viernes, 29 de octubre de 2010

Marlowe sigue vivo, me lo dijo un amigo (Parte X)

X.¿Sabes? Me acuerdo de ti cuando oigo aquella canción.

He dormido mal. Soñé con los rizos de Rose Black. Ibamos a un bar. Un bar oscuro, un bar con música de trompeta. Bee-bop-a-loola. Había rostros conocidos, borrosos. Luego corríamos por toda la ciudad. Las farolas proyectan luz redonda. Después hay sombra. Luz. Sombra. Luz, sombra. Y al final, en una sombra, Rose me agarra el paquete y me despierto empalmado. Debería haberme ido de putas hace tiempo, esto me está matando.

Son sólo las siete. Llevo una semana queriendo café y nunca tomándolo. Gino's ya está abierto. Hay historias que me hacen creer en el amor. Creo en el amor cuando le veo las tetas a Gina, la mujer de Rob. Él es un calzonazos, le puso el nombre de su mujer al café, y luego cambió el sexo para parecer que era quien llevaba los pantalones. El autoengaño es un buen complemento para quien no sabe vestirse adecuadamente. Pero eso no significa que el resto estemos engañados. Sólo tienes que ver los que repetimos taza sin pagar. Gira la cabeza: esos tres pimpollos y yo nos la hemos pasado por la piedra. Quizá la semana que viene haya otro más, y a lo mejor el año que viene el bar ya no produce ganancias. Da igual, a Rob le da igual con tal de sentir que tiene a Gina. Esa es la auténtica felicidad para unos, otros con la tercera taza y un sueño húmedo nos conformamos.

El periódico habla de gilipolleces. Hay un gilipollas que manda en el país, hay otro gilipollas que manda en la ciudad. Hay gilipollas que corren detrás de un balón. Escondidas entre tanta paja están las páginas que me gustan, las que me dan de comer y de beber. Esquelas. Anuncios clasificados. Morena, 25 años, tetas grandes. Lulú, me gusta recibir. Joder, esto está lleno de enfermos. Jamie, cubana, griego, francés. Nena, con ese dominio de los idiomas podrías hacerte un máster y salir en primera página, no en las cinco últimas. Y vienen los sucesos. Eso es pura carroña, la gente decente no mira entre las líneas, sólo los que tragamos un poco de mierda nos damos un paseo por ahí.

Esta mañana hay dos asesinatos. Uno no me interesa. Otro sí. Un asesinato en el 345 South Valcabado Ave. Un criado negro. Asalto a una mansión, dos tipos enmascarados, qué extraño. Huelo que no iban a robar. El negro sacó la pipa. No la del medio. La de matar. No, no la del medio. La de matar tíos. Y mató a uno, pero eran dos, y eso, incluso siendo negro, te pone las cosas difíciles. En ningún sitio nombran a Rose. Han cazado al segundo hombre armado un par de manzanas más abajo, herido en la pìerna. Voy a llamar a Jimmy, a ver si aún me queda algún amigo en comisaría. No quiero policía en esta basura, pero a veces incluso ellos son necesarios.

Media hora después estoy en comisaría. Jimmy pesa cuarenta kilos más que la última vez, le han sentado bien los ascensos. Está contento de verme, parece orgulloso de haber pillado a un idiota al que un negro le ha colado una bala en el muslo. Jimmy me explica por encima la historia, y yo escucho como si me ofreciera una enciclopedia que no voy a leer en mi vida. Ahora quiero ver al detenido. Ahí lo tienes, con la cabeza entre las manos, con tres o cuatro morados en los brazos, un ojo a la funerala y la pierna izquierda vendada.

- Alfie, siempre te dije que acabarías mal.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Marlowe sigue vivo, me lo dijo un amigo (Parte IX)

Enlace a parte VIII y anteriores

IX. IX.Jesucristo dijo “perdonad” pero también dijo otras muchas cosas.

Por la noche, en todas las partes del mundo existe un lugar desde el que se pueden ver las luces de la ciudad, un sitio silencioso desde el que se oyen los pocos coches que pasan a lo lejos, se ven neones y farolas, se pueden imaginar vidas ajenas y hasta se puede beber cerveza. En verano esos sitios suelen estar atestados de adolescentoides con coches de segunda mano recién estrenados en los que llevan a sus pseudonovias a fornicar salvajemente en el asiento trasero y en el del copiloto, pero cuando llega el frío y el instituto empieza a las 8.30 todos esos niñatos se volatilizan y el lugar elevado sobre todas las ciudades del mundo queda libre.

Queda libre para personajes poco recomendables como podemos ser Mickey y yo. Subimos en su coche con botellas de cerveza.

- Por los viejos tiempos -le engañé.

Me había planteado fríamente por dónde llevar el asunto, y decidí que no podía ir solo a la reunión con todos los buitres. Al menos no a cara descubierta. Necesitaba un farol, un joker, un hombre de paja. Ese tío podía ser Mickey perfectamente: al fin y al cabo si estaba en esto era por él. ¿Gracias a él? Era otra forma de decirlo, cada uno se puede expresar como quiera. Ahora podía inculparlo sin que lo supiera, y él, ignorándolo también, podía expiar su culpa siendo mi marioneta. Para eso tenía que ponerlo de mi parte con otro farol más.

- Verás. No sé cuánto sabes sobre Joe el Gerente. Pero yo lo sé todo.

Su mirada...Su mirada fue de completo acojono. Eso significa cosas. Significa, en orden cronológico: primero, que sabe más que yo. Segundo, que lo tengo por los huevos con sólo un giro de mano. Tercero, que tengo que hacerle beber toda esta cerveza para hacerle hablar. Cuarto, que tengo que fingir muy bien.

- ¿Cómo lo sabes? - creo que olía un poco a mierda.
Rose Black.

Joder, a veces me sorprendo incluso a mí mismo de lo bueno que soy. Le acabo de enseñar una escalera de color real. Mickey ya no puede abrir más los ojos sin que se le salieran de las órbitas. Le he dado en todo el estómago. Así que hay tema con Rose Black. Este tema no está tan perdido como creía, tenemos un hilo.

- Rose...jodida Rose. Nunca pensé que cantara.
- Ya ves, amigo. No puedes fiarte ni de tu padre en este sitio.
- ¿Cómo lo sabes?
- Esa pregunta ya la hiciste, Mick. No te repitas. Ahora dime por qué no me contaste nada.
- Tío, tío, tio... lo siento, de verdad. De verdad, de verdad. Tío, tío, lo siento.

Este pollo se repite. Está nervioso. Tiene que beber más. Estoy jugando con algo que no sé y no parece que vaya a contarme nada nuevo.

- Vamos, colega. Cuéntame por qué. Por qué todo. Por qué Joe, por qué Rose, por qué Alfie y por qué yo -le miré directamente a los ojos, durante unos diez segundos, hasta que se derrumbó.
- Sientate, que esto va para largo.

En todas las ciudades existe ese lugar desde el que sentado en el capó de un coche te puedes sentar en silencio a ver las luces allí abajo mientras escuchas la más inverosímil de las historias. A la duodécima cerveza Mickey ya no atinaba demasiado bien con las palabras, y yo ya sabía lo suficiente, de modo que lo senté de copiloto, y arranqué su coche, un coupé verde esmeralda con el que paseé por las calles vacías pensando un rato antes de dejarle en su casa. Con todas las canciones que ha entonado podríamos hacer una ópera, aunque yo nunca he ido al teatro ni podría soportar dos horas sentado en una mierda de butaca viendo a una gorda gritando.

Prefiero imaginarme delante de Joe el Gerente dando un Do de pecho, mientras a su espalda bailan en círculo muy bien agarraditos Alfie, Mickey y la señorita Black. De pronto aparecen tres barítonos más para que me hagan un coro, y Anna la viuda cantará un dúo de féminas con otra novedad.

Empieza a gustarme el music-hall.

domingo, 24 de octubre de 2010

Marlowe sigue vivo, me lo dijo un amigo (Parte VIII)

Enlace a parte VII y anteriores


VIII. Desde un autobús, con gente extraña, me mirarás, perdida en el atasco de tus sueños

El apartamento estaba hecho un asco. En las películas cuando quieren aparentar desorden, reparten al azar la ropa, revistas y demás cachivaches por la habitación, simulando un caos que es totalmente irreal, porque no pueden recrear dos elementos indispensables: el polvo y el olor. Mi apartamento sí tenía polvo y sí que olía, olía asquerosamente mal. Después de media hora en el Nirvana seguía estando calado, así que lo primero que hice fue pegarme una ducha. El agua caliente ayuda a reflexionar, es como si el espejo al empañarse te aislara de todas lo prescindible, y te dejara una única vía de pensamiento. Me quedé un cuarto de hora debajo del chorro con los ojos cerrados y todos los personajes de la servilleta dando vueltas en la cabeza, bailando una danza ritual en círculo, sonriendo al ritmo de Chuck Berry y un riff en Si.

Cuando salgo de la ducha, me paseo en pelotas por el piso. Los vecinos no miran, no saben, o no quieren saber. No soy Apolo ni Adonis, no me llega hasta las rodillas. Qué coño más da si me paseo vestido o desnudo. Desnudo y con la cabeza más despejada, consideré que era un buen momento para ordenar un poco.

Empecé por la habitación donde tenía el despacho. Había periódicos de los últimos dos años, amontonados en cuatro columnas. Si volvía a leerlos, podrían pasar otros cuatro años más, por lo que los tiré. El detective en el cine, abriendo al azar uno de los periódicos, siempre encuentra una noticia que le da la clave del caso, lo resuelve y se larga en un fundido a negro. Intenté la misma jugada: uno nunca sabe con estos chanchullos. No, no funcionó. Las noticias de la página de sucesos eran auténticas payasadas, y ninguna mencionaba a los chicos de la servilleta, ni de rebote.

Acabados los periódicos me puse con mi mesa. Aquí ya tenía más cartas en la mano para que apareciera algo jugoso. Solía organizar los casos en pequeñas cajas de cartón, más pequeñas que una de zapatos. Cuando estaba Eileen, sí que utilizaba las de sus zapatos, pero se las llevó todas, dejandome sin sitio. Había cinco cajas sobre el escritorio. Las tres últimas infidelidades que había tenido que seguir, un asunto de pasta en herencia, y un moroso. Lo guardé todo en el armario, no me apetecía bajar a la calle a tirarlo. Barrí un poco de la mierda que poblaba el suelo, y me sentí mucho mejor con la casa y conmigo. Para todo lo relacionado con la Central, tenía una caja de mis propios zapatos y un archivador de papeles. Un buen psicoanalista habría determinado que esos tres años me traumatizaron, pero yo tenía dinero para conseguir un diagnóstico. Aquellos tres años allí, la comida, la gente, la 408, los malos y los buenos momentos, son recuerdos que no se borran fácilmente, quizá porque no quería que se borraran. Habían sido muy interesantes, sobre todo porque me pusieron en mi sitio. Cuando de allí era el mismo, pero también había dejado de serlo.

No sé si me explico, todas esos rollos trascendentales se han hecho para gente mucho menos pragmática que yo. Yo sabía que conservaba mis principios, pero la máscara que llevaba puesta al salir era de otro color. En ocasiones, pocas, pero suceden, echo de menos aquello. Echaba de menos a Mickey, Paul, y Mine. Y sin embargo, los esquivaba para ir dejando atrás todo. Me jodió cuando vi a Alfie y Mickey en aquel portarretratos. Pensé que lo sabía casi todo sobre ellos, estaba convencido de su transparencia, y de pronto se volvían opacos como el jodido cielo en las noches de tormenta sobre la ciudad, con ese resplandor naranja que no te presagia nada bueno ni te deja ver lo que hay detrás.

En la caja había una foto de nosotros tres. El sepia se iba desdibujando, me encantan las metáforas de algo que sucede en la vida real. Allí estábamos, más jóvenes, sonreíamos. Me salen arrugas por meterme en estas cosas. No tenía huevos a pillarlos a los dos de frente y soltarles todas las bravuconadas que me venían a la cabeza. Empecé a escribir el desarrollo.

Es martes por la noche, el viernes tenemos la cita en Art's Coffee. Dos días y medio, casi tres. Mañana tomo café bien cargado y llamo a Mickey. Ese hijo de puta sabe algo y quiere algo. Si no, ¿por qué me iba a haber cogido por banda aquel lunes para emborracharme y meterme en la cabeza este lío?

sábado, 23 de octubre de 2010

Marlowe sigue vivo, me lo dijo un amigo (Parte VII)

Enlace a parte VI y anteriores

VII. J'veux ton amour, et je veux ta revanche.

Cuando salí de la casa, diluviaba. Diluviaba y no había autobuses. Mal, mal las dos cosas. Sin dinero para un taxi, caminé durante una hora y media hasta llegar al barrio. Calado por completo, decidí de forma errónea entrar en el Nirvana. El Nirvana era un antro al lado de mi casa donde se reunían los de siempre día tras semana tras mes tras año. Si alguno de ellos hubiera vivido un siglo, habría seguido yendo allí a privar. Lo de que vayan siempre los mismos tiene su parte buena y su parte mala. La buena es que no tienes nada que temer, la mala es que todo se sabe. Yo lo sé todo sobre ellos, vivo de eso, pero creo que ellos también lo saben todo de mí, y eso no me conviene en absoluto.

De lo de Joe el Gerente no le había dicho ni una palabra a nadie, absolutamente a nadie. Quería hacer todo el asunto yo solo, sin intromisiones, llegar hasta el fondo, saber quién y por qué se había cargado al gordo. Cada vez me tragaba un poco menos lo de la muerte natural. Cuando cascó debía al menos trescientos mil pavos al menos a tres tipos diferentes que al menos lo habrían matado de tres formas distintas. No creo para nada en la casualidad. No hay casualidades como esas. En el Nirvana nadie tenía por qué saber nada de esto, o nadie debía saber que yo estaba intentando poner las cosas claras. Por eso empecé a tener miedo cuando Papercut se me acercó. Charlie, el barman de la Harley, me miró raro desde detrás del hombro de Papercut, pero yo le hice un gesto de que dejara estar. Tenía toda la curiosidad del mundo. Papercut no se llamaba así, pero su rostro cortado, amarillo y cuarteado como un pergamino, le había valido este apelativo. Ahora seguro que ni él sabía su nombre. Sin embargo, sí que sabía el mío.

- Brats. Me han dicho que te mezclas en asuntos oscuros, cosas de Lucarno.
- Ahá.
- Brats. Eso no te conviene en absoluto. Es un charco muy grande para una sardina como tú.
- Ahá.
- Brats. Te va a costar un desengaño o un tiro en la barriga.
- ¿Sabes, Papercut? Ya he tenido uno de cada, y no me he muerto, así que puedo seguir jugando.
- Brats. Un día te va a perder tu boca.
- No si sé cómo utilizarla. Y deja de desgastarme el apellido, gilipollas -es mi insulto de cabecera. Otros pegan tiros o puñetazos, yo llamo gilipollas a la gente- Sé nadar en este charco aunque te empeñes en mear en él para hacer olas. Déjame en paz, Papiro.
- Te voy a soltar una hostia de las que hacen afición, payaso, te estás ganando enemigos.

Hecho este estúpido aviso, intentó darme un puñetazo con la derecha que yo esquivé. Se pasó de largo y me ofreció todo su costado para sacudirle una patada en las costillas. Yo podría haber llegado lejos golpeando balones, y aquí estamos, golpeando gilipollas. Eso también está bien, se libera adrenalina. Tenía ganas de moler a alguien a patadas, pero me contuve y sólo le solté otra más en la cara. A veces me gusta sentir un poco de sangre en el zapato, oír cómo cruje un diente. A todos nos gusta, pero no siempre podemos, incluso nos toca de vez en cuando ser el diente. Abrí de nuevo la boca, la que según Papercut me iba a perder.

- Aprende a pelear, gilipollas. Y largate de aquí.

Charlie me invitó a una cerveza por limpiarle el bar de idiotas. Yo cogí una servilleta y empecé a poner en orden las ideas que hasta el momento había encontrado. Joe el Gerente, endeudado hasta los huevos, estaba muerto. Anna, su viuda, quería mambo. El mismo mambo que Joe le negaba desde que la pelirroja Rose Black había entrado en su vida. Alfie y Mickey, a la sombra del gordo durante dos y tres años respectivamente, conocían a la pelirroja de algo. Había un psicópata con un lapicero, y Papercut también sabía algo del asunto. Los dos últimos me tenían ganas, a priori por investigar este asunto, aunque no podía descartar que me odiaran por otras razones. No le caigo bien a la gente, por norma general.

Cómo me ponen las bolas de nieve que crecen cuando van cayendo por la ladera, arrastrando mierda, piedra, ramas. Luego me gusta verlas reventar en mil virutas blancas, es un espectáculo divertido, uno sólo tiene que asegurarse de que no le salpique nada. Esta bola sigue creciendo, tengo que buscarme un buen sitio.

martes, 19 de octubre de 2010

Marlowe sigue vivo, me lo dijo un amigo (Parte VI)

Enlace a Parte V y anteriores

VI. "Es una tribu de ficción, síndrome del bufón, héroes de novelista berbiquí, provocando desprecio y reacción"

Eileen se fue con un cantante. La vida es así. Yo no canto bien en absoluto, de modo que comprendo perfectamente bien su elección. Luego bebí, y eso tampoco mejoró mi voz. Visto por ese lado, Eileen tuvo una gran visión de pasado y de futuro. Me gustaba cómo se movía, me gustaba, era una mujer fuerte. Acaso todas lo son, no lo sé, nunca me he doctorado en esto. Eileen se fue con un cantante. De vez en cuando pongo la radio o escucho a alguien cantar sus temas por la calle, y me acuerdo de ella, con esa melancolía que te pega en la boca del estómago. Nunca he llegado a ver su foto en las revistas, pero si la viera, la recortaría y se le enseñaría a la gente.

Eileen se fue y su hueco lo ocuparon los problemas. Sin chica, sin dinero, sin alpiste, sin dinero para alpiste, con el despacho vacío y algunos hijos de puta llamando a la puerta para exigir. No enfoqué las cosas desde el punto de vista adecuado. Eso lo pensé durante tres años a la sombra. Yo tenía una carrera. Yo sabía qué hacer con mi vida, y en lugar de eso me fui equivocando de una en una. Al final llega un día en el que despiertas, y no puedes equivocarte más. Me equivoqué también con las mujeres. Me equivoqué sobre todo con las mujeres. Todo esto lo pensé mientras tenía en el hombro a la señorita Rose Black llorando por el cabrón de Joe el Gerente. Pensé que por culpa de zorritas como Rose Black y cabrones como Joe el Gerente había llegado a estar jodido, y que mañana me afeitaré y desayunaré café bien cargado.

- Señorita Black, ¿conocía usted a Joe?
- ¿Qué dice? ¡Pues claro que lo conocía!
- Esto...no me he expresado bien. Bíblicamente, que si lo conocía bíblicamente.
- ¿Es usted gilipollas? Joe no pisó una iglesia en treinta años...

Gilipollas. Gilipollas son las pelirrojas sin estudios obligatorios ni sentido del tacto. Ni sentido bíblico del tacto.

- Que si se había follado usted a Joe el Gerente, señorita Black.

Ya sé que te lo has follado, tú también lo sabes. Quizá hasta su viuda lo sabe. Sólo di que sí, y podremos hablar más claro. Pero antes de que me contestara, el negro hizo acto de presencia en el salón, con la clarísima intención de soltarme un par de hostias. Rose lo detuvo.

- Déjalo estar, Cleetus, el señor Brats quiere hacer un libro a la memoria de Joe. Es necesario que sepa ciertas cosas. Verá, señor Brats, yo... Yo...
- ¿Hacía usted la calle?
- Sí... eso es. Yo hacía la calle antes de conocer a Joe. Pero él me sacó de ahí, me trató genial, yo era diferente: él me hacía sentir diferente.

Para el carro, tía, esta peli ya la he visto y siempre acaba con pañuelos de papel, pero ahora no estamos llorando por ti, estamos llorando por un gordo cabrón que se fue al agujero lleno de deudas.

- ¿Le mencionó alguna vez él que tenía esposa e hijo?
- Sí, nunca me mintió. Nunca esperé nada más de él, nada más de lo que podía darme. Y me daba mucho.
- Comprendo -no, no comprendo, estamos hablando de un bipolar cojonudo que trata a sus amigos y clientes como el culo, y que sin embargo, saca a una putita de la calle y le pone una mansión, me estoy perdiendo-. Comprendo, señorita Black. Todos queremos honrar la memoria de Joe el Gerente. Le propongo que venga el martes a las 19 al Art's Coffee que hace esquina en La Marina Park, donde nos reuniremos unos cuantos allegados. Le garantizo discreción.

Le garantizo discreción y que más que un funeral a su memoria, va a ser una jarana de las que hacen época.

domingo, 17 de octubre de 2010

Marlowe sigue vivo, me lo dijo un amigo (Parte V)

Parte IV y anteriores

V. "Yo lo que quería era seguir soñando con mujeres desnudas que van al trabajo en autobuses rojos."

Conocí a Mickey y Alfie cuatro años antes de la muerte de Joe el Gerente. De hecho, los conocí a través de él. Era un mal momento para mí. Había huído de la otra ciudad con el rabo entre las piernas, como hacemos todos, pero con el rabo en carne viva. Y encontré la Central por casualidad. Miento, no la encontré por casualidad. Ya dije hace rato que no creo en las casualidades, que nos las trabajamos. Yo me la trabajé después de una resaca infame, paseando. Cuando estás borracho es divertido mirar la acera: pasan los rectángulos demasiado deprisa, se te desenfoca la vista. Te pierdes, sales de este mundo y entras en alguna otra realidad caleidoscópica donde seguro que hay muchos menos hijos de puta y úlceras en la boca. Cuando estás de resaca también es divertido mirar la acera, no ves todas las caras de asco en ciudades grises.

- Mira por dónde vas, amigo.
- No tengo amigos en este sitio, ni quiero.

Mickey se presentó con un gancho de derechas. Después nos hicimos amigos. Un buen tipo, algo más bajo que yo, con cuello de toro y dos piernas como columnas de un templo griego. Luego supe que trabajaba con plantas, sin ser jardinero. Eso me sorprendió. Mickey siempre me pareció respetable, las manos limpias. Tocaba la trompeta por las noches. Tocaba como el puto diablo, lo vi llorar y reír detrás de ese apéndice dorado. Qué cabrón, me hizo llorar y reír a mí también. A veces desde la 408 de la Central lo escuchaba y pensaba que el mundo sería mejor con más trompetas y voces rotas.

