viernes, 16 de abril de 2010

L'étranger (A. Camus)

Para Mane.

Camus llegó a Oporto tras unas diez horas en un autobús rodeado de portuguesas con bigote que llevaban gallinas en el regazo y que, evidentemente, no sabían quién era Camus ni que hubiera un premio Nobel de Literatura. Ellas sólo conocían a la Virgen de Fátima, que bajó de los cielos a Cova de Iria un 13 de mayo, y los Pulitzer. Camus se bajó de aquel bus con una maleta de cuero en la Praza Galiza. Llovía, pero eso a Camus no le importaba. Nadie le reconoció por la calle, pero eso a Camus no le importaba.

Camus caminó en busca de un hostal. En aquel entonces Portugal no era ese avanzado europeista estado que conocemos en nuestros tiempos, signo inequívoco de progreso: trenes de cercanías, estadios, luces neón de múltiples colores para las autovías. Portugal era un pueblo que se extendía al Atlántico, con colonias de ultramar y negros que vienen de las colonias de ultramar. Camus buscaba un hostal. Lo encontró en la Rua Santa Catarina. No había Erasmus con los que emborracharse hasta las 5 de la mañana. Quizá alguien conociese a Erasmo de Rotterdam. O a Tomás Moro. Quizá ellos decapitasen a Tomás Moro, pensó Camus, los portugueses, reconocidos anglófilos. Tomás Moro, reconocido anglófobo. Fue su primer pensamiento al llegar a Portugal. Hasta entonces no había pensado, a él no era algo que le importase.

Camus subió al hostal tranquilo, sabiendo que no tendría que aguantar Erasmus horteras que se emborracharan, con sus carnes jugosas tostadas al sol de Febrero portugués, con sus cangrejísticos andares hacia atrás, huyendo del Piolho D'Ouro. Fue allí, cuna de la civilización ebriouniversitaria lusa donde Camus se sentó a componer. Bebía Safari cola, bebida importada de las colonias de ultramar, donde había negros. La traían los propios negros en barcos donde se hacinaban contra la madera, a modo de las galeras de Ben Hur, sólo que eran negros y no Charlton Heston. El propio Charlton Heston reconocería años después en una entrevista concedida tras posar para Annie Leibovitz con un rifle en la diestra y la polla en la siniestra que se había inspirado en los negros que traían Safari, el mítico licor afrutado, desde Angola, para mezclarlo con Coca Cola.

Heston lo decía mofándose, así, a su manera de héroe de western. Para Camus no existía la mofa, porque la mofa era pretensión. Y a Camus la pretensión le daba absolutamente lo mismo. No le importaba. Porque para Camus beber Safari cola era mezclar en un vaso, que hacia aquella época de posguerra temprana salazarista eran de cristal, y no de plástico como lo son ahora, para él aquello era unir en un sólo cilindro el primer y el tercer mundo. Pero a Albert se la traía completamente floja. Camus ni siquiera sonreía al solícito camarero tan parecido a aquel acordeonista ruso de la calle Santa Clara, de Zamora, que tenía un gemelo en las calles de Soria. Camus escribía. Por eso le reconoció una tarde Antonio Joao Pires, que no ha pasado a la historia.

Pires creyó haber visito a Camus. Lo siguió, lo siguió una tarde completa, para comprobar si era el reconocido escritor. Pires había viajado una vez a Rihonor de Castilla, en la frontera de Espanha. Eso había hecho que leyera. Los viajes por el interior del país despertaron en Pires un espíritu crítico. Empezó a leer la hoja de misa. Luego siguió con los diarios gratuitos de los viernes. Una vez en un charco encontró un panfleto político, y lo leyó. Le robó a un inglés la revista Time, y la leyó. En Rihonor de Castilla, donde llegó buscando harina de trigo procedente del estraperlo, asaltó la casa del maestro, y le robó a Camus. Leyó a Camus. Quiso conocer a Camus.

Pires siguió a Camus una tarde completa. Dudaba sobre si sería o no sería él. Al fin y al cabo aquel libro no tenía ninguna fotografía en la contraportada. Pero supo que era Camus por dos detalles puntuales. El supuesto Albert entró en un restaurante, donde le robaron la cartera tras pedir un frugal menú del día. No le importó. No llamó la atención. No llamó a la embajada. Fregó los platos de todo el restaurante. ¿Qué otra cosa iba a hacer? El jefe lo dejó escapar a las 5. Luego Camus paseó pensando en la nada por encima del puente Luiz I. Un hombre se arrojó al Duero desde la plataforma superior, en un evidente intento suicida. Camus le sonrió y siguió paseando. Tenía en mente una nueva publicación en esperanto para volver más gilipollas a su editor.

Pires, convencido, alcanzó a Camus, y le puso una mano en el hombro. Cualquier clase de comunicación fue imposible, por el respectivo desconocimiento idiomático de ambos hombres. Se miraron y no les importó, sin embargo. No les importó mirarse. Pires pensaba en la nada y en haber encontrado a Camus, quizá hubiera cerca una playa para matar a un hombre. Incluso habría una mujer, y una madre en la morgue de una residencia de ancianos. Le habría pagado un café a Camus, que estaba sin cartera. Pero se miraron sin importarse. Pires se fue sin nadie a quien contarle que había conocido a Camus. Camus se fue sin extrañarse del suceso, que al fin y al cabo era sólo otra mota de polvo en su nihilista existencia. Se tomó cuatro Safari Cola y estuvo hasta las 7 fregando vasos en el Piolho D'Ouro, quedándose finalmente dormido.

Cuando amaneció había una marea humana de mujeres sin depilar y hombres con bigote y bombín que merodeaban a su alrededor, leyendo la palabra "Estrangeiro" escrita en rojo sobre la frente de Camus. Ese fue el decimotercer y penúltimo milagro de la Virgen de Fátima, que siempre estuvo del lado de la nueva generación literaria del prolífico siglo XX. El decimosegundo había sido aparecerse a los creadores del Pulitzer poco antes de la batalla de Iwo Jima con un pergamino cerrado con lacre. A Camus se la soplaba tantísimo todo que le escupió a un mosaico azul de la Virgen de Fátima que había en la estación de San Benito, lo que le valió una condena a muerte por parte de la anquilosada y neocristiana justicia portuguesa.

Albert Camus, varios años después, vivió en Francia. Escribió El Extranjero. Ganó el Nobel. Nunca más mencionó a la Virgen de Fátima.

No hay comentarios: