Parte IV y anteriores
V. "Yo lo que quería era seguir soñando con mujeres desnudas que van al trabajo en autobuses rojos."
Conocí a Mickey y Alfie cuatro años antes de la muerte de Joe el Gerente. De hecho, los conocí a través de él. Era un mal momento para mí. Había huído de la otra ciudad con el rabo entre las piernas, como hacemos todos, pero con el rabo en carne viva. Y encontré la Central por casualidad. Miento, no la encontré por casualidad. Ya dije hace rato que no creo en las casualidades, que nos las trabajamos. Yo me la trabajé después de una resaca infame, paseando. Cuando estás borracho es divertido mirar la acera: pasan los rectángulos demasiado deprisa, se te desenfoca la vista. Te pierdes, sales de este mundo y entras en alguna otra realidad caleidoscópica donde seguro que hay muchos menos hijos de puta y úlceras en la boca. Cuando estás de resaca también es divertido mirar la acera, no ves todas las caras de asco en ciudades grises.
- Mira por dónde vas, amigo.
- No tengo amigos en este sitio, ni quiero.
Mickey se presentó con un gancho de derechas. Después nos hicimos amigos. Un buen tipo, algo más bajo que yo, con cuello de toro y dos piernas como columnas de un templo griego. Luego supe que trabajaba con plantas, sin ser jardinero. Eso me sorprendió. Mickey siempre me pareció respetable, las manos limpias. Tocaba la trompeta por las noches. Tocaba como el puto diablo, lo vi llorar y reír detrás de ese apéndice dorado. Qué cabrón, me hizo llorar y reír a mí también. A veces desde la 408 de la Central lo escuchaba y pensaba que el mundo sería mejor con más trompetas y voces rotas.
Alfie entró en la Central más tarde que nosotros. Nunca tuve tan claro como con Mickey el hecho de que fuera trigo limpio. Se oían muchas historias. Coches, drogas, mujeres, policía, rocanrol. No creo en las historias que no escribo yo, así que tampoco tenía razones para desconfiar. Los ingredientes eran de calidad, de cualquier forma. Me gustaba su mirada de psicótico, su fobia social y ataques paranoicos. De alguna manera, creía entenderlo, de modo que lo trataba con total y absoluta normalidad donde los demás lo mandaban a tomar por culo. Hay gente que siempre tiene algo interesante que contar. Pero hace falta escuchar. Para escuchar hace falta tener tiempo libre. Para tener tiempo libre hace falta estar en el trullo. Nosotros lo estábamos. Jodido Joe el Gerente. 400 noches en la 408.
Nos cazaron después de cuatro joyerías. Nunca hemos matado a nadie. Explíqueselo al juez. 3 años, con las reducciones posteriores. No estuvo mal del todo. 400 noches en la 408.
Yo no creía en los demás. Creía en Alfie y Mickey. Me daban de fumar. Me daban conversación. Me daban hasta música. Y de pronto aparecen en un portrarretratos de aquella femme fatal pelirroja, de ojos azules.
Ojos azules. Dios, Eileen, dónde estarás ahora.
La pelirroja ha dejado de llorar. Espero que tenga buen voz, porque ahora hay que hacerla cantar.
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