sábado, 23 de octubre de 2010

Marlowe sigue vivo, me lo dijo un amigo (Parte VII)

Enlace a parte VI y anteriores

VII. J'veux ton amour, et je veux ta revanche.

Cuando salí de la casa, diluviaba. Diluviaba y no había autobuses. Mal, mal las dos cosas. Sin dinero para un taxi, caminé durante una hora y media hasta llegar al barrio. Calado por completo, decidí de forma errónea entrar en el Nirvana. El Nirvana era un antro al lado de mi casa donde se reunían los de siempre día tras semana tras mes tras año. Si alguno de ellos hubiera vivido un siglo, habría seguido yendo allí a privar. Lo de que vayan siempre los mismos tiene su parte buena y su parte mala. La buena es que no tienes nada que temer, la mala es que todo se sabe. Yo lo sé todo sobre ellos, vivo de eso, pero creo que ellos también lo saben todo de mí, y eso no me conviene en absoluto.

De lo de Joe el Gerente no le había dicho ni una palabra a nadie, absolutamente a nadie. Quería hacer todo el asunto yo solo, sin intromisiones, llegar hasta el fondo, saber quién y por qué se había cargado al gordo. Cada vez me tragaba un poco menos lo de la muerte natural. Cuando cascó debía al menos trescientos mil pavos al menos a tres tipos diferentes que al menos lo habrían matado de tres formas distintas. No creo para nada en la casualidad. No hay casualidades como esas. En el Nirvana nadie tenía por qué saber nada de esto, o nadie debía saber que yo estaba intentando poner las cosas claras. Por eso empecé a tener miedo cuando Papercut se me acercó. Charlie, el barman de la Harley, me miró raro desde detrás del hombro de Papercut, pero yo le hice un gesto de que dejara estar. Tenía toda la curiosidad del mundo. Papercut no se llamaba así, pero su rostro cortado, amarillo y cuarteado como un pergamino, le había valido este apelativo. Ahora seguro que ni él sabía su nombre. Sin embargo, sí que sabía el mío.

- Brats. Me han dicho que te mezclas en asuntos oscuros, cosas de Lucarno.
- Ahá.
- Brats. Eso no te conviene en absoluto. Es un charco muy grande para una sardina como tú.
- Ahá.
- Brats. Te va a costar un desengaño o un tiro en la barriga.
- ¿Sabes, Papercut? Ya he tenido uno de cada, y no me he muerto, así que puedo seguir jugando.
- Brats. Un día te va a perder tu boca.
- No si sé cómo utilizarla. Y deja de desgastarme el apellido, gilipollas -es mi insulto de cabecera. Otros pegan tiros o puñetazos, yo llamo gilipollas a la gente- Sé nadar en este charco aunque te empeñes en mear en él para hacer olas. Déjame en paz, Papiro.
- Te voy a soltar una hostia de las que hacen afición, payaso, te estás ganando enemigos.

Hecho este estúpido aviso, intentó darme un puñetazo con la derecha que yo esquivé. Se pasó de largo y me ofreció todo su costado para sacudirle una patada en las costillas. Yo podría haber llegado lejos golpeando balones, y aquí estamos, golpeando gilipollas. Eso también está bien, se libera adrenalina. Tenía ganas de moler a alguien a patadas, pero me contuve y sólo le solté otra más en la cara. A veces me gusta sentir un poco de sangre en el zapato, oír cómo cruje un diente. A todos nos gusta, pero no siempre podemos, incluso nos toca de vez en cuando ser el diente. Abrí de nuevo la boca, la que según Papercut me iba a perder.

- Aprende a pelear, gilipollas. Y largate de aquí.

Charlie me invitó a una cerveza por limpiarle el bar de idiotas. Yo cogí una servilleta y empecé a poner en orden las ideas que hasta el momento había encontrado. Joe el Gerente, endeudado hasta los huevos, estaba muerto. Anna, su viuda, quería mambo. El mismo mambo que Joe le negaba desde que la pelirroja Rose Black había entrado en su vida. Alfie y Mickey, a la sombra del gordo durante dos y tres años respectivamente, conocían a la pelirroja de algo. Había un psicópata con un lapicero, y Papercut también sabía algo del asunto. Los dos últimos me tenían ganas, a priori por investigar este asunto, aunque no podía descartar que me odiaran por otras razones. No le caigo bien a la gente, por norma general.

Cómo me ponen las bolas de nieve que crecen cuando van cayendo por la ladera, arrastrando mierda, piedra, ramas. Luego me gusta verlas reventar en mil virutas blancas, es un espectáculo divertido, uno sólo tiene que asegurarse de que no le salpique nada. Esta bola sigue creciendo, tengo que buscarme un buen sitio.

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