente, y otorgarlos al mejor postor. Si ese postor era el Ayuntamiento, volverían a la Ciudad. Así, con mayúscula. Pero ese comprador bien podía ser cualquiera.

Cualquiera que se siguiera aprovechando de la situación. Especuladores, inmobiliarias, jugando con lo que una vez fue nuestro, y quizá nunca dejó de serlo. Zamora, viviendo aún una transición llevada con la calma y el desatino constantes de este enclave fronterizo, era un hervidero bullicioso de pequeñas ideas. Ideas como el hormiguero que era el centro urbano, de calles todavía de piedra, de gente que se conoce y se saluda, de gente que espera algo positivo del final del siglo XX que tanto había prometido. Por ejemplo, una Universidad para este núcleo creciente.

Firmas, manifestaciones, movilizaciones. El efecto dominó, o el efecto mariposa. Zamora batió sus alas, y la Ciudad, con su alcalde a la cabeza(el Popular Antolín Martín en aquel entonces) saltó la valla del Cuartel. Para reclamar en primer lugar lo que era suyo: el pasado. Y además reclamar lo que todavía no lo era, el futuro. Esa era la Zamora que echamos de menos. La que ya no existe. Aquello se consiguió. El Cuartel Viriato pasó a propiedad municipal. Escenas sublimes en fotos blanco y negro de La Opinión de Zamora. Caras sonrientes. Objetivos, sueños. El Campus se inauguró en 2002, 12 años después.

Pero el problema viene en esos 12 años, o en estos 20, ahora que hollamos el 2010. El problema viene con todo lo que se ha ido. Se ha ido esa ilusión, que fue como cualquier otra: un combustible que nunca te avisa cuando se va a terminar, o inflamable y explosivo entre tus manos. Se ha ido esa gente, que se cansó de esperar. Se ha ido toda la ciudad, que ahora no es nada más que un mosaico que se recompone de vez en cuando, y no una vidriera unida que deja pasar la luz coloreada.

Zamora se nos ha ido entre las manos, se nos muere. Hablamos en las terrazas por la noche de cambiar el futuro. Somos granos de arena que no llegamos a hacer un solo terrario, ni una sola pecera donde en realidad necesitamos un desierto, necesitamos un mar. Zamora se nos muere, y vivimos de lo que fuimos, vivimos de conmemorar los 20 años de la Toma del Cuartel, de nuestra Bastilla particular, de lo que pudo haber sido una Revolución y sin embargo ahora, 20 años después, y viendo la realidad, viendo el presente, se nos antoja que aquello más que una ráfaga certera fueron fuegos de artificio.

sábado, 29 de mayo de 2010

Apología

En este mundo hay dos clases de gente:
Los buenos, y los hijos de puta.
Él era uno de ellos.
(Rubén Bartolomé)


El Comando Lisboa se reunió anoche en bodegas de la capital. Atentaron contra su propia dignidad con el arma de las palabras. Se les vio perfectamente, dejaron su rastro marcado por los bares de copas. Como policías que siguen rastros de carne por carreteras nacionales. El Comando Lisboa no tiene nada claro. No hay un cabecilla, no hay miembros fijos, no hay un carnet de pertenencia, ni siquiera unas normas, porque se violarían constantemente. Anoche dejaron pruebas de identidad diseminadas por la ciudad, que hoy se recomponen como un puzzle borroso. Su himno, sus apologías, que no sus disculpas. Su transgresiones por encima del caciquismo-cola, por delante de los porteros de discoteca, por debajo de las mujeres de carnes prietas, e incluso de las feas, sobre todo de las feas. El Comando Lisboa se dispersó cerca del amanecer con promesas de todos los colores, disparando al aire más palabras como balas de fogueo. No hay un futuro claro. Saben que van a acabar encerrados en alguna parte. Exiliados, seguramente, sin temor a ninguna represión más que la que ellos se exigen. Que es mucha. Hay viajes, hay más trampas, hay secretos vociferados, hay cajas de pandora y recámaras, maletas con doble fondo y pozos sin fondo. El Comando Lisboa quiere ser como el Equipo A, pero no tienen furgoneta con rayas ochenteras, tienen que ir andando o en tren o en low-cost, así que nunca llegan a tiempo a salvar vidas. Probablemente por eso también suelen llegar tarde a la suya propia. Se autocompadecen más de la cuenta. Se abrazan y seguro que se echan de menos. Pero mantienen un poco la máscara, hay demasiada gente que los conoce por ahí. Que los ve cometiendo errores y aciertos. El Comando tiene la razón en todo lo que hace y dice, son fascistas y anarcorrepublicanosindicalistasverticales. Se disfrazan de losers, y el traje les queda de puta madre, aunque duermen en pijama de rayas azules y blancas, y cuando se levantan todo parece que va bien, y se acuerdan en píldoras de la noche y de todo el trabajo que les queda por hacer hasta ser de verdad los que quieren ser. El Comando Lisboa es algo que podría no existir, pero siempre hay algo contra lo que seguir luchando, por eso quizá esto es cierto y mentira a la vez.

viernes, 21 de mayo de 2010

Antonio Vega y Eva Amaral me cantan a dúo desde el inframundo, qué estamos haciendo despiertos a las 11.30 de esta mañana sin tormenta, estoy seguro de que en la televisión ponen algo interesante, fútbol, motociclismo, algo que no nos diga que hemos hundido el mundo con esa sutil capacidad de los telediarios para hacernos sentir culpables variando sólo una octava el tono de voz. Amaral me recuerda a aquella tarde de febrero por Zaragoza con el sol bajando y nosotros corriendo con el VW Golf entre los edificios posmodernos de la Expo hacia la estación del Ave, y sin embargo Antonio Vega me recuerda a aquella tarde de hace un año en el mismo VW Golf volviendo del Tormes, podría ser que todas las redes estén hiladas de alguna forma que no alcanzamos a ver, que se nos escapa mientras hacemos nuestra pequeña trayectoria impredecible, y creemos chocar por azar contra algo que ya está trazado y acabado a nuestras espaldas, por encima de nuestras cabezas; tenemos esa pequeña y egoísta sensación de eternidad, tenemos ese círculo lleno de nosotros mismos y que imaginamos suficiente, sin darnos cuenta de que todo se nos va de las manos, a nuestro alcance sólo están banalidades como decidir de qué lado vamos a dormir esta noche, o qué lata de cerveza preferimos para ver el fútbol. Y si, siendo banalidades, nos las tomamos como algo trascendente, quizá es que ya hemos visto que sólo podemos aspirar a eso. Pero eso Antonio Vega ya lo sabe.

lunes, 17 de mayo de 2010

Vals à deux

En aquel entonces sobrevino el fin del mundo. Yo estaba cagando, mientras leía el periódico. Anunciaban medias de nylon. Medias de nylon, ¿te lo puedes creer? No sé dónde vamos a llegar, pensaba yo, mientras apagaba el cigarro y me ponía los tirantes sobre la camiseta interior blanca. Doblé el periódico debajo del brazo, tiré de la cadena, me lavé las manos. Salí, atravesé el pasillo, fui hasta la cocina donde tú preparabas tostadas. Te abracé y sobrevino el fin del mundo. Girada sobre la encimera me miraste. Lo recuerdo bien, aún conservabas tus ojos de fuego para encenderme, me miraste. California Dreamin' en el estéreo, el single a 45rpm. All the leaves are brown. Quise agarrarte por la cintura, bailar. Las baldosas azules y blancas brillaban, tu falda gris, tu cintura, quise agarrarte por la cintura, y sólo me mirabas, de modo que bailamos en silencio una de tantas canciones tristes que hablan de cosas alegres. Con la izquierda entre tus dos escápulas te palpaba las vértebras que se hacían prominentes al inclinarte sobre mí. Yo quería hablarte de hipotecas no pagadas, de mis fracasos, de mis pelos blancos al afeitarme, de los cortes en la mandíbula y los tropiezos. También quería contarte historias geniales que se me ocurrían cada día delante de la Olivetti, de frases espectacularmente prometedoras, y sin embargo folios en blanco coronaban el escritorio, reflejando la luz de mayo, haciendo brillantes las paredes, las reproducciones de Kandinsky. Se terminó el single, volvió el silencio que yo palpaba entre tus vértebras. Algunas noches me despierto empapado en sudor y pienso en la piel de tu espalda y las baldosas, en cómo te quitabas la falda, pienso en cuando sudabas. Luego vienen nombres y botellas, quién te crees que eres. ¿Bukowski? ¿Ginsberg? ¿Kerouac? Si yo te hubiera contado aquella mañana todo, el fin del mundo no hubiera sido de fuego, nubes de ceniza y relámpagos entre lava al cielo, el fin del mundo no habría sido de terremotos y abismos negros, habría sido de agua, de olas gigantes que arrasan la primera línea de playa con chalets como aquel que ya no podíamos pagar. Fui hasta el estéreo, no quería más silencio, puse un LP a 33rpm. Elvis. Elvis está bien, te hace bailar, te promete lo que nadie más haría, por eso está bien, por eso es El Rey. We're caught in a trap, i can't walk out. Mi mano izquierda entre tus escápulas, tu izquierda la sostenía con mi mano libre, y nos movíamos despacio, siempre sobre las baldosas. Describíamos círculos, primero tomamos como referencia la cafetera, y después nos fuimos haciendo excéntricos, quizá hasta volvernos tangenciales a la puerta. Geometría cónica básica para principiantes, un ejercicio demasiado simple para nosotros, que manejábamos la aguja del compás casi sin quererlo. Si yo te hubiera contado todo aquella mañana, no habrían sido relámpagos sino huracán y casas con el tejado deshecho, los vinilos estrellados y un poco de sangre en el labio inferior. Sin embargo, quién era yo para romper el silencio. ¿Bukowski? ¿Ginsberg? ¿Kerouac? Yo no podía decirte frases tan crudas que te hicieran sentarte en la cocina a llorar pensando en el vals que significaba el fin del mundo; tú creías que te estaba reservando el champán para los años en los que la sequía y el maíz revalorizasen el petróleo, el petróleo alcanzase la primera línea de playa, la primera línea de playa se cubriera de olas, y con ellas los chalets y mi silencio. El champán como estallido final, y las copas heladas en nuestras manos heladas. Bailábamos, te atreviste a levantar la cabeza y dejé de sentir tu columna. Quería besarte, y lo hacía poniendo mensajes entre líneas en todos aquellos folios en blanco, totalmente convencido de que entrarías cada mañana a limpiar el escritorio, y, revolviendolos, encontrarías tu nombre repetido inequívocamente, aunque lleno de borrones y faltas de ortografía, imaginándote como yo lo hacía: llena de imperfecciones. De esta manera a la mañana siguiente me salvarías con tu sublime perfección, vendrías sin hablar y me cogerías la mano que yo te ofreciera, Sinatra en el estéreo. And then i go and spoil it all. Y nosotros bailando para esperar el fin del mundo que ya nunca sería de lava, sino de [des]hielo, porque yo siempre seguiría callado y escribiendo tu nombre a mano en folios blancos.

domingo, 16 de mayo de 2010

Un domingo cualquiera

a) Resaca de Quique González
b) Un pincho de tortilla entre dos autopsias
c) Un Gran Premio de Mónaco con adelantamientos
d) Una biblioteca asfixiante
e) El final de Liga
f) El golpe más tonto de Federer le cuesta un título
g) Paseo despacio por Salamanca, totalmente bloqueado e incapaz de estudiar.

Un domingo cualquiera.

viernes, 14 de mayo de 2010

Chop suey


- ¿Diga?
- Hola. Soy Obama.
-¡No jodas!
- Sí, tío. He pensado que no lo estabas haciendo bien, y que te tenía que llamar la atención.
- Pero...pero yo...pero si yo...
- Vamos, Víctor, vamos. Que soy el presidente de los Estados Unidos de América. No me engañes.
- (chasquido de lengua) Pero, vamos a ver...un fallo lo tiene cualquiera.
- Lo sé, lo sé. Un fallo puntual es permisible. Nosotros bombardeamos Iraq. Pero tienes que cambiar.
- Pero, Obama, yo...¡no lo estoy haciendo tan mal!
- Eso crees. Sin embargo, mira a tu alrededor. ¿Crees que estuvo bien darle 50 euros a aquel yonki?
- Eh!!
- ¿Crees que estuvo bien estudiar sólo una semana Anatomía Patológica?
- ¡Pero bueno! ¡Si he aprobado exámenes en tres días!
- Sigo, sigo. ¿Crees que está bien quedarte dormido dos días en una semana?
- Yo, yo...
- No, no. ¿Acaso has hecho bien dejando a tu compañero de piso ir solo a la Biblioteca de Derecho?
- Sinceramente, no sé qué decirte, Obama...no me esperaba algo así.
- Tampoco me esperaba yo algo así de ti, Víctor. He hablado con tu catedrático de Cardiología y me ha dicho que estás un tanto irregular este año.
- Mira, por ahí no paso. ¿A qué coño os teneis que meter ahí? ¿Qué más sabeis? Pensé que confiabas en mí, Obama.
- Y confiaba.
- Hablas en pasado, Barack.
- Sólo me llamas Barack cuando estás enfadado.
- Sólo tú consigues enfadarme así.
- Pero porque me preocupo por ti. Lo hago por tu bien.
- ¿Ah sí? ¿Y quién te ha pedido que te preocuparas por mí?
- Nadie. Son cosas que se hacen cuando dos personas se quieren.
- Joder, Obama, joder. ¿Por qué siempre tienes que llevar todo al ámbito emocional? Sabes que yo también te quiero, pero esto no tiene que ver nada. Es una mala época, sólo eso.
- Ya, ya lo sé, por eso te llamaba, para saber cómo te iba.
- No, perdona, me has llamado para abroncarme. ¿Y qué pretendes que haga contra eso?
- No lo sé. Esperaba que espabilaras o algo así. Sabes que puedes hacerlo mejor.
- Lo sé, Barack, lo sé. Y, mira, yo te agradezco que la llamada, pero las cosas no son así.
- ¿Entonces cómo tendrían que ser? Reacciona, hombre, reacciona.
- A ver, si yo tengo que reaccionar, de acuerdo. Pero tú, tú deberías haberme llamado para cualquier otra cosa, y luego ya entrar al tema. Habría sido menos agresivo.
- Vaya, tío, lo siento, no pretendí herirte.
- No pasa nada, Obama, hombre, ahora no te preocupes tú, que tampoco es eso. Si yo agradezco el gesto. ¿Qué tal te va a ti?
- Pues nada, aquí andaba, jugando con el iPhone.
- Vaya tela, ojalá tuviera dinero para mantener uno. Aún sigo con el Nokia este que tenía cuando viniste.
- Tío, a ver si te modernizas un poco. Aunque ya he visto que me sigues en twitter, a ver si retomamos un poco el contacto.
- Pues sí, porque me tienes abandonado.
- Oye, igual podías haberme llamado tú, eh.
- Vale, vale, lo siento, déjalo. Ya veo que hoy estás puntilloso.
- Nah, yo que sé. Es que el Dow Jones y el Congreso me están matando el buen humor.
- Ya, qué me vas a contar de congresos.
- ¡Es verdad! ¿Qué tal te fue el tuyo?
- Bah, pues bien, muy cansado y estresante, pero a la gente le gustó. Supongo que no a todos, pero bueno, ya sabes cómo va esto: nunca llueve a gusto de todos.
- Joder, me recuerda a aquella de los rusos que... Hostia, te estoy entreteniendo.
- ¡Bueno, lo que nos faltaba! ¡Para una vez que me llamas!
- No, no, tú ponte a lo tuyo, que yo me tengo que ir a West Point. Oye, ya la última: ¿te sabes el prefijo de Madrid?
- Sí, es el 91. ¿Para qué?
- Nah, que ya que tengo la conferencia echada, aprovecho y llamo a José Luis.
- Bueno, pues muchas gracias por llamar, Obama.
- Nada, gracias a ti. Y espabila, eh.
- Que sí... un abrazo para todos.
- ¡Otro para ti!

martes, 11 de mayo de 2010

el día de los valientes

A veces una canción te eriza la piel, te devuelve a otro tiempo y este lunes de mayo por la noche se convierte en aquel sábado de octubre por la mañana, a veces el recuerdo más simple puede desdoblarse, atraparte; quizá no hay nadie, pero nunca estás solo. La recuerdo a ella: ella nunca estuvo aquí, sólo su recuerdo. Luego ella, y ella, y ahora ella. Otra canción, otras guerras. La casa está vacía. El fracaso huele a rocanrol, como la mitad de lo que hago. La otra mitad huele a agua. Cada vez que viajo a Jerez me dejo algo en medio, descubriendo en cada parada, en cada fito que se echa mi hermano, en los pueblos de Cáceres tendidos al atardecer sobre la falda de montañas que no hay en esta meseta, que no es la meta, sino el propio camino lo que importa. Apunté todos sus consejos en una libreta, y no podré poner en práctica ninguna de sus frases lapidarias, pero. A veces una canción te eriza la piel, y te devuelve las ganas de llorar, o de ser grande. La luz sobre esos campos, y la imposibilidad de agarrarla entre las manos, la certeza unívoca del final de la vida, que no es la muerte, sino el final de la vida. La constatación de todos nuestros defectos, y los defectos de los seres a los que amamos. Vamos dejando atrás las horas, los kilómetros, los cigarros. Yo no fumo, ni follo, sólo bebo. Bebo vino de Jerez en Jerez con mi abuela de 87 años. Me emborracho hablandole de mujeres a mi abuela de 87 años, que me pregunta si hay alguna chica. Suena peor de lo que es, ojalá vierais cómo sonríe. Querría hacerla feliz, decirle cosas de su pelo negro y de cómo sonríe y se pinta las uñas por fuera de la línea. A mí, le cuento a mi hermano, me llevará un infarto con 50 años, no ves cómo me palpita el pecho. A ellas las engaño, les digo que es la emoción de abrazarlas o tenerlas muy cerca. A veces es eso, a veces es una canción, a veces es Toni Elías cerrando todos los huecos posibles en la última vuelta. Si no sabes cómo suena una Moto2, para qué vas a alabar a Vivaldi en la Plaza Mayor. La gente debería viajar para encontrarse con toda la inutilidad de su propio ser vista en perspectiva. A veces una canción te eriza la piel, y te devuelve al día de los valientes: amaneceres poblados de helicópteros en Apocalypse Now, los parkings atestados el día de la carrera y el polvo masticado durante 40 minutos de paseo al sol del sur. Mi hermano habla de mujeres, yo escucho. Me río, las desmenuzamos hasta convertir su piel en pergamino, las deconstruimos como un meccano, y no lo sabemos ni él ni yo, pero la victoria sigue perteneciendoles a ellas, pues nosotros hablamos. Meando bajo una cascada en la cuneta de Hervás, este cielo debería estar registrado comercialmente para poder ser usado 300 días al año. Todo queda lejos según nos acercamos al sur, y la radio cuenta historias que para nosotros son meras anécdotas. Si no has visto a Toni Elías llorar, qué canción pretendes cantar para nosotros. Betty era negra, el Clío es granate, qué coño sabe nadie de lo que se esconde detrás de cada uno de los años, de cada una de las noches. Me gusta el hospital porque me ayuda a entender que todas las personas tienen una historia que probablemente nunca cuenten, porque es una historia de miserias. Somos una miseria, pero Toni Elías entra de lado en Dry Sack, cómo va a ser esto una miseria si estoy empapado en agua y cerveza y sin camiseta, me tiemblan las piernas. Cómo va a ser esto una miseria, indignado, me niego, cada nuevo CD de rocanrol da más vueltas, suena mejor. Porque este es un viaje de rocanrol por la Ruta de la Plata. Nos vamos superando, y cada vez que vuelvo, me dejo un poco detrás. ¿No has aprendido nada? Somos miseria, somos un final, somos fruto de errores y aciertos, somos hijos de los que nos quieren y de los que nos odian, porque somos capaces de querer y odiar, de diseccionar cada breve segundo. Las rayas blancas van pasando bajo el coche, las botellas de agua y los bocadillos y el chocolate derretido que ha reconstruido el aire acondicionado. En ocasiones nos la jugamos, algún día de toda esta miseria se convierte en el día de los valientes, y por muchos trenes que pasen, que se vayan para siempre, por muchos vagones que hayamos visto descarrilar, hay días en los que estás ahí porque algo lo ha querido. A veces una canción te eriza la piel, te devuelve el pasado. Pero no, no te engañes, el pasado no vuelve nunca. Sólo vuelven los fantasmas de los días felices. Deberías prestar atención: en este camino el destino no vale de nada, sólo vale lo que pasas. Pueblos de Cáceres tendidos al sol, dehesas a la sombra, ríos y montañas. Sólo vuelven los fantasmas de los días felices, de los días de los valientes que, contra todo lo que se ha escrito, todavía son muchos.

sábado, 8 de mayo de 2010

El Killer del área

El Killer del área es mi antítesis perfecta. Yo soy un Loser. Me encanta repetirlo, bajando la cabeza y contemplando las aceras en busca de billetes de dosmilpesetas, como el que me encontré cuando tenía 12 años paseando por Valladolid con mis tíos, que me habían llevado a pasar las fiestas con ellos. Practico dos horas cada mañana delante del espejo la autocompasión, con espartana disciplina. Me encanta convencerme de lo Loser que puedo llegar a ser; de esta manera cada pequeña victoria en la vida cotidiana podrá ser magnificada hasta extremos amarillistas. El Killer del área tiene la mirada del tigre que a mí se me resiste, yo quisiera ser como él. O mejor, quisiera ser él. La pose perfecta en sociedad, y también en el mano a mano. ¿No lo ves sujetar el Dry Martini y el cigarro? ¿No lo ves sonreír?

El Killer del área y yo nos hemos encontrado esta noche en una gasolinera de las afueras de Zamora. Yo venía en chándal de hacer footing, puro ejercicio anaerobio para, según la revista GQ, rebajar mi grasienta curvatura infraumbilical. El Killer venía de ser el rey de un partido de fútbol con sus musculados amigos. 7 goles, el balón, las botas y la camiseta firmados. Sonreía. Él no necesita la revista GQ. Él escribe la revista GQ. O mejor, la revista GQ le escribe. Sonreía. Yo resoplaba y me afanaba en comprarme otro cepillo de dientes. 3 euros. No me jodas.

Lo he observado despacio. Él limpia sus dientes con manzanas golden todos los 12 meses del año. Se las importan desde Marrakesh. Desde Arabia Saudí. Desde la India después, y más tarde desde la Isla de Pascua. Compra en Ikea, duerme sobre lecho de rosas rojas. Se nota en la tersura de su piel. Es capaz de vestir ropa de Zara con la misma clase que si fuera Hugo Boss. Decora su salón con recortes de periódico uniformados en collages que fabrica con sus propias manos. El Killer del área tiene un Clase C Sportcoupé y perfecta media melena, barba recortada. Quiero ser como él, quiero ser él.

Sin embargo, yo soy yo, y mi chándal. Lo he descubierto sudando. Ahora tengo una bolsa de patatas kamikaces, que he encontrado justo al lado del cepillo que iba a comprar. 347 kilocalorías dentro de esa bolsa de papel metálico. No me jodas. Eso son cuarenta y dos minutos más de los que he corrido. Poco a poco voy haciendo una terrible constatación: he perdido mi tiempo y mi vida por no saberme rendir en el momento adecuado a la evidencia científica y genética, que determinó en algún limbo que yo debía permanecer en estado grasiento y maloliente por todos mis días, para que al circular por las calles peatonales, gente como esta haga agravios comparativos sin pretenderlo, resaltando como resaltan los tulipanes sobre campo verde de cardos, o un Van Gogh entre falsificaciones de Dolce y Gabbana. 347 kilocalorías. El Killer lo quema con el cucurucho, fijo.

En un último arrebato, me he acercado a ese hombre de apolíneas espaldas, que hacía gala de dos piernas dignas de sostener La Muerte de Laocoonte en lugar de una tableta de chocolate como esa. No quería nada en especial, ni siquiera llevarme unas hostias. Sólo quería estar a su lado unos instantes. Sentir su eléctrica presencia a mi lado, igual que hacen muchas otras. Él fuma y corre la banda. Yo no respiro bien debido a mi asma. Noté su karma a medio metro. Un aura de energía positiva que me desarboló, y sólo pude caer de rodillas cuando vi que efectivamente se llevaba la revista GQ entre los múltiples artículos de su casual compra, que pagaba con tarjeta de crédito junto a los 40 litros de gasolina de 98 octanos.

Me alejé de la infausta gasolinera atribulado entre migas de patatas y monedas de cobre deslustrado, pensando en que probablemente el Killer no dudaría al ser encuestado sobre si me quieres, si debería mandarte este mensaje de texto, o si, efectivamente, soy un Loser. Él sonreía, justo antes de atropellarme con su clase C Sportcoupé en un paso de peatones. Jódete, capullo, he pensado, como debió hacer el guerrero de Maratón.

viernes, 7 de mayo de 2010



Desmontando a Pizarnik (2010)

miércoles, 5 de mayo de 2010

Las tetas de Patricia Conde en la pantalla plana del salón, veinte céntimos contra el SIDA, el despacho del Jefe de Servicio de Cardiología, bibliotecas atestadas, un ordenador sin apenas batería, las redes inalámbricas de internet flotando en el patio interior, comida de madrugada descongelando en el fregadero, chispas en la sartén, los eslabones más débiles de la cadena alimentaria, frío en mayo, las gafas de sol olvidadas en el coche de mi hermano, té con limón en la máquina de la facultad, apuntes mal escritos, peor subrayados, conversaciones incoherentes de la que no escucho la mitad, variaciones sobre el mismo tema, folios en sucio, ropa acumulada que tiñe de mal olor mi habitación, un cepillo de dientes naranja nuevo, libros que no leo, malas noticias políticas y económicas en la radio al despertar.

Todas esas cosas que, a día de hoy, a esta hora, me importan una mierda.

Venga, va. Él iba 5º y no bajó los brazos.

martes, 4 de mayo de 2010

Kalós, kalé, kalón

Hay disturbios en las calles de Grecia, mamá. No sé si me has visto en la televisión con la cara tapada y un cóctel molotov. Yo no quería hacerlo, lo sabes bien, mamá, por algo me conoces. Hoy es tu cumpleaños, me acuerdo de ti desde detrás de un parapeto. Los antidisturbios me van a moler a hostias, pero si yo sigo como puedo adelante es porque he visto hombres en esta vida que no bajan nunca los brazos, y aunque yo tampoco los levanto, están por encima de mi cintura, para todas esas cosas inútiles como abrazar, dar puñetazos o comer una hamburguesa.

¿Para qué sirve nada, mamá? ¿Dónde están los errores que nos han llevado hasta aquí? Pienso en el producto interior bruto y la balanza comercial que se ha ido desequilibrando hasta el más absoluto desajuste mientras lanzo una piedra en llamas al otro lado de las vallas amarillas. Yo estoy callado, mamá, ese es mi estilo, pero me han dicho que se me nota en la máscara. ¿Recuerdas lo que dijo papá aquella vez? Dijo que una huelga general sólo se sostiene si el obrero tiene recursos suficientes, pues las pérdidas subsidiarias son bastante altas, y, por lo tanto, un obrero de un país en crisis no puede permitirse el lujo de una huelga: se hundirá.

Todo me recuerda a Portugal. Nosotros ardemos frente a un telón de ruinas históricas, y ellos, aunque bajan la cabeza entre fados, caerán también; la diferencia radica en que nosotros inventamos la palabra anarquía. ¿Cómo hemos llegado aquí? Inventamos el alfabeto, inventamos el sexo anal, el lésbico, inventamos batallas de Salamina, inventamos los 38 km entre Atenas y Maratón, las Termópilas y las guerras Púnicas, las palabras con tilde, inventamos la democracia.

Hay disturbios en las calles, mamá. Lo he oído, llorando, en las guitarras: estado de emergencia. Mi hermano afirma que debemos luchar contra alguien que tenga lo mismo que perder que nosotros. Yo sólo quería paz, y me encontré la huelga, me encontré el despido improcedente, me encontré la callada por respuesta. Yo no sé tirar un cóctel molotov, mamá, creo que me toca llevarme las hostias de nuevo.