Enlace a parte VIII y anteriores
IX. IX.Jesucristo dijo “perdonad” pero también dijo otras muchas cosas.
Por la noche, en todas las partes del mundo existe un lugar desde el que se pueden ver las luces de la ciudad, un sitio silencioso desde el que se oyen los pocos coches que pasan a lo lejos, se ven neones y farolas, se pueden imaginar vidas ajenas y hasta se puede beber cerveza. En verano esos sitios suelen estar atestados de adolescentoides con coches de segunda mano recién estrenados en los que llevan a sus pseudonovias a fornicar salvajemente en el asiento trasero y en el del copiloto, pero cuando llega el frío y el instituto empieza a las 8.30 todos esos niñatos se volatilizan y el lugar elevado sobre todas las ciudades del mundo queda libre.
Queda libre para personajes poco recomendables como podemos ser Mickey y yo. Subimos en su coche con botellas de cerveza.
- Por los viejos tiempos -le engañé.
Me había planteado fríamente por dónde llevar el asunto, y decidí que no podía ir solo a la reunión con todos los buitres. Al menos no a cara descubierta. Necesitaba un farol, un joker, un hombre de paja. Ese tío podía ser Mickey perfectamente: al fin y al cabo si estaba en esto era por él. ¿Gracias a él? Era otra forma de decirlo, cada uno se puede expresar como quiera. Ahora podía inculparlo sin que lo supiera, y él, ignorándolo también, podía expiar su culpa siendo mi marioneta. Para eso tenía que ponerlo de mi parte con otro farol más.
- Verás. No sé cuánto sabes sobre Joe el Gerente. Pero yo lo sé todo.
Su mirada...Su mirada fue de completo acojono. Eso significa cosas. Significa, en orden cronológico: primero, que sabe más que yo. Segundo, que lo tengo por los huevos con sólo un giro de mano. Tercero, que tengo que hacerle beber toda esta cerveza para hacerle hablar. Cuarto, que tengo que fingir muy bien.
- ¿Cómo lo sabes? - creo que olía un poco a mierda.
Rose Black.
Joder, a veces me sorprendo incluso a mí mismo de lo bueno que soy. Le acabo de enseñar una escalera de color real. Mickey ya no puede abrir más los ojos sin que se le salieran de las órbitas. Le he dado en todo el estómago. Así que hay tema con Rose Black. Este tema no está tan perdido como creía, tenemos un hilo.
- Rose...jodida Rose. Nunca pensé que cantara.
- Ya ves, amigo. No puedes fiarte ni de tu padre en este sitio.
- ¿Cómo lo sabes?
- Esa pregunta ya la hiciste, Mick. No te repitas. Ahora dime por qué no me contaste nada.
- Tío, tío, tio... lo siento, de verdad. De verdad, de verdad. Tío, tío, lo siento.
Este pollo se repite. Está nervioso. Tiene que beber más. Estoy jugando con algo que no sé y no parece que vaya a contarme nada nuevo.
- Vamos, colega. Cuéntame por qué. Por qué todo. Por qué Joe, por qué Rose, por qué Alfie y por qué yo -le miré directamente a los ojos, durante unos diez segundos, hasta que se derrumbó.
- Sientate, que esto va para largo.
En todas las ciudades existe ese lugar desde el que sentado en el capó de un coche te puedes sentar en silencio a ver las luces allí abajo mientras escuchas la más inverosímil de las historias. A la duodécima cerveza Mickey ya no atinaba demasiado bien con las palabras, y yo ya sabía lo suficiente, de modo que lo senté de copiloto, y arranqué su coche, un coupé verde esmeralda con el que paseé por las calles vacías pensando un rato antes de dejarle en su casa. Con todas las canciones que ha entonado podríamos hacer una ópera, aunque yo nunca he ido al teatro ni podría soportar dos horas sentado en una mierda de butaca viendo a una gorda gritando.
Prefiero imaginarme delante de Joe el Gerente dando un Do de pecho, mientras a su espalda bailan en círculo muy bien agarraditos Alfie, Mickey y la señorita Black. De pronto aparecen tres barítonos más para que me hagan un coro, y Anna la viuda cantará un dúo de féminas con otra novedad.
Empieza a gustarme el music-hall.
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