miércoles, 2 de julio de 2014

De los días sin fútbol

De los días sin fútbol me quedo con la nostalgia como balones que se fueron lamiendo el poste en el minuto 94, el vacío inmenso de briznas de hierbas aleatorias en el centro del campo que saben que sólo son otro giro al viento y nunca serán echadas en falta cuando ya no estén, ni pintadas de blanco, sepultadas de cal para ser línea de fondo o media luna al borde del área. De los días sin fútbol me quedo con todas las jugadas de estrategia que tenemos que poner en práctica para paliar la ausencia de las voces que hacen vibrar nuestra calle y de las banderas que le dan color al aire que se escapa hacia la frontera. De los días sin fútbol vinieron los polvos y las lluvias que los embarraron para mancharnos irremediablemente las botas con tacos de aluminio, y tras la lluvia el sol que convirtió el terreno en un desierto para destrozarnos las rodillas cuando hacemos la genuflexión ante el gol por la escuadra sólo imaginado por irreverentes delanteros, y que los demás tuvimos que conformarnos con soñar o ver por la televisión. De los días sin fútbol me quedo con los minutos de la basura que tuvimos que convertir en obras de arte a base de pases horizontales entre nuestros centrales, y hacer del centrocampismo un Picasso y no una pared azul piscina, me quedo con las lágrimas y los latidos que no fueron por una prórroga sino por goles de oro en esquinas oscuras. De los días sin fútbol me quedo con los abrazos partidos por la igualdad de no llevar camisetas de colores ni bufandas ni la cara pintada con el número de nuestros ídolos ni nada que nos separe, y así el sillón no es más que un remanso de paz para sudar viendo documentales o etapas del Tour, pero no esa trinchera sangrienta en que se convierte durante hora y media. De los días sin fútbol me quedo sin las arrugas de la cara que me produce la frustración de ir por detrás en el marcador, pero me quedo también sin los hoyuelos que se te dibujan si sonríes cuando ganamos un Mundial, o las eternas ganas de bañarte en una fuente para festejar que hemos ganado una batalla, pero que, cuando mañana suene de nuevo el despertador será otro día sin fútbol y la guerra no habrá terminado.