domingo, 26 de agosto de 2012

Desiderata para un primer lustro

Para Almudena

Ojalá que te quiera el verano y, en el silencio que rompo con las teclas, encuentres los grillos para dormir. Que las estrellas te sean lámparas incombustibles sin sol que las alimente, que sean noches como esta las que te abracen en el recuerdo. Ojalá esté el viento detenido cuando corras o, si corres, que sople a tu favor, hinchando la vela. Que hagas de tu ilusión un estandarte y que si lo dejas caer en el suelo sea sólo para dar abrazos completos. Ojalá tengas los labios llenos de palabras precisas y que no te moleste la ausencia de ellas, que hagas de callar un arte y de reír música sublime.

Pero también ojalá que te falte todo un día para que sepas, al cerrar los ojos, lo que has tenido. Que sepas lo que es perder pero nunca te acostumbres al fracaso. Que adornes cada obra maestra con un poco de humildad y no seas rica más que en amigos, sabiendo que con tres uno ya es millonario. Ojalá que te amen y ames, pero también que te falte el amor, que ames sin correspondencia y entiendas el valor de una lágrima y la recompensa que supone ahorrarlas. Que te gane quien te gane pero nunca te derrote tu orgullo. Ojalá que te equivoques un millón de veces para que así aprendas lo que cuesta pedir perdón con el corazón y no con la boca.

Me permito desearte países extraños que te deslumbren con su amanecer impregnado en especias y luz crepuscular al borde de playas vírgenes. Que conozcas la luna y, si tú tampoco puedes pisarla, que la hagas tu compañera. Que estés sola cuando lo necesites, y que sepas estar sola cuando te toque sin elegirlo. Ojalá que dés la vuelta al mundo. Pero también te deseo que no olvides tus raíces. Que la tierra donde naciste tire de tus pies si la estás pisando, y, si no la estás pisando, que te pese lo justo para que la sientas en el corazón.

Te deseo que nos encontremos dentro de varios lustros y seas capaz de contarme cómo te ha ido y en todo lo que me he equivocado.

viernes, 24 de agosto de 2012

El hombre, el mito.

"El mundo se divide en dos categorías:
Los que tienen el revólver cargado y los que cavan.
Tú cavas."
(Clint Eastwood, El Bueno, el Feo y el Malo)


Nos enseñaron a ser los hombres que podríamos ser, pero nadie nos ha enseñado a ser los hombres que debemos ser. Nadie nos ha puesto en nuestro lugar de una bofetada cuando tenemos más de veinte años y nos creemos los reyes del mundo. En cambio, dejan que sea la vida, sutil arquitecta de terribles momentos, la que se encargue de ponerse cara a cara con nosotros, de volvernos la mejilla de una o de muchas hostias. 

Nos han regalado el mundo del hedonismo, el placer, la autocompasión. Nos lo han dado todo y no nos han negado nada. Nos han tapado los ojos y, sin embargo, no son ellos los responsables: lo somos nosotros, por quedarnos sentados usando el pasado como sillón y no como trampolín. No saltamos hacia adelante, ansiamos nuestro mejor momento sin salir al ring a sudar.

Nos han plantado en las narices los modelos ideales de conducta social. Nos han dado lo políticamente correcto mientras después, cuando se apagaba la luz del salón de actos, nos explicaban lo genial que sentaba follar sin condón, consumir marihuana y setas alucinógenas, ir de copiloto en un deportivo rojo sin cinturón y con un conductor borracho. Nos vendieron la moto e hicieron de nosotros lo que nosotros quisimos ser: esos hombres que nos enseñaron.

Pero nadie nos enseñó que la adquisición de libertades conlleva responsabilidad. Nadie nos dijo que nuestros padres también han llorado con y por nosotros. Nadie nos puso una película en la que todo nos salía al derecho durante un par de semanas y del revés durante seis meses. Nadie nos mostró que las puertas del hospital son naranjas y opacas, que hay barrios en los que entras pero nunca sales, que hay cicatrices que no se van a borrar, que hay gente que se marcha más rápido de lo que soñarías y otra que no se iré aunque lo sueñes.

