sábado, 16 de octubre de 2010

Marlowe sigue vivo, me lo dijo un amigo (Parte IV)




Parte 3 y anteriores

IV. "¿Por qué todos los jugones sonríen igual?"

Llamé al timbre por pura educación. No soy de los que derriban puertas, tengo zapatos nuevos que me deben durar hasta navidades. El chabolo tenía dos plantas, un porche del tamaño de una cancha de baloncesto y césped suficiente para el Masters de Augusta. Llamé al timbre por pura educación, aunque no haya una forma educada de llamar al timbre. Abrió un mayordomo, criado o pisapapeles. Negro, dos metros diez y más de lo mismo en la entrepierna, intuí debajo de los pantalones ajustados. Me pone nerviosa la gente gorda, pero también la gente que tiene la polla grande. No es que tenga complejo. De hecho no llevo pistola. Ya sabes cómo funcionan estas cosas: coche grande, casa grande, letra grande, polla... En fin, vivo en 40 metros cuadrados, voy en autobús y escribo microscópico. Pero el negro me ponía nervioso, no sé por qué estoy dando explicaciones. El negro me preguntó mi nombre.

- Phil Brats.

Y esperé en el porche. Dos minutos. Dos pares de chancletas de verano, a pesar de que era otoño. Llovía, suerte de porche. Me voy a resfriar. El negro abrió la puerta de nuevo.

-La señora dice que pase.

Así que era una señora. Había llegado hasta el 345 South Valcabado Avenue sin tener ni idea de lo que me iba a encontrar, la verdad. El oro de Moscú. El cuartel general de la Yakuza. Todos los barriles de whiskey que le confiscaron a Al Capone en el 29. Una señora. Joe el Gerente no era manco. Era gordo y feo, pero no era manco. Con verdes en la mano puedes ser quien quieras, y puedes tener a quien quieras. Al menos eso es lo que supongo yo, que nunca he tenido verdes. Sí he tenido a quien he querido, pero no por los verdes.

La señora era más alta que yo. Pelirroja. Ojos azules. Joder, ya me estaba poniendo cachondo. Tenía que haberme tocado por la mañana, entre la ducha y el afeitado; puestos a usar la mano, mejor al completo. Eso me habría evitado momentos de tensión. Ya voy para una edad. Me ponen las mujeres, no las niñas que no han abierto aún las piernas. Pero pienso que el apelativo señora debería reservarse para otra clase de mujeres. Si no, las palabras acaban por perder su significado.

-¿Señor Brats? Pase.

Y pasé. El salón era más grande que mi apartamento. También más limpio, pero creo que hasta el jardín estaba más limpio que mi apartamento. Me senté empalmado en un sofá de piel. Mal asunto. Ella llevaba un vestido gris. Gris perla. Distingo colores, igual que distinguía su escote y sus tetas operadas. Aquí hay dinero. Joe el Gerente no se movía por nada.

- ¿En qué puedo ayudarle, señor Brats?
- Por favor. No me gustan los chistes fáciles- intenté provocarla. Luego me acordé de un gigante negro a menos de diez segundos de distancia. Qué más da.
- Señor Brats, por favor, sea educado. No nos conocemos. Soy Rose Black.

Zasca. Nombre falso. Por dios. Nadie puede llamarse Rose Black en este mundo, y quedarse tan tranquilo. Nadie puede ser tan estereotípico, tener esa mansión y quedarse tan tranquilo. Mejor: nadie puede ser tan ingenuo y jugar limpio. Ella no jugaba limpio. Yo tampoco.

- Señora...¿señorita? Black. Señorita Black -ante su afirmación con la cabeza-, verá, un amigo ha muerto. Joe. Joe Lucarno. Un buen amigo. Ahora recojo recuerdos para un memorial que haremos entre todos los colegas de la Central, que él dirigía y gestionaba.
- Joe Lucarno -diez segundos de silencio. Diez putos segundos se silencio y de pronto se me echa a llorar en un hombro esa mujer. Esa mujer.
- Por favor. No esté triste. Joe no lo querría así -qué más daba, el gordo estaba muerto, y aún estando vivo se la pelábamos todos, más aún todas.
- Usted no lo entiende.

Y me miró, me miró con esos ojos azules. Me quiero morir. Pero no sin antes... Bueno, me quiero morir cuando me mira con esos ojos azules, así que desvío la mirada, le apoyo la cabeza en el hombro, miro hacia la estantería, y veo fotos. Ahí está Joe el Gerente. Ahí está ella. Ahí están Alfie y Mickey.

¿Alfie y Mickey? Un momento...

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