jueves, 19 de noviembre de 2020

Toque de queda

 Hemos cubierto el fuego para que no se vea desde las demás ventanas y, al mismo tiempo, dejamos entreabierto para sugerir, para crear un juego de sombras y que se pregunten: ¿qué habrá ahí dentro? ¿Qué les hace tan felices? Porque no sé si seremos felices en realidad pero vamos a reir como si lo fuéramos, como si no hubiera una pandemia, como si fuera normal estar en este salón a metro y medio con mascarillas, te regalaría un abrazo y sería menos criminal regalarte una piedra robada de la corona; sería menos criminal quitarle monedas de la gorra a un mendigo que intentarte besar y no sólo por ser vos quien sois sino por el intercambio ilícito de fluidos llenos de antígenos, de potenciales patógenos. Recordaremos este año como aquel en que convertimos el romance en un acto de bioterrorismo. 

De modo que, aleluya, las copas de los árboles y las terrazas elevadas al atardecer no sirven para mucho, sirven para lo mismo que el encuentro de los codos a medio camino entre cuerpos inútiles. Esta tarde hemos jugado a ser felices entre una videollamada y palomitas y cervezas, hemos hecho un simulacro de días que intentan diferenciarse cada uno del anterior, lo hemos hecho a sabiendas de que ya nada será como antes y de que la rebeldía no consiste en tirar adoquines a la autoridad sino que es tan sencilla como tener un par de amigos dentro de casa, como calentar el pecho con bromas sin sentido y bravuconadas. 

En el vestíbulo de la estación de tren recordamos cómo  hace menos de un año habríamos saltado la barrera para atravesar la noche memorable en otra capital sin toque de queda, y nos miramos sin podernos abrazar por el bajo filtro de nuestras mascarillas, soñando el sueño imposible de una vacuna a la que venderle el alma, la realidad trata de imponerse y no dejaremos que se imponga sobre esta meseta que estamos coronando, esta meseta desde la que se ve el techo de la niebla, esta meseta de pequeñas celebraciones y extrañas compañías, de robarle a un tiempo robado, engañar a un tiempo engañado y tal vez engañarnos nosotros, cada segundo que pasa caben menos palabras en estas escasas líneas que intento compactar antes de que caiga el toque de queda porque después nada más quedará silencio, quedarán ventanas cuadradas como interrogantes, lámparas de mesa y luces cortas, despedidas apresuradas, un portal bien conocido desde fuera y unas escaleras que se intuyen como limpias y prometedoras en el otoño que vino tras el verano que vino tras la primavera y que se sientan  los tres juntos a confiar en la buena esperanza que nos ha de traer un invierno para fundir la distancia interpersonal. 

miércoles, 5 de agosto de 2020

Postal de verano

En esta correspondencia sin sellos que mantenemos me apetece contarte desde una isla lejana que anoche soñé que te dejabas caer para dar un paseo por la pequeña ciudad, sin ánimo definido. No era de huída ni de secuestro, tampoco quedaba claro si era ni siquiera de caña o miserable café. Podría ponerlo por escrito de puño y letra con mi nueva estilográfica amarilla en una postal pero ya no conozco tu dirección y valoro mi cuello. Además había colas al pasar por la oficina de Correos y los extranjeros llevaban mascarillas para enviar besos a casa. Pienso en estas cartas que te dejo en el buzón con ritmo irregular y medio camuflado en el anonimato sin tener bien claro por qué lo hago. Habría que buscar el sentido en el mismo sitio donde se esconde la razón por lo que te me apareces una noche y a la mañana me acuerdo y te lo cuento. Imagino ese lugar como una biblioteca, y en las estanterías se van sumando capítulos sin hilo conductor: unos fascículos se llenan de polvo y no vuelven nunca a ser leídos, otros son pasajes que releo con frecuencia variable, y en cada una de esas lecturas aparece una frase que ataca por un hueco distinto. 


Valoro tus apariciones porque me empujan a convertirlas en palabras, me desbordan las oraciones copulativas y me remueven las manos, se escapan a mi control las teclas y me superan como la verborrea amable de quien en una terraza de tarde de verano toma un par de copas y nunca piensa en que llegará la hora de la cena, de volver a casa y cerrar la contraventana. Esta carta con remite parcial que se borra me levanta de un sillón de pensamientos perdidos y, aunque sé que no tiene sentido ni motivo, el tiempo que invierto en ella sí que lo tiene: si no escribiera sólo sería silencio, y mi forma siempre será mejor que el silencio que rompo. Valoro tanto tus apariciones porque si no existieran quizás no escribiría, y eso sería mucho peor: tu forma siempre será mejor que el folio blanco que rompo al retratarte. 

jueves, 30 de julio de 2020

Verano en Videmala

Un verano defectuoso, sin ver París ni el Galibier, completando las siestas con etapas en diferido. La simulación que es esta época se ha confirmado a través del deporte sin público, cuando llegan los “huy” tres segundos después de que la devuelva el recogepelotas. 

Lo único auténtico que he encontrado es pasar el verano en el pueblo. Jamás tuve un estío mediterráneo ni campamento lingüístico en Brighton; tuve que conformarme con los cuadernos de vacaciones Santillana en la mesa de la cocina interrumpido por el ruido cada vez que arrancaba la maquinaria del viejo frigorífico .  

Ahora se vienen las tardes de piscina entre artículos de investigación, las etapas cortas de bicicleta que son más largas que las que echaba hace 15 años y para los niños soy el desconocido que una vez alguien representó para mí, aunque ahora lleve dentro un niño más grande buscando el espíritu de aventuras que el de 15 tal vez no se atrevía. 

Por todo ello me gusta la sensación de que mi tiempo aquí sigue siendo presente, que envejezco a la vez que la casa y los árboles, que pertenezco a este desorden igual que él forma parte de mi constitución. Un lugar en el que no sentirme extraño, un momento en el que sentir paz, un silencio apenas roto por viento y animales, atardeceres de acuarela y noches estrelladas, el ruido de la vida cierta y no representada, donde la simulación sólo llega a través de relatos. 

martes, 9 de junio de 2020

El comienzo de algo

I. 

Dejé la carta mecanografiada encima de la mesa. Un cierto sentido del espectáculo me obligaba a hacerlo: ¿cómo me gustaría que la policía encontrase el salón si yo desapareciera? No me faltaban motivos para desaparecer, ya fuera por decisión propia o a manos ajenas. Acto seguido volví a coger la carta para releerla. No era tan sencillo de entender ni tampoco muy difícil. Un amigo que afirma viajar en el tiempo. Una conspiración para deponer a la corona. Encontrarme con la mujer a quien quería hace 10 años.

No se me ocurría un comienzo mejor para aquel viernes.

II.

Desconectar el teléfono móvil. Revisar que no hubiera una línea de fijo funcionante. Cerrar y vaciar el cubo de la basura. Atrancar las ventanas batientes. Doblar las toallas del cuarto de baño; no, eso podía esperar. Reunir un poco de dinero en efectivo. Elegir unas deportivas cómodas y elegantes. Tal vez sólo cómodas. Libreta y bolígrafo. ¿ Cómo se le habría ocurrido usar una máquina de escribir? ¿Dónde habría podido encontrar una durante la pandemia? El olor de la panadería de debajo estuvo a punto de despistarme de mi minuciosa y desordenada tarea. Me apetecía mucho uno de aquellos croissants rellenos de chocolate. Decían que traían la mantequilla de Normandía, porque los dueños eran farmacéuticos y habían estudiado la proporción de grasa de la leche y... No. No era el momento de bajar y comprar uno de aquellos croissants rellenos de chocolate, crujientes y con una leve capa de azúcar glâce. Tenía que irme. Pero tal vez sí podía coger uno de aquellos... Buenos días. Póngame uno de chocolate. Sí, para llevar. Gracias, que tenga un buen día. No me gustaba empezar un día importante sin desayunar y no había tenido tiempo más que para el café. Dios, qué buenos quedan estos croissants. Creo que es por la proporción de nata de la mantequilla. 

III.

Tuve que volver a subir a casa y empezar la tarea donde la había dejado. Con los dedos untados de chocolate seguro que quedaron huellas dispersas por el salón. Eso les despistará. Pensarán que no soy tan metódico como realmente soy. No quería manchar la carta, a fin de cuentas era un objeto de hace 35 años aunque yo la hubiera abierto esa mañana. Conseguí acabar el croissant y lavarme los dientes releyendo los tres folios de papel reciclado. Un momento. ¿Existía el papel reciclado en 1985? Decidí estrenar la libreta con esta sagaz observación. Un hilo del que tirar. Asterisco, asterisco, mayúscula: buscar librerías que distribuyan papel reciclado en el Madrid de 1985. Pan comido. Un poco de pasta de dientes en forma espumosa manchó el folio y la libreta, no era buen momento para practicar la ambisdestreza. ¿Existía la ambidestreza como sustantivo que dé nombre a la capacidad de usar ambas manos? Esa fue la segunda entrada de la libreta. No debería haberme deshecho de aquella Espasa-Calpe. 

Cuando, a mi juicio, el apartamento estuvo desordenado con habilidad casual y yo aseado para salir a la calle, salí. Ningún croissant podía detenerme. Subí de nuevo a casa: había olvidado la basura, y no soporto el olor al volver tras unos días. Bajé con la basura por la escalera, los vecinos se merecían ese aroma. 

Por fin me planté en la calle. Respiré hondo. No tenía ni idea de qué hacer ni por dónde empezar a hacerlo. 

jueves, 4 de junio de 2020

Lo de antes

Vendrán más años tristes
y nos harán más fríos
y nos harán más secos
y nos harán más torvos
(Rafael Sánchez Ferlosio)

Han caído los años como días en esta cuarentena. Han caído con el estrépito de las bateas metálicas en las que se deposita los tubos que transportan la sangre recién nacida de la vena. Cada hoja ha tenido más de dos caras, tantas como días duró el enfado y la tristeza, y minutos la alegría. Entre las nuevas palabras no se escondía nada más que lo de antes, y por supuesto nada mejor se escondió. Hubo, no he de negarlo, instantes felices. Fueron tragaluces de un cielo enmarcado por la escayola de las molduras. Nos hicieron expertos conocedores del pasillo y de los rincones de la casa en los que nunca me había sentado. El antepecho de todas las puertas que dan al balcón y la nostalgia de una terraza inexistente. 

Cuando se retiró la máscara de lo nuevo no quedó más que lo de antes. Solo que ahora es deforme, feo, grotesco, una caricatura de todo lo que pudimos haber sido en estos meses. La promesa de una segunda primavera, las conversaciones se convirtieron en números binarios y les dije a mis padres que les quería desde una pantalla. No he echado de menos los abrazos y los aplausos no me han consolado. En cambio he echado de menos poder abrazar con la sencillez y la satisfacción con que solía. Que lo único que convirtiese al gesto en particular fuera la forma de cada persona rodeada, con un tacto y un olor identificativos, invidualizantes, propios y recordados al instante, olvidados hasta el siguiente. Corrieron las páginas por el sofá, los clásicos ofrecieron una visión descarnada y en los atriles nadie levantó la voz con la fuerza suficiente para adherirme a sus proclamas. O tal vez con la voz demasiado alta. 

Ahora en el laberinto de fases vuelve a salir el sol, se ofrecen unas vacaciones escolares fuera de mes y con quince años de retraso sobre la misma bicicleta de entonces. Sólo me sigue gustando una de las chicas de aquel verano, y eso siempre ha sido un problema. Las tardes han conseguido broncear la tristeza, pero al rascar la tristeza seguía ahí. Esta tristeza que  sale al atravesar la autovía se confunde con la nostalgia de los días que conduje con miedo al control policial y emoción por vivir lo nunca visto, unos sentimientos burdos y vaporosos, que han ido y vuelto según pasaban las prórrogas del estado de alarma sin que nadie lanzase un penalti a las nubes para que pudiéramos gritar de rabia o abrazarnos borrachos, las cervezas virtuales me duran menos que una paja y las pajas me duran menos que los aplausos de las ocho, y los aplausos de las ocho me suenan como si un autómata los hubiera hecho por mí, y el autómata aprendió yoga y su cintura se dobló, y no pude escribir ni una sola frase durante estos meses porque mi cabeza no dejó de emitir frases circunferenciales, o tal vez espirales, saltando en este muelle sin encontrar las rutinas nadie me engañará porque yo creo en las proclamas de Sánchez Ferlosio y no en las del Ministerio del Interior, y ahora que puedo volver a correr por el borde del río y llueve no como metáfora ni en el cristal sino sobre mí, pienso  empapado en el cariz de todos los adjetivos que le puedo aplicar a lo nuevo, pienso que no me gustan, y pienso  que por pedir algo no pediría otra cosa más que me devolvieran lo de antes. 

viernes, 27 de marzo de 2020

Enfermedad de Alzheimer de inicio atípico

Si tuviera que olvidarte
Y no hablo por voluntad propia
Si tuviera que olvidarte
¿por dónde empezaría?
Hablo de una proteína
Acumulada entre mis recuerdos
Así corro, así abrazo, así sonrío
Así solía escribir las eses.
Si yo tuviera que olvidarte
De pronto, los surcos más amplios
Y todo el gris menos blanco
Ojalá perdiera primero lo que odio
Sentada de esa forma estropeas el sofá
Todas las migas y el chocolate sobre el parqué
el papel higiénico girando en sentido antihorario.
Si tuviera que olvidarte querría tener fe y un dios
Para que se fueran ellos antes
Y yo nada más perdiera con su marcha el miedo
A salir a la calle desnudo
O conducir treinta kilómetros a contramarcha
Encogerme por donde menos duele
Porque eso se pierde con más facilidad.
Olvidándote por partes iría
Bajando paso a paso la escalera
Qué querría yo que fuera lo último
Tu nombre me da igual, tal vez
Saber quién eres o
No saberlo, sólo sentir el significado
De cuando sonríes porque lo hago mal
Que te enfadas porque he acertado.
Estoy dispuesto a olvidarlo
Pero no olvidarme de mirarte
Ya sin saber tu nombre ni quién eres
Abandonadas las listas de libros a final de año
Y las fotos de los viajes que hicimos juntos
Estanterías polvorientas con regalos de amigos
Acumuladas las tareas en la pizarra
Nada más habrá que hacer ese día
No pido más que mirarte, no olvidar mis ojos
Mirarte como te quise, ya no sabré que te quise
Ni cómo atarme los zapatos
Llorar estará fuera de sitio
Porque no entenderé lo que es una lágrima.
Si tuviera que olvidarte, ya en la última estación,
Perdida toda esperanza
Salvo para mí, que no tendré nada
Ni miedo ni tristeza ni rabia
La parte final de nosotros me gustaría
Que se pareciera a la primera
Cuando no éramos nada, y reías tanto
Reías más a menudo
No me mirabas con condescendencia
Y yo te temía y admiraba
Porque cada día podía perderte
Sin saber qué vendría mañana, a eso
Se parecerá el final:
Si tuviera que olvidarte,
Acabemos contigo riendo
Sin saber qué vendrá mañana.

sábado, 21 de marzo de 2020

confinamiento (I)

1. En estas vacaciones de verano anticipadas llueve y hace frío. Miro con odio a quienes salen de casa sin motivo justificado y luego vuelvo al sofá para animarme: lo estás haciendo bien. No me lo creo del todo. 

2. El nuevo uso de las palabras es tan antiguo que García-Márquez tendría que señalarlo con el dedo. Querer a quienes ya queremos, acercarnos a los que están lejos, conocer a quien quiera ser conocido. Mis amigos en multipantalla, mis padres con lag, redes sociales silenciadas. 

3. Abundan los planes para cuando todo esto termine. ¿Cuánto nos durará la euforia de la vuelta a la rutina? ¿Recordaremos que un día al salir y respirar fue como si nunca hubiéramos probado el aire? Apuesto que en dos semanas seremos de nuevo los mismos. 

4. Las caras en la radio son transparentes, pueblan la cocina y la llenan de lágrimas a la hora de comer. Estos días prefiero el reggaeton espontáneo en las terrazas de los vecinos a los que, de otra forma, nunca se lo hubiera tolerado.

5. El aplauso de las 20.00h me ha devuelto a zorro del Principito y su puntualización sobre los ritos. Domesticados como estamos, los minutos previos me generan una inquietud creciente, sin dar por hecho si acudiremos a la cita, si veremos las caras habituales, si nos despediremos hasta mañana a la misma hora.

miércoles, 11 de marzo de 2020

el deshielo

Arriesgando sobre hielo fino, el crujido bajo los pies acelerando el pulso, siempre a centímetros del error, conduciendo fuera de la consciencia como Senna en Mónaco '88, dejando ver todos los trucos desde el backstage, con las miradas más inapropiadas y los comentarios sutiles pero evidentes, lejos del tono adecuado y en el momento más inoportuno, sin la menor precaución pero muerto del miedo que se acumula sublimado en el recto-sigma y aprovecha cualquier despiste para escapar, los despistes que son constantes y descontrolados, sufriendo en este silencio tan elocuente a través de las manos, de la contracción de los músculos que circundan la boca, de la trayectoria siseante de la espalda y sin opciones de triunfar, sin una sola ventaja que ganar porque todo son pérdidas todo son pérdidas todo son pérdidas repítelo hasta que te lo creas salvo que no lo crees, inmune al fracaso por mecanismos pueriles de psicología, cualquier movimiento es una pérdida, hará que se rompa la capa de hielo primaveral y te empapes de realidad, Senna contra el muro bajando Mirabeau sin explicación para nadie más que para él, las cartas que se caen de la manga, risas desde la sombra de la platea y codazos cómplices que se limitan a confirmar lo ya sospechado, el fraude de un mago que no pertenece a ningún lugar tal vez porque no sabe pertenecer o tal vez porque le han echado de todos y la responsabilidad se encuentra en su mochila.
Arriesgando sobre hielo fino. Todo para el público emocionado, protagonista de un momento único y sin embargo mil veces repetido para mil públicos diferentes, acaso queda otro calor más que el calor del público, qué equivocado está, ignora deliberadamente que el calor que importa siempre estuvo en casa. La caída ha de ser dura, piensa mientras cae y planea la próxima actuación.

domingo, 5 de enero de 2020

here is the news


Entre lo nunca dicho y lo mil veces repetido corre el flujo incesante de la actualidad más rabiosa, gritos por las calles y muecas en los noticieros, los periódicos reservan el adjetivo apocalíptico de hoy para mañana porque siempre queda quien se atreva a ir un paso más allá, a elevar el tono un par de decibelios, y mientras tanto qué, nos preguntamos los que vivimos por el suelo, mientras tanto la fruta escarchada sigue sin figurar en el código penal y la nochevieja resultó enconada pero fructífera en soluciones políticas según los vecinos del 2ºD. 

La expectativa reza que los camellos beberán esta noche la leche depositada bajo un millón de abetos, y las pocas noches que salgo ya a beber le repito a cualquiera que me escuche que yo quise haber sido periodista pero algo salió mal, que yo quería contar la vida más allá de la que veo por la ventana predilecta que elijo en cada nueva casa. ¿Le contarán a alguien los camellos que ellos quisieron cubrir la ruta de la Seda? La cobertura predilecta estos días me temo que será azúcar glâcé, será otras las que busque cuando el día 7 vuelva la paz a los hogares y la guerra a las cabecera, me sentaré otra vez frente al televisor y le contaré a nadie que no voy a ser periodista, que mi manera de contar las vidas ajenas son frías descripciones en informes para su señoría, que las pequeñas ventanas de este blog me dan un poco de esperanza para no perder la alegría que a veces encuentro entre las letras.

Pero en fin, ahí estás tú. Una esperanza nunca compartida de que las letras no paren de escaparse, yo sentado frente al televisor jugando a que aparezcas en los cinco minutos que quedan antes de que salga a correr, en ocasiones camuflada entre formas, colores y pantallas en verde. Sucede que tus noticias me llegan antes si no te busco en este hilo unidireccional, y me río cuando oigo que te mencionan porque tengo la vanidad más estúpida. Entre tantos años sin ponerte carne y hueso me divierten los giros de acentos, el vestuario y las pinturas de guerra.

Esta noche le cambiaré a los camellos la leche por fruta escarchada, le quitaré las pilas a la radio y no abriré los periódicos en el teléfono, escribiré a ratos por si hubiera alguien que lee. Tal vez mañana sea una jornada histórica, otra más, Napoleón a estas alturas del s. XXI ya hubiera pedido una excedencia por cuidado de familiares. Y me quedaré escuchando y haciendo tiempo  vestido para salir de casa con el mando en la mano a la espera de que cuentes; seguro que queda algo que merezca la pena ser contado.

Para tus 32, años después.


viernes, 3 de enero de 2020

al principio de los años veinte

De nuestro amor que ha cambiado me quedo con el recorrido. En los bares he oído últimamente debates estériles sobre el presumible paso de década en estos días. No me importó, y si me importase sería sólo para pensar en cómo ha cambiado nuestro amor al atravesar tres décadas diferentes, de los niños que fuimos y apenas somos, de los adolescentes que nos besamos, de los jóvenes que residimos, de los adultos que nos equivocamos en tantas ocasiones.

De nuestro amor que ha cambiado (de nuestro amor, ¿qué ha cambiado?, tal vez nada más que la importancia de la gramática y la puntuación) pienso en la capacidad de materializar los escalofríos que ya han visitado múltiples espacios de mi cuerpo: al inicio fueron en el estómago, otras veces en los brazos, en el intestino las peores, en la espalda ahora que hago corpóreo un deseo nunca nombrado; si acaso no es un paso de década en el calendario al menos se viene detrás de mi frente, quizá en mis sienes ya anunciado.

De nuestro amor, que ha cambiado, disfruto las voces ajenas y las apuestas que se echaron a perder sobre su presunta precocidad, sobre su predestinación, los equipos ingleses que fichan y ceden en pretemporada, las metáforas ferroviarias y tantos discursos que oh dios si yo fuera otro echaría en cara pero que no echo en cara porque ellos son ellos, y tú y yo somos dos. Que la única moneda a la suerte en la que creo es el modo aleatorio que me está regalando el reproductor de música mientras tecleo estas frases a las que quiero dotar de significado y qué equivocado estoy, palabras vacías o brumosas, el poder de los adjetivos para disfrazar las pocas verdades que en estos tiempos pueden decirse sin llegar a las manos.

De nuestro amor que ha cambiado dejé pasar muchas oportunidades y ya no se puede esperar un anillo escondido en un postre de chocolate (enorme riesgo de obstrucción intrínseca de vías respiratorias) ni una rodilla hincada (terrible peligro de tendinitis rotuliana) ni un reloj con espectacular correa de cuero (susceptible de empaparse de líquido amniótico) ni una visita a la terraza del Empire State (altar propiciatorio de suicidas y guiris) ni un ramo de tulipanes (ofensa al cambio climático) ni una banda de mariachis aunque reconozco que eso me haría reír y reír es lo que más quiero en estos días de niebla cerrada y familias idiotas, reír es lo que quiero cuando los dos sepamos que estoy aterrado por completo con todo lo que ha cambiado nuestro amor, con que nunca estaré preparado para todo lo que va a cambiarme la vida.

De nuestro amor, que ha cambiado mucho, recuerdo cuando apenas existía o era un soplo como un fantasma. En aquel hueco de entonces me salvé por mucho menos de lo que merecía de que se me fuera la vida por la borda mientras cruzaba la frontera portuguesa en un tren. Puede ser que todos los días desde aquel enero tan frío sean un regalo. Apenas me acuerdo de vivir acorde a esto. Es pura supervivencia, no sabría hacerlo con la carga de tener que aprovechar todos y cada uno. Pero, si esta hipótesis fuera cierta, si cada día desde hace tantos años fuera un regalo, en mi defensa sólo podría decir que soy consciente de que a pesar de todo lo que ha cambiado nuestro amor, eres lo único que ha sido constante a lo largo de todos ellos.