Un revólver cargado, un disparo siempre a punto, una frase certera que te desarma. Hay hombres en las películas que lo han conseguido todo sin renunciar a nada. La vida real está repleta hasta las cejas de hombres de verdad que han renunciado a todo sin conseguir nada.


jueves, 23 de agosto de 2012

Ola de calor


El calor se mueve tan despacio como se pronuncia, llena todos los rincones de la casa y de la ciudad, el calor se descompone en todas sus letras: c-a-l-o-r, así penetra en todos los poros del cuerpo, expulsando el s-u-d-o-r que se refugia entre las fibras de la camiseta, que cuando cruzas a la sombra se convierte en escalofrío descendente por la columna, y al cruzar la frente con el dorso de la mano los dedos vuelven húmedos al bolsillo porque ha llegado el calor, c-a-l-o-r, tras cincuenta minutos a pleno sol todo lo que no es negro es un charco, y la casa queda demasiado lejos para alcanzarla andando, todo es sol, todo es un desierto poblado por los gitanos, cuyos coches atruenan guitarreo con las puertas abiertas, sus viejos en sillas de mimbre, pero yo realmente prefiero pensar mientras me deshidrato, pienso en raparme al cero delante de cada peluquería, pienso en vasos de agua del grifo delante de cada bar, pienso en parejas que se deshidratan follando delante de cada portal, o cuando elevo los ojos al cielo y encuentro el piso en el que me desvirgué con las persianas bajadas, habrá calles con nombres de poetas y de científicos ignotos que arden igualmente con este calor que se mueve tan despacio como me hace moverme, sin la bendición millonaria del aire acondicionado, que se reservan para sí las grandes fortunas y las pequeñas bibliotecas y por fin, sin nada más ya, sin ni siquiera el aliento y el corazón golpeando en la boca, las llaves tintineando en el bolsillo encuentro el tercer piso sin ascensor y me tumbo en el sofá a esperar la noche que tampoco refrescará pero al menos será una noche, en la noche no es extraño el calor porque se mueve despacio, c-a-l-o-r que se pega a las sábanas y hace que los sueños y las pestañas trastabillen, la almohada y la cama son tan inútiles como una alfombra espinada y sólo queda la lámpara de la puerta del frigorífico, intermitente, alumbrando el agua que una y otra vez sale y entra, no queda hielo ni cerveza, quedan la televisión y el s-u-d-o-r, queda la noche y queda otro día menos moviendose tan despacio como esta ola de calor.

sábado, 18 de agosto de 2012

Nunca sentireis las avenidas

"Hubo un tiempo de inocencia, de confidencias;
hubo un tiempo, hace mucho, 
de cuerpos como museos"
(Víctor Balcells, No sentir las avenidas)

Tejemos remedos con hilo de esparto para las armaduras de plata, por si al reflejaros sentís la necesidad aberrante y vampírica de retirar la cara, de no poderos mirar a los ojos, tejemos remedos con hilo de esparto para los agujeros que dejó el óxido en la bacía, por si algún día tenemos que salir de esta sombra y aprieta el sol, por si tenemos que cruzar caminando el desierto.

Nos teneis refugiados en las palabras y en oscuros rincones de vuestras mentes a los que acudís de tarde en tarde cuando ya ha terminado todo lo que tenía que terminar en la televisión, aparecemos desdibujados por la bruma que forman miles de otros rostros cuyos nombres se parecen entre sí. Salimos a flote en las tormentas, igual que los cadáveres en el Cabo de Buena Esperanza.

Es posible, quizá es eterno, que nunca os desperteis sudando con nuestra voz en vuestro oído. Es factible que nunca os desperteis con nuestro odio, porque aprendimos a amaros nada más, y todas las demás lecciones se imparten en colegios que no son el nuestro.

Es posible que nunca sintais una punzada a la altura del estómago al pasar por alguna esquina, escuchando una canción o bebiendo más de tres copas. Quizá es eterno el daño que pasa de largo por vuestras puertas y sin embargo pasa las tardes en nuestro barrio.

De todo lo que podría pasar, lo único que tenemos seguro es que, aunque visiteis esas playas con ceniza, esas ciudades abandonadas, los lugares a los que huímos, por muchos paseos que seais capaces de dar, nunca sereis capaces de sentir, como hicimos nosotros, las avenidas.