"Hubo un tiempo de inocencia, de confidencias;
hubo un tiempo, hace mucho,
de cuerpos como museos"
(Víctor Balcells, No sentir las avenidas)
Tejemos remedos con hilo de esparto
para las armaduras de plata, por si al reflejaros sentís la
necesidad aberrante y vampírica de retirar la cara, de no poderos
mirar a los ojos, tejemos remedos con hilo de esparto para los
agujeros que dejó el óxido en la bacía, por si algún día tenemos
que salir de esta sombra y aprieta el sol, por si tenemos que cruzar
caminando el desierto.
Nos teneis refugiados en las palabras y
en oscuros rincones de vuestras mentes a los que acudís de tarde en
tarde cuando ya ha terminado todo lo que tenía que terminar en la
televisión, aparecemos desdibujados por la bruma que forman miles de
otros rostros cuyos nombres se parecen entre sí. Salimos a flote en
las tormentas, igual que los cadáveres en el Cabo de Buena
Esperanza.
Es posible, quizá es eterno, que nunca
os desperteis sudando con nuestra voz en vuestro oído. Es factible
que nunca os desperteis con nuestro odio, porque aprendimos a amaros
nada más, y todas las demás lecciones se imparten en colegios que
no son el nuestro.
Es posible que nunca sintais una
punzada a la altura del estómago al pasar por alguna esquina,
escuchando una canción o bebiendo más de tres copas. Quizá es
eterno el daño que pasa de largo por vuestras puertas y sin embargo
pasa las tardes en nuestro barrio.
De todo lo que podría pasar, lo único
que tenemos seguro es que, aunque visiteis esas playas con ceniza,
esas ciudades abandonadas, los lugares a los que huímos, por muchos
paseos que seais capaces de dar, nunca sereis capaces de sentir, como hicimos nosotros, las
avenidas.
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