Voy a empezar con un tópico basura. El dinero está manchado de sangre. Pero eso es porque el Karma, si es que está ahí, es una puta basura. Esta noche en Salamanca ha muerto un taxista. Cuatro tiros. 60 años. Cuatro hijos, uno por cada tiro, y una mujer. Una vida. Alguien buscaba a otro alguien que viajaba en ese Citroën Xsara Picasso blanco. Alguien ha terminado con una vida.
Cuando atardecía el domingo, un yonko que respondía al supuesto nombre de Antonio, Antoñito para los amigos si alguna vez los tuvo, ese cabrón nos limpió las carteras a mí y a otros dos amigos igual de ingenuos que yo. Con intimidación. Sin violencia física. Nos sacó unos 75 euros. Según la policía seguramente cogió un taxi hacia la barriada de Buenos Aires