Hay cosas que cambian. Yo cambio. El tiempo cambia. A veces llueve y a veces hace un poco de sol. A veces hay viento. Todo cambia, si le das la perspectiva adecuada, así que lo correcto sería decir que tú cambias, aunque yo no lo vea así de claro, quizá por falta de perspectiva temporo-espacial.
Hay cosas que se explican, y otras no. Mi hermano, que es un hombre sabio, podría explicar muchas, pero si yo le intentase explicar esto, no sé si lo entendería. O a lo mejor no se lo puedo explicar. No le podría hablar de una habitación azul, o de por qué vivo en la habitación verde. El agua del váter también era azul. La cocina era azul. Pero ahora todo es rojo, ¿ves? Las cosas cambian. El reloj es rojo, las gafas son rojas, incluso las zapatillas son rojas. No podría explicar el cambio. Será cuestión de perspectiva blaugrana. Como Piqué y la selección. Será el Waka-waka. Será la resaca en la Ballota, por culpa de la misma sidra Trabanco que no pudiste beber el viernes. Será la versión de bolsillo de Lo que el viento se llevó. O un partido de frontón, o un café de resaca en el San Andrés.
Hay cosas que cambian, y otras no. Hay cosas que se explican, y otras no. Una cosa que no cambia y que no se explica es el verano en Videmala. Es como el eje central de la balanza de un año, sobre el que basculan dos platillos: el bueno y el malo, el blanco y el negro, el día y la noche. Sobre todo la noche.
Cambio. Esa es la clave. Una vez hablé con un amigo, y le dije que creía haber encontrado la teoría definitiva sobre el cambio. Lo que cambia nuestras vidas son las noches. Noches como bisagras, que cierran puertas y abren ventanas, que dejan detrás caminos, cruces de caminos, fuegos cruzados, y la sempiterna duda sobre la existencia del destino o de la casualidad, o de ninguno de los dos. La otra noche me preguntaste por qué habíamos hecho aquello, por qué estábamos veinte personas por ti con globos en un bar cualquiera. Ahora ya lo sabes. Porque las noches han cambiado el mundo, nuestro mundo.
Para David, que los cumplió en París, debajo de la Torre Eiffel, el 19 siempre fue el número mágico. Ya no estamos en ningún pedestal, ni solemos hacer comentarios al respecto, pero hay alguna clase de magia, de ménage à trois que no cambia, que no debe cambiar. Felices 19, espero que saques toda la magia, y cuando demos otra vuelta más a la rueda, veamos de qué color está. A lo mejor vuelve a ser azul, o puede que sea verde esperanza. ¿Sabes? Me gustaría que esta vez fuera amarillo, como la era en verano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario