jueves, 19 de julio de 2012

Balada del principio del tiempo


      Quién sabe lo que hubo al principio del tiempo. Al principio del tiempo no había más que un principio, y se contemplaba a sí mismo en eterno onanismo. Ese principio no había pensado en el tiempo. No había pensado en los infinitos instantes que suceden entre una vez que se contemplase y la siguiente. No había pensado en la suma, la resta y demás operaciones matemáticas que podían acontecerle con las fracciones en las que dividiese su existencia. No había pensado en echarse a andar. Si se hubiera echado a andar, quién sabe, quizá se habría tropezado consigo mismo descubriendo, al mismo tiempo (qué paradoja) que existían los círculos y el suelo. De esta manera, poco a poco todo fue tomando forma. Primero, como ya queda dicho, el suelo. Sobre el suelo, el círculo. Alrededor de ese círculo, el principio se movía. Veía su propia cola y, reconociéndola como propia, no se planteaba la ruptura de la continuidad. Cómo iba a plantearse este principio un final. Cómo iba a plantearse que existían letras y no eran infinitas. Que quizá un día se terminasen todas las combinaciones de letras posibles y entonces todo estuviera ya dicho. Que habría sonidos y también serían finitos. Que quizá un día las combinaciones de sonidos dieran al traste y todas las canciones componibles ya estarían compuestas. En resumidas cuentas, aquel principio del tiempo no concebía un final mientras sólo podía mirar su cola, parte nata de sí mismo, caminando sobre el círculo.

      Quién sabe lo que hubo al principio del tiempo. Pero sucedió que un poco después del principio las cosas ya empezaban a ser cosas. Y entonces el principio fue consciente. Fue consciente de que caminaba, y miró hacia abajo. Vio el suelo, que no iba a ninguna parte. Entonces, por algún rebote, miró hacia arriba y como no vio nada se extrañó. Pensó que si había un abajo, debería haber un arriba. Se sentó en el suelo e imaginó, pero no se veía nada. No había luz. El principio no conocía la luz ni las formas. Pero todo era posible, porque era el principio. Y con un dedo tocó el techo e hizo una marca de luz. Le entusiasmó, e hizo más, muchas más. Por fin era consciente de que existían cosas que no eran él mismo. Cosas que no eran el principio, pero que eran tan nuevas que eran alcanzables. Cosas. La palabra le produjo cosquillas en la lengua y fue así como se enteró de que tenía lengua y podía formar palabras. Decidió dejar las palabras para después de tocar el techo un rato más y hacer unas cuantas estrellas. Cuando se cansó de hacer estrellas, fue a por las palabras. Empezó por lo simple. Yo. Abajo. Suelo. Estrellas. Lo básico, lo que conocía, no había mucho más. Mientras hacía palabras, seguía caminando. Caminaba en círculo. Cuando la palabra Círculo vino a su boca dio saltos de alegría, porque era esdrújula, y a nadie antes se le había ocurrido una esdrújula. Así que Círculo fue la primera palabra esdrújula. Las que vinieron más tarde, más trabajadas, pulidas, manufacturadas, fueron mucho menos meritorias, visto desde ese lado. Sólo seguían un genial camino marcado por el primer círculo sobre el suelo. El principio se sentó y le contó a las estrellas lo que era un círculo con las pocas palabras de las que disponía. Eso también tuvo mucho mérito, porque fue la primera historia, y lo fue sin apenas más verbos que los de la primera conjugación y alguno de la segunda. Lo irregular no existía aún. El principio no había tenido tiempo para pensar en la imperfección.

     Quién sabe lo que hubo al principio del tiempo. Pero sucedió que mientras le iba contando a las estrellas lo que era un círculo con sus nenonatas y escasas palabras, el principio se dio cuenta de que aquello era imperfecto. De que no tenía palabras suficientes para definir la maravillosa redondez del círculo sobre el que caminaba. Desearía haber tenido palabras como Suave, Lineal, Simétrico (que fue, por lo tanto, la segunda esdrújula) y como todo era posible, las palabras afluían a su boca en cuanto las pensaba. Sin embargo, ni aún así se sentía capaz de definir la belleza y la admiración que el círculo despertaba en él. Entonces se sintió triste. Se sintió triste al ver que lo imperfecto existía y no sólo eso, sino que lo llevaba dentro. Caminando de nuevo, puesto que había descubierto que era su forma favorita de pensar, el principio pensó. Tanto pensó, y tanto malo sobre la imperfección, que acabó pensando algo bueno. Pensó que su círculo era perfecto y ya no era mejorable. Pero que por el otro lado, todo lo que era imperfecto, como su burda explicación, era susceptible de ser mejorado. Así que siguió caminando pensando cómo mejorar su historia. Así fue componiendo nuevas palabras. Llegado cierto momento, se cansó. Al fin y al cabo, pese a ser algo tan importante como el principio de los tiempos, no era más que un principio. Un principio. Eso es, eso dijo. Un. Si había Un, podía haber varios Un. Unos, se dijo a sí mismo. Y se puso a agrupar los diferentes Unos. Un y Un podría llamarse Dos. Un, Un y Un serían Tres. Así, en adelante.

      Quién sabe lo que hubo al principio del tiempo. Quizá hubo un principio que se estaba empezando a cansar de serlo, porque al principio era bello imaginar y crear, pero siguiendo así aquello hastiaba. Desearía haber podido imaginar un sofá y una televisión en la que emitiesen algo que le permitiera desconectar de su labor voluntariamente aceptada. Por otro lado, estaba satisfecho consigo mismo. Había hecho muchas cosas y muy bonitas. Tantas que le llevó un buen rato pensar en todas ellas. Al principio el principio no se dio cuenta, pero en vez de caer en el sueño, según pensaba en todo lo nuevo, se iba despertando poco a poco. Se despertaba porque se estaba asustando. Se estaba asustando porque aquel fue el primer instante en el que se dio cuenta de que. Perdón, empezaré de nuevo: se estaba asustando porque aquel fue el primer instante. Fue el primer instante porque el principio del tiempo se dio cuenta de que lo era: de que había un tiempo, había un río constante e intangible que encauzaba todo lo que estaba sucediendo. Dentro de ese río cabían todas las vueltas que había caminado. Cabían las veces en que se había sentado a descansar. Cabía todo lo que había sacado de sí mismo para hacer las estrellas, las palabras, los sonidos. El principio del tiempo se dio cuenta de que aquello no era un juego, aquello era irreversible. Fue consciente de que aunque se quedase quieto, sentado y con los ojos cerrados, aunque no le contase a nadie lo que había sucedido, algo dentro de él ya sabría para siempre de la existencia del tiempo, y eso no tenía marcha atrás. Cada vez que pensase, aunque fuera de refilón, en el tiempo, caería un nuevo instante a la lista de instantes que ya se quedaban atrás. Con cierta ironía comprobó que esto de la irreversibilidad también era imperfecto.

      Quién sabe lo que hubo al principio del tiempo. Lo que sabemos a ciencia cierta es lo que hubo un poco más tarde. Un poco más tarde del principio, aunque no sabemos cuánto más, el principio, después de mucho pensar con los ojos cerrados, se decidió a seguir caminando para siempre, porque si se detenía, detenía el tiempo. Si seguía caminando habría nuevas palabras esdrújulas, canciones inauditas, estrellas nuevas en lugares recónditos de un cielo muy negro. Luego de estar caminando, quizá mucho tiempo después, aunque no sabemos cuánto más, vio que al otro lado del círculo estaba él mismo, que podía ver su propio final y que, por lo tanto, algún día se sentaría de nuevo, cansado de pensar cosas, canciones, algún día las estrellas dejarían de girar en círculos, se pararían y caerían. Al principio del tiempo, después de varios principios, el principio se dio cuenta de que habría un final.  

No hay comentarios: