Que yo lo sé de sobra:
las misas no van a traerte.
Te conservan los western,
los pinchazos de la insulina,
siete sardinas y media,
la mano huesuda que me agarra por las escaleras
del colegio.
Hay quien prefiere el dolor,
adictos a la ausencia
crónica
de endorfinas.
Yo sé de sobra que no es mi caso,
que me quedo con tu mano,
o su ausencia,
y no una lápida.
Lo aprendí de ti:
en los western
el bueno las pasa putas.
domingo, 22 de julio de 2012
jueves, 19 de julio de 2012
Balada del principio del tiempo
Quién sabe lo que hubo al principio
del tiempo. Al principio del tiempo no había más que un principio,
y se contemplaba a sí mismo en eterno onanismo. Ese principio no
había pensado en el tiempo. No había pensado en los infinitos
instantes que suceden entre una vez que se contemplase y la
siguiente. No había pensado en la suma, la resta y demás
operaciones matemáticas que podían acontecerle con las fracciones
en las que dividiese su existencia. No había pensado en echarse a
andar. Si se hubiera echado a andar, quién sabe, quizá se habría
tropezado consigo mismo descubriendo, al mismo tiempo (qué paradoja)
que existían los círculos y el suelo. De esta manera, poco a poco
todo fue tomando forma. Primero, como ya queda dicho, el suelo. Sobre
el suelo, el círculo. Alrededor de ese círculo, el principio se
movía. Veía su propia cola y, reconociéndola como propia, no se
planteaba la ruptura de la continuidad. Cómo iba a plantearse este
principio un final. Cómo iba a plantearse que existían letras y no
eran infinitas. Que quizá un día se terminasen todas las
combinaciones de letras posibles y entonces todo estuviera ya dicho.
Que habría sonidos y también serían finitos. Que quizá un día
las combinaciones de sonidos dieran al traste y todas las canciones
componibles ya estarían compuestas. En resumidas cuentas, aquel
principio del tiempo no concebía un final mientras sólo podía
mirar su cola, parte nata de sí mismo, caminando sobre el círculo.
Quién sabe lo que hubo al principio
del tiempo. Pero sucedió que un poco después del principio las
cosas ya empezaban a ser cosas. Y entonces el principio fue
consciente. Fue consciente de que caminaba, y miró hacia abajo. Vio
el suelo, que no iba a ninguna parte. Entonces, por algún rebote,
miró hacia arriba y como no vio nada se extrañó. Pensó que si
había un abajo, debería haber un arriba. Se sentó en el suelo e
imaginó, pero no se veía nada. No había luz. El principio no
conocía la luz ni las formas. Pero todo era posible, porque era el
principio. Y con un dedo tocó el techo e hizo una marca de luz. Le
entusiasmó, e hizo más, muchas más. Por fin era consciente de que
existían cosas que no eran él mismo. Cosas que no eran el
principio, pero que eran tan nuevas que eran alcanzables. Cosas. La
palabra le produjo cosquillas en la lengua y fue así como se enteró
de que tenía lengua y podía formar palabras. Decidió dejar las
palabras para después de tocar el techo un rato más y hacer unas
cuantas estrellas. Cuando se cansó de hacer estrellas, fue a por las
palabras. Empezó por lo simple. Yo. Abajo. Suelo. Estrellas. Lo
básico, lo que conocía, no había mucho más. Mientras hacía
palabras, seguía caminando. Caminaba en círculo. Cuando la palabra
Círculo vino a su boca dio saltos de alegría, porque era esdrújula,
y a nadie antes se le había ocurrido una esdrújula. Así que
Círculo fue la primera palabra esdrújula. Las que vinieron más
tarde, más trabajadas, pulidas, manufacturadas, fueron mucho menos
meritorias, visto desde ese lado. Sólo seguían un genial camino
marcado por el primer círculo sobre el suelo. El principio se sentó
y le contó a las estrellas lo que era un círculo con las pocas
palabras de las que disponía. Eso también tuvo mucho mérito,
porque fue la primera historia, y lo fue sin apenas más verbos que
los de la primera conjugación y alguno de la segunda. Lo irregular
no existía aún. El principio no había tenido tiempo para pensar en
la imperfección.
Quién sabe lo que hubo al principio
del tiempo. Pero sucedió que mientras le iba contando a las
estrellas lo que era un círculo con sus nenonatas y escasas
palabras, el principio se dio cuenta de que aquello era imperfecto.
De que no tenía palabras suficientes para definir la maravillosa
redondez del círculo sobre el que caminaba. Desearía haber tenido
palabras como Suave, Lineal, Simétrico (que fue, por lo tanto, la
segunda esdrújula) y como todo era posible, las palabras afluían a
su boca en cuanto las pensaba. Sin embargo, ni aún así se sentía
capaz de definir la belleza y la admiración que el círculo
despertaba en él. Entonces se sintió triste. Se sintió triste al
ver que lo imperfecto existía y no sólo eso, sino que lo llevaba
dentro. Caminando de nuevo, puesto que había descubierto que era su
forma favorita de pensar, el principio pensó. Tanto pensó, y tanto
malo sobre la imperfección, que acabó pensando algo bueno. Pensó
que su círculo era perfecto y ya no era mejorable. Pero que por el
otro lado, todo lo que era imperfecto, como su burda explicación,
era susceptible de ser mejorado. Así que siguió caminando pensando
cómo mejorar su historia. Así fue componiendo nuevas palabras.
Llegado cierto momento, se cansó. Al fin y al cabo, pese a ser algo
tan importante como el principio de los tiempos, no era más que un
principio. Un principio. Eso es, eso dijo. Un. Si había Un, podía
haber varios Un. Unos, se dijo a sí mismo. Y se puso a agrupar los
diferentes Unos. Un y Un podría llamarse Dos. Un, Un y Un serían
Tres. Así, en adelante.
Quién sabe lo que hubo al principio
del tiempo. Quizá hubo un principio que se estaba empezando a cansar
de serlo, porque al principio era bello imaginar y crear, pero
siguiendo así aquello hastiaba. Desearía haber podido imaginar un
sofá y una televisión en la que emitiesen algo que le permitiera
desconectar de su labor voluntariamente aceptada. Por otro lado,
estaba satisfecho consigo mismo. Había hecho muchas cosas y muy
bonitas. Tantas que le llevó un buen rato pensar en todas ellas. Al
principio el principio no se dio cuenta, pero en vez de caer en el
sueño, según pensaba en todo lo nuevo, se iba despertando poco a
poco. Se despertaba porque se estaba asustando. Se estaba asustando
porque aquel fue el primer instante en el que se dio cuenta de que.
Perdón, empezaré de nuevo: se estaba asustando porque aquel fue el
primer instante. Fue el primer instante porque el principio del
tiempo se dio cuenta de que lo era: de que había un tiempo, había
un río constante e intangible que encauzaba todo lo que estaba
sucediendo. Dentro de ese río cabían todas las vueltas que había
caminado. Cabían las veces en que se había sentado a descansar.
Cabía todo lo que había sacado de sí mismo para hacer las
estrellas, las palabras, los sonidos. El principio del tiempo se dio
cuenta de que aquello no era un juego, aquello era irreversible. Fue
consciente de que aunque se quedase quieto, sentado y con los ojos
cerrados, aunque no le contase a nadie lo que había sucedido, algo
dentro de él ya sabría para siempre de la existencia del tiempo, y
eso no tenía marcha atrás. Cada vez que pensase, aunque fuera de
refilón, en el tiempo, caería un nuevo instante a la lista de
instantes que ya se quedaban atrás. Con cierta ironía comprobó que
esto de la irreversibilidad también era imperfecto.
Quién sabe lo que hubo al principio
del tiempo. Lo que sabemos a ciencia cierta es lo que hubo un poco
más tarde. Un poco más tarde del principio, aunque no sabemos
cuánto más, el principio, después de mucho pensar con los ojos
cerrados, se decidió a seguir caminando para siempre, porque si se
detenía, detenía el tiempo. Si seguía caminando habría nuevas
palabras esdrújulas, canciones inauditas, estrellas nuevas en
lugares recónditos de un cielo muy negro. Luego de estar caminando,
quizá mucho tiempo después, aunque no sabemos cuánto más, vio que
al otro lado del círculo estaba él mismo, que podía ver su propio
final y que, por lo tanto, algún día se sentaría de nuevo, cansado
de pensar cosas, canciones, algún día las estrellas dejarían de
girar en círculos, se pararían y caerían. Al principio del tiempo,
después de varios principios, el principio se dio cuenta de que
habría un final.
martes, 10 de julio de 2012
Miembro fantasma
Hay un uñero en mi dedo gordo del pie derecho. Hay un uñero y yo sueño con él. Lo sueño vaciarse entre burbujas purulentas, sueño entonces que descanso. Otras veces lo vacío con mis propios dedos y acabo con las yemas manchadas de sangre. No huele tan mal, no es tan fea. La deslizo entre el índice y el pulgar hasta que deja de ser líquido y se convierte en hematocrito triturado. Mi uñero no me deja correr y no me deja jugar a fútbol. Mi uñero me obliga a sentarme en la silla que menos me gusta de la casa para dedicarle atenciones. Agua templada con sal. Povidona yodada. Nos miramos y, si una vez nos comprendimos, poco a poco empezamos a odiarnos. Ya apenas sueño con mi uñero, ni obtengo placer vaciándolo. Ahora sólo pienso en todo lo que podría hacer sin mi uñero. La cantidad de sangre que me ahorraría. Todos los calcetines que evitaría limpiar. Los kilómetros que podría correr de nuevo y los goles que marcaría. Esta mañana no me gusta mi uñero. El hacha está demasiado cerca. Esta mañana ya no tengo un uñero en mi dedo gordo del pie derecho. Esta mañana ya no tengo dedo gordo del pie derecho. No volveré a jugar con él, ni envejeceré sentado obligatoriamente en la silla mientras engordo por mi inmovilidad obligada. No gastaré más sal ni más betadine. No me dará más placer, pero tampoco más dolor. Pero lo que me asusta en realidad es nadie me librará de volver a soñar con mi uñero.
lunes, 9 de julio de 2012
Películas
no te rías, que es verdad:
que no me lo ha hecho nadie,
(Marea)
1.
El rocanrol y el verano me lo han enseñado todo. Reducir marcha, acelerador que se besa con el dedo gordo, la suela de las zapatillas fundida. El aire caliente entrando por la ventanilla bajada, la marca de las gafas de sol. Las bicicletas aparcadas a la sombra fueron nuestro paraíso. Ahora no queda nada de los pueblos. El apocalipsis zombie terminó con la tercera edad y las calles están vacías de mutantes con boina y bastón. La hierba siempre amarilla yace esperando el abrazo de un incendio que la mate pero que le dé la última emoción. Quizá es que son así los pueblos y los veranos que conocimos. Sólo están tumbados sobre la ladera de la colina esperando a morir de alguna forma que sea tan emocionante como si prometiera la resurrección.
2.
Sin tener por qué, pero lo has hecho. Yo iba a dormir en un garaje y me has dado la espalda en tu cama. Es más de lo que nunca he tenido, porque yo nunca he tenido nada. Ahora tampoco tengo nada, pero no tengo un garaje y un orinal, no tengo el olor a gasolina en el pijama de manga larga, tengo la suerte de que cuando te dés la vuelta de nuevo quizá me respires un poco más cerca. Y eso, sin ser nada, sino sólo por el hecho de que lo has hecho sin tener por qué, es más de lo que he tenido nunca.
3.
El riesgo está medido en las cervezas que hemos bebido. La cuerda floja es una medida exacta del silencio que almacenas. Luego vienen las noches y las huídas. Los secretos crecen tanto que se escapan de las bocas y de las manos. Las ciudades son demasiado pequeñas para guardarlos. El riesgo y la cerveza siempre han viajado juntos, la cuerda floja no ata el tiempo ni nos ata a ti y a mí.
4.
Las películas son todo lo que queda al final de las películas. Hubo un tiempo en que las vidas se recogían en 8mm y por lo que leo en las carteleras hoy se tropiezan todas a 3 metros sobre el cielo. Las películas son todo lo que queda para una adolescencia tardía, quedan las frases y momentos fingidos. Quedan besos bajo la lluvia, héroes con sonrisa descompuesta que resisten el infinito plano americano. Los guiones adaptados, los finales abiertos. El cine que hace soñar no tiene nada que ver con la película que ponen cada mañana en mi calle. En esa no gana ni pierde nadie, no hay buenos y malos, no hay blancos y negros. Hay millones de grises.
5.
Se pueden construir existencias completas en base a tópicos. La vida es un folio en blanco. El fútbol son 11 contra 11 y siempre gana Alemania. Podría pasarme horas enteras jugando a un divertido juego en el que no dijese nada, y sin embargo, no dejaría de hablar. Son juegos de silencio. Hay canciones que están construídas a base de silencios: From the beginning, Thriller, Down to the waterline. Lo importante del silencio no es cuanto dure, sino dónde acaba. El silencio no es un tópico, el silencio es sólo el camino que, una y otra vez, te lleva a la casilla de salida. Si quieres un tópico, cada día es empezar de cero. Pero eso sería demasiado peliculero.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)