martes, 2 de junio de 2015

Medicina Interna (I)

16/5/15

A C. no le queda demasiado, y sabe que no me atrevo a rozarle más que la mano o el pie para no demostrarle lástima, porque su valor no merece lástima, sino respeto, admiración y morfina. Cómo serán las tres de la tarde en su casa vacía desde ahora, sonará la radio o la televisión, sonará la olla al fuego, sonarán los juegos infantiles como esos dibujos que convierten su habitación en la Capilla Sixtina. No entro en su vida porque mi camino es el de no mezclar su agua con mi aceite, mucho menos denso y llevadero. Son las sonrisas el intercambio de golpes como un combate blando sin sangre pero directo a las entrañas, y no es posible salir de ese cubículo sin dejar atrás parte de lo que eres para poder seguir adelante. Lo recuperarás riendo en la tarde, bebiendo una cerveza en las terrazas que han florecido al sol de la primavera, con las sombrillas apuntando al cielo, poblando las aceras cada vez más transitadas, aceras que no ocupa C. pero que hasta hace no demasiado ocupaba. Siguen los goles estratosféricos en los partidos de Copa de Europa, son las vueltas de la rueda, son las aves migratorias que recuperan un año más su lugar en el mundo, pero quiénes somos nosotros y por qué nuestros ciclos son tan raros, variables y distintos, mosquitos contra el paragolpes de un Mercedes blanco, nuestro rastro mundial se reduce a manchas de colores dibujando el arco iris a base de golpes, estallando en el último resquicio de lo que somos, fuimos, y seremos simplemente barridos en alguna estación de servicio.

2/6/15

C. murió un tiempo atrás. La despedida en incómodos plazos me trajo  nubes negras sostenidas por manos demasiado jóvenes para deshacerse, atravesando la armadura verde de ir a trabajar, agarrandome el cuello hasta robarme un poco de aire, despiezando partes de mí que no sabía que existían. C. fue una encrucijada de caminos, un nudo de miradas encontradas y si yo escribo esto es pensando que si ojalá pudiera decirle con estas letras que existe porque le escribo, que existe porque donde no existía nada ahora hay vínculos, que nos cambió y ya por eso tiene sentido, o yo le quiero encontrar sentido y darle las gracias porque si no no me explico que exista el sufrimiento, que exista el final, que yo tenga derecho a sentirme agradecido por haber compartido su mal, su mierda y su color enfermizo, que el hueco que dejaste en las aceras ahora lo ocupa el verano. No lo sabe nadie, pero el verano está vacío, es aire caliente que se eleva y termina en relámpagos cegadores de milésimas de segundo, son y serán eternos los inviernos, y es por eso que se vive en verano y se recuerda en invierno, para que la memoria sea eterna. Cómo quisiera decirte que, de algún modo, vives en mí y en estas letras y eso no tiene sentido ni hoy, ni en verano, ni nunca, y sin embargo, es real.