Alfie entró en la Central más tarde que nosotros. Nunca tuve tan claro como con Mickey el hecho de que fuera trigo limpio. Se oían muchas historias. Coches, drogas, mujeres, policía, rocanrol. No creo en las historias que no escribo yo, así que tampoco tenía razones para desconfiar. Los ingredientes eran de calidad, de cualquier forma. Me gustaba su mirada de psicótico, su fobia social y ataques paranoicos. De alguna manera, creía entenderlo, de modo que lo trataba con total y absoluta normalidad donde los demás lo mandaban a tomar por culo. Hay gente que siempre tiene algo interesante que contar. Pero hace falta escuchar. Para escuchar hace falta tener tiempo libre. Para tener tiempo libre hace falta estar en el trullo. Nosotros lo estábamos. Jodido Joe el Gerente. 400 noches en la 408.

Nos cazaron después de cuatro joyerías. Nunca hemos matado a nadie. Explíqueselo al juez. 3 años, con las reducciones posteriores. No estuvo mal del todo. 400 noches en la 408.

Yo no creía en los demás. Creía en Alfie y Mickey. Me daban de fumar. Me daban conversación. Me daban hasta música. Y de pronto aparecen en un portrarretratos de aquella femme fatal pelirroja, de ojos azules.

Ojos azules. Dios, Eileen, dónde estarás ahora.

La pelirroja ha dejado de llorar. Espero que tenga buen voz, porque ahora hay que hacerla cantar.

sábado, 16 de octubre de 2010

Marlowe sigue vivo, me lo dijo un amigo (Parte IV)




Parte 3 y anteriores

IV. "¿Por qué todos los jugones sonríen igual?"

Llamé al timbre por pura educación. No soy de los que derriban puertas, tengo zapatos nuevos que me deben durar hasta navidades. El chabolo tenía dos plantas, un porche del tamaño de una cancha de baloncesto y césped suficiente para el Masters de Augusta. Llamé al timbre por pura educación, aunque no haya una forma educada de llamar al timbre. Abrió un mayordomo, criado o pisapapeles. Negro, dos metros diez y más de lo mismo en la entrepierna, intuí debajo de los pantalones ajustados. Me pone nerviosa la gente gorda, pero también la gente que tiene la polla grande. No es que tenga complejo. De hecho no llevo pistola. Ya sabes cómo funcionan estas cosas: coche grande, casa grande, letra grande, polla... En fin, vivo en 40 metros cuadrados, voy en autobús y escribo microscópico. Pero el negro me ponía nervioso, no sé por qué estoy dando explicaciones. El negro me preguntó mi nombre.

- Phil Brats.

Y esperé en el porche. Dos minutos. Dos pares de chancletas de verano, a pesar de que era otoño. Llovía, suerte de porche. Me voy a resfriar. El negro abrió la puerta de nuevo.

-La señora dice que pase.

Así que era una señora. Había llegado hasta el 345 South Valcabado Avenue sin tener ni idea de lo que me iba a encontrar, la verdad. El oro de Moscú. El cuartel general de la Yakuza. Todos los barriles de whiskey que le confiscaron a Al Capone en el 29. Una señora. Joe el Gerente no era manco. Era gordo y feo, pero no era manco. Con verdes en la mano puedes ser quien quieras, y puedes tener a quien quieras. Al menos eso es lo que supongo yo, que nunca he tenido verdes. Sí he tenido a quien he querido, pero no por los verdes.

La señora era más alta que yo. Pelirroja. Ojos azules. Joder, ya me estaba poniendo cachondo. Tenía que haberme tocado por la mañana, entre la ducha y el afeitado; puestos a usar la mano, mejor al completo. Eso me habría evitado momentos de tensión. Ya voy para una edad. Me ponen las mujeres, no las niñas que no han abierto aún las piernas. Pero pienso que el apelativo señora debería reservarse para otra clase de mujeres. Si no, las palabras acaban por perder su significado.

-¿Señor Brats? Pase.

Y pasé. El salón era más grande que mi apartamento. También más limpio, pero creo que hasta el jardín estaba más limpio que mi apartamento. Me senté empalmado en un sofá de piel. Mal asunto. Ella llevaba un vestido gris. Gris perla. Distingo colores, igual que distinguía su escote y sus tetas operadas. Aquí hay dinero. Joe el Gerente no se movía por nada.

- ¿En qué puedo ayudarle, señor Brats?
- Por favor. No me gustan los chistes fáciles- intenté provocarla. Luego me acordé de un gigante negro a menos de diez segundos de distancia. Qué más da.
- Señor Brats, por favor, sea educado. No nos conocemos. Soy Rose Black.

Zasca. Nombre falso. Por dios. Nadie puede llamarse Rose Black en este mundo, y quedarse tan tranquilo. Nadie puede ser tan estereotípico, tener esa mansión y quedarse tan tranquilo. Mejor: nadie puede ser tan ingenuo y jugar limpio. Ella no jugaba limpio. Yo tampoco.

- Señora...¿señorita? Black. Señorita Black -ante su afirmación con la cabeza-, verá, un amigo ha muerto. Joe. Joe Lucarno. Un buen amigo. Ahora recojo recuerdos para un memorial que haremos entre todos los colegas de la Central, que él dirigía y gestionaba.
- Joe Lucarno -diez segundos de silencio. Diez putos segundos se silencio y de pronto se me echa a llorar en un hombro esa mujer. Esa mujer.
- Por favor. No esté triste. Joe no lo querría así -qué más daba, el gordo estaba muerto, y aún estando vivo se la pelábamos todos, más aún todas.
- Usted no lo entiende.

Y me miró, me miró con esos ojos azules. Me quiero morir. Pero no sin antes... Bueno, me quiero morir cuando me mira con esos ojos azules, así que desvío la mirada, le apoyo la cabeza en el hombro, miro hacia la estantería, y veo fotos. Ahí está Joe el Gerente. Ahí está ella. Ahí están Alfie y Mickey.

¿Alfie y Mickey? Un momento...

viernes, 15 de octubre de 2010

Marlowe sigue vivo, me lo dijo un amigo (Parte III)


Parte 1
Parte 2

III. "Tienes dos opciones:La número uno es entregarte. La número dos es escapar. Tú verás cuál eliges."
"La número tres."

En el bus. Estoy sentado en la última fila, en el asiento contra la ventana derecha. Él se sienta a mi lado. Cerca. Demasiado cerca, joder. No me gusta que me toquen el brazo, no me gusta que los desconocidos me aprieten. Y me está apretando. Tiene el pelo grasiento y largo hasta los hombros. No me gusta la gente que no se lava. Tiene una libreta con un número de teléfono de nueve cifras y un lapicero. Ha cambiado las cifras por letras. Va haciendo columnas como hacíamos de niños. Son aleatorias. Me mira. Lo noto. Es mutuo. Nos quedan cincuenta minutos de viaje y me mira. Me va a matar. No me va a matar, pero me quiere matar. Empiezo a calcular las posibilidades que tengo contra él. Es más alto, tiene las manos más grandes. Iba a sacar mi libreta, iba a apuntar todo lo que sé por ahora sobre Anna y su culo gordo, sobre Joe y sus deudas y deudores.

Pero ahora no quiero. Ahora no puedo. Van variando en la columna las vocales y las consonantes. Son aleatorias. Pero sé que en algún momento van a poner mi nombre. Lo van a poner de una forma suficientemente ostentosa como para que yo lo lea, y lo sepa. Calculo mis posibilidades, hago mis estrategias en la mente, me dibujo sin lápiz clavándole el suyo entre la carótida y la yugular. Todo corre. En mi mente tengo otra americana, y un chaleco de otro color. Es curioso. En mi mente el autobús está tapizado. Creo que sigo pensando estupideces porque no tengo huevos a atacar yo primero. Las letras siguen corriendo, como alguna tragaperras: sandía, sandía, pera. Sigue rascando. Y el tío sigue rascando. De vez en cuando mira hacia mí y yo miro hacia adelante. Conozco a la mujer de allí delante, me la tiré hace un par de veranos. Pero él no lee mi mente ni mis polvos, él sigue cambiando letras aleatoriamente. Me estoy poniendo nervioso. Me aprieta un poco más contra el cristal. A su lado hay una gorda. Muy muy gorda. Quiere hacerlo pasar por un aplastamiento y culpar a la gorda. Lo veo claramente. Me ponen nervioso las gordas y los tipos que me quieren matar pero que ni siquiera abren la boca para darles una réplica ingeniosa. Sólo quiero darle un puñetazo. Ya tiene las 7 primeras letras de mi nombre.

Dos paradas. El abecedario rueda, sigue rodando. Dos letras. Diamante, diamante, pera. Insert coin. Hemos llegado. Cuatro páginas de su libreta garabateada. Se baja, y me mira a los ojos una última vez. Arranca hojas del cuaderno y las tira para que yo las coja. Las cojo: a mi nombre le falta la última letra, pero él lo sabe, sabe quién soy, sabe por qué he cogido este bus, y sabe lo que hace. Aunque, colega, yo también sé muchas cosas. Sé que hoy he tenido suerte. Pero sé que he acertado de lleno. Camino durante diez minutos: Valcabado South Avenue, 345.

La casa promete.

martes, 12 de octubre de 2010

Marlowe sigue vivo, me lo dijo un amigo (Parte II)

Parte 1

II. En esta vida hay dos clases tipos de persona: los buenos, y los hijos de puta. Él era uno de ellos

Me encontré a la viuda de Joe el gerente la tarde siguiente. No existe la casualidad en ninguna ciudad del mundo, pero menos aún en las pequeñas. No existe la casualidad, porque me encontré a su viuda después de dos horas paseando por la avenida donde estaba la Central. Ya no había un Alfa Romeo negro aparcado enfrente, pero reconocía los coches de servicio y reparto, que no habían cambiado. Notaba algo en la espalda, que habría podido ser un cosquilleo si yo tuviera nostalgia por los años que viví allí, pero que más bien fue sudor frío, de ese que sale cuando llevas todo el día de pie con demasiada ropa encima, sin sentarte a comer ni leer ni fumar ni beber ni escribir que tienes un sudor frío en la espalda que se puede confundir con la nostalgia si no estás bien preparado. Anna seguía siendo rubia. Las mujeres sólo pueden envejecer de dos formas: mejorando o empeorando. Anna era de las primeras. Dos cosas me llamaron la atención. Las gafas como único signo de luto, y los aproximadamente diez kilos menos que pesaría. A ella tampoco la había visto en todo el año pasado. Qué bien le sentaba estar viuda, a lo mejor hasta tenía tiempo para un café. La alcancé de frente.
Anna. Qué tal. Me enteré de lo de Joe. Lo siento.
Gracias. Gracias.- gafas de sol, quince kilos menos.- Gracias.
Cómo lo llevas. Vaya, qué estúpido, cómo lo vas a llevar. Pues nada, cómo va todo.
Bien, seguimos adelante. Jeff y yo seguimos adelante. ¿Cómo te va a ti? ¿Qué tal tus padres?
Todos igual, ellos siguen en casa, con obras, entretenidos. Yo vivo un poco lejos de aquí. Aguantando. Me tengo que ir, igual paso algún día por la Central con algo más de tiempo. Cuidate.
Entonces se acercó y nos besamos en la mejilla como ordena el actual protocolo interpersonal. Su mano me tocó la nuca, la piel de su mejilla estaba debajo de una ligera capa de pintura tapaporos, su otra mano me agarró la cintura durante un par de segundos antes de que se diera cuenta de que yo no era Joe. O quizá eso ya lo sabía, y sólo esperó a que fuera yo el que me diera cuenta de que de verdad el gordo estaba enterrado. No lo sé. Me fui. No suelo mirar atrás, un tipo que era más fuerte que yo me dijo que eso es de cobardes, y en la Biblia un pollo se convirtió en estatua de sal por hacer esa gilipollez. Yo no soy ni un cobarde ni una estatua de sal: me fui sin mirar atrás. ¿Miró atrás Anna? Lo más probable es que no: si hubiera mirado atrás, no me habría tocado la nuca, lo de la cintura es más frecuente. Cuando estudié Anatomía, en la lección donde hablaban de los nervios del brazo, el catedrático, amable pero borracho, nos explicó que el dolor referido por el paciente al golpearse el codo, por donde circula el nervio radial, es similar al dolor de la viuda. Intenso pero breve. Anna debía haberse golpeado el codo con bastante limpieza.

lunes, 11 de octubre de 2010

Marlowe sigue vivo, me lo dijo un amigo (Parte I)

I. “Soplaba un viento espeso, más frío que las cenizas de un amor perdido”

El antiguo gerente había muerto. Me enteré por rumores del viejo grupo. Paul estaba en Noruega, Vicky en Finlandia. Mine en Budapest. Sólo quedábamos en la ciudad Mickey y yo, que nos veíamos de vez en cuando. Ese lunes fue de vez en cuando, y nos vimos. Mickey me pagaba cervezas a las siete de la tarde, quizá porque tenía sed, quizá porque conoce mi locuacidad cuando bebo. Yo no tenía más dinero, necesitaba algo. Algo como una pelirroja, algo como un billete acertado de lotería, algo como alpiste, o algo como el rumor de que el antiguo gerente había muerto. Ahí se me curó todo. Abrí los ojos, escuché a Mickey como si me acabara de decir que tenía en el bolsillo la única pluma que el Espíritu Santo dejó abandonada cuando se posó en el hombro de Jesucristo, y hubiera escrito con ella una tesis sobre la existencia de Dios, uno y trino.
- Ha muerto. Creo que fue un infarto. Estaba gordo, fumaba, tenía deudas con todo mundo. Sale ganando, lo mires por donde lo mires.
- Hasta en la tumba tuvo suerte ese cabrón. ¿Qué fue de tu dinero? -apostillé, sabiendo que tenía que darle cuerda.
- Nunca lo volví a ver. No fue sólo a mí, creo que hubo otros quince a los que no se lo devolvió jamás, y no había forma de reclamar.
Sonaba victimista, pero la verdad es que Mickey tenía razón: no había forma de reclamar contra aquel gordo que se paseaba por la ciudad en su Alfa Romeo negro sin un solo rayón. Un tiro entre las cejas habría sido una buena reclamación, pero todos sabíamos que detrás de aquel tiro entre las cejas a nosotros podrían caernos diez. Todos lo temíamos, por eso nos fuimos todos, aunque en su momento alegásemos cualquier excusa para abandonar su protección. Ninguno tuvimos suficientes huevos para reconocer que nos había ganado, que de todas nuestras zancadillas y rebeldías, algunas le hicieron tropezar, pero ninguna fue un tiro de gracia. Lo que nosotros ignorábamos es que no éramos los únicos, lo que ignorábamos era que no sólo a nosotros, sus paganos, nos había convertido en sus enemigos, sino que había ido coleccionándolos por todas partes, principalmente entre sus socios. Y sus socios no se iban a ir cabizbajos como nosotros habíamos hecho.
- No lo había visto en todo el año pasado. Ni siquiera sé si murió rápido o lento, sólo he oído lo del infarto y lo de la nueva gerencia- acabó farfullando Mickey ante un poco de insistencia por mi parte.

Daba igual: con eso me bastaba para empezar.

domingo, 10 de octubre de 2010

El día de los valientes (llegó)


Este año bajé con mi hermano a Jerez por casualidad, porque ni él ni yo lo habíamos planeado. Compró dos entradas el miércoles, y el sábado nos bajamos. 7 horas de viaje.

- ¿Y en Moto2 quién va a ganar?
- Toni. Elías. O gana o se mata.

Cuando me quité la camiseta, me tiré una cerveza por encima, me quedé sin voz y me abracé con mi hermano tras ver cómo Elías en vuelta y media pasaba del 5º lugar a la victoria, creo que ya lo supe. Luego, 7 victorias, remontadas épicas, luchas cuerpo a cuerpo, recuperaciones milagrosas, sudor, lágrimas y sonrisas.

Un campeonato ganado desde la humildad. Sin declaraciones rimbombantes. Sin anuncios de relojes ni ropa ni bebida. Sin cruzarse en el camino de nadie más que en la pista, con dedicatorias al cielo. Sin ruido. Con el esfuerzo de toda una vida, de la misma forma que otros estaban acostumbrados a ganar, acostumbrado a perder, pero sabiendo que su día iba a llegar.

Esta mañana ha habido un campeón del mundo, pero me importa más que también ha habido un gran campeón del mundo. Hoy, Toni, hoy ha llegado ese día. Y es que tú sí naciste para correr.

martes, 5 de octubre de 2010

El cancionero marrón

A mi tía Taty, que fue la primera en hablarme claramente de la mierda.

Generalizar es peligroso. Pero es generalmente reconocida la extraña ansiedad del ser humano por echar la vista atrás contemplando con cierto regocijo todo lo que se aleja de nosotros; quizá por eso observamos entre nuestras piernas mecánicamente el fruto de nuestro vientre después de la complicada operación de defecar.

Defecar. Esa costumbre, casi necesidad, inherente al Homo Erectus que se está difuminando con una preocupante rapidez por culpa de la sociedad tecnificada en la que vivimos. Una sociedad que nos ha imbuído el miedo a la soledad, al encuentro con el yo, el ello y el superyo freudianos que tiene lugar sobre una taza de porcelana blanca, un momento de inquietante y filosófica individualidad que actualmente parecemos rehuír, esconder con temor, ocultar, vergonzar, y para el que nuestros ancestros se hallaban instintivamente entrenados sin ninguna necesidad de práctica o de artificio, simplemente valiéndose de la ayuda de una pared granítica en invierno y de la sombra de un fresno en verano y con la breve y efímera utilidad de las hojas del susodicho árbol, que en épocas frías bien podían ser sustituidas por cantos rodados.

Sin embargo la evolución tanto de la especie como del hábitat en el que nos vivimos nos ha ido alejando de la pureza del acto para llevarnos hacia una demonización casi herética de la defecación postprandial (para los de la ESO: la cagada de después de comer). Los instrumentos usados por la represión han sido por ejemplo la eliminación de fibra de la dieta, el uso constante de eufemismos tanto en la literatura como en la conversación, la publicidad colorida y bienoliente, el perro de Scottex y José Coronado. Pero lo que más me duele es la forma en que mientras la mierda aumenta exponencialmente en los titulares de prensa, se ha pretendido borrar del refranero con una censura inquisitoria.

Mi abuelo, ilustrado prohombre como ha habido pocos en el pueblo, dejó manuscrito en su cuaderno: “cuando vayas a cagar lleva el cigarro encendido; cagarás, y fumarás, y estarás entretenido”,previendo ya hace casi un siglo esta ola de acoso y derribo contra la mierda en privado y la progresiva instrumentalización de tan gozoso instante, del mismo modo en que los niños ya no parecen nacer si no es por cesárea o los padres han dejado de cambiar ellos mismos el aceite del coche. A la muerte de mi abuelo, mi tía Taty, segunda generación, se encargó de recopilar unas cuarenta composiciones poéticas en diversa métrica y grado de escatología que tituló escuetamente “Cancionero marrón”.

Yo he sido el último miembro de la familia en recoger el fangoso testigo que ya llega a su tercera generación. Rebusqué en bibliotecas, corrillos y tertulias de sol y sombra con palillos planos y cagüendioses sin el menor resultado. Y cuando lo daba todo por perdido, entré en la Facultad de Medicina, y, en una de mis múltiples visitas a los urinarios, descubrí el último reducto de resistencia: la puerta de madera de los aseos públicos. Entre consignas políticas de varios colores, insultos homófobos y números de teléfono con ofertas sexuales adyacentes, aparecía lapidaria, como una sentencia, esta frase: “Aquí es donde hasta el más cobarde hace fuerza, y el más valiente se caga”.

Queridos amigos, quiero hacer una llamada a la calma desde este atril público: no estéis tristes. Puede que en 2046 nuestros hijos caguen por cesárea, pero cuando encuentren nuestros escritos tallados en puertas de madera, cuando hallen los vestigios de mierda que les debemos legar, comprenderán que son sólo otro escalón descendente en la evolución. Entonces mirarán atrás con curiosidad, para luego poner ese rictus de repugnancia, como hemos hecho nosotros toda la vida cada vez que contemplamos entre las piernas a la hora de cagar. Se limpiarán y tirarán de la cadena, y Darwin y José Coronado habrán vencido de nuevo.

domingo, 3 de octubre de 2010

Uno y Piqué al cuadrado

Hay cosas que cambian. Yo cambio. El tiempo cambia. A veces llueve y a veces hace un poco de sol. A veces hay viento. Todo cambia, si le das la perspectiva adecuada, así que lo correcto sería decir que tú cambias, aunque yo no lo vea así de claro, quizá por falta de perspectiva temporo-espacial.

Hay cosas que se explican, y otras no. Mi hermano, que es un hombre sabio, podría explicar muchas, pero si yo le intentase explicar esto, no sé si lo entendería. O a lo mejor no se lo puedo explicar. No le podría hablar de una habitación azul, o de por qué vivo en la habitación verde. El agua del váter también era azul. La cocina era azul. Pero ahora todo es rojo, ¿ves? Las cosas cambian. El reloj es rojo, las gafas son rojas, incluso las zapatillas son rojas. No podría explicar el cambio. Será cuestión de perspectiva blaugrana. Como Piqué y la selección. Será el Waka-waka. Será la resaca en la Ballota, por culpa de la misma sidra Trabanco que no pudiste beber el viernes. Será la versión de bolsillo de Lo que el viento se llevó. O un partido de frontón, o un café de resaca en el San Andrés.

Hay cosas que cambian, y otras no. Hay cosas que se explican, y otras no. Una cosa que no cambia y que no se explica es el verano en Videmala. Es como el eje central de la balanza de un año, sobre el que basculan dos platillos: el bueno y el malo, el blanco y el negro, el día y la noche. Sobre todo la noche.

Cambio. Esa es la clave. Una vez hablé con un amigo, y le dije que creía haber encontrado la teoría definitiva sobre el cambio. Lo que cambia nuestras vidas son las noches. Noches como bisagras, que cierran puertas y abren ventanas, que dejan detrás caminos, cruces de caminos, fuegos cruzados, y la sempiterna duda sobre la existencia del destino o de la casualidad, o de ninguno de los dos. La otra noche me preguntaste por qué habíamos hecho aquello, por qué estábamos veinte personas por ti con globos en un bar cualquiera. Ahora ya lo sabes. Porque las noches han cambiado el mundo, nuestro mundo.

Para David, que los cumplió en París, debajo de la Torre Eiffel, el 19 siempre fue el número mágico. Ya no estamos en ningún pedestal, ni solemos hacer comentarios al respecto, pero hay alguna clase de magia, de ménage à trois que no cambia, que no debe cambiar. Felices 19, espero que saques toda la magia, y cuando demos otra vuelta más a la rueda, veamos de qué color está. A lo mejor vuelve a ser azul, o puede que sea verde esperanza. ¿Sabes? Me gustaría que esta vez fuera amarillo, como la era en verano.