Llamame perezoso, pero en vez de una misa prefiero recordarte cada vez que huelo a alguien fumando Farias, viendo los toros, cuando me cruzo ese Seat 127 blanco, prefiero imaginarme las comidas de Navidad y Año Nuevo en aquel comedor mugriento, o el picador de jamón, las campurrianas empapadas hasta atrás de leche, las barajas del Ponche Soto y el vino, sobre todo el vino; prefiero bajar de vez en cuando a Jerez que ver una tumba. Llamame egoísta, pero voto en contra absolutamente de la imposición de recuerdos.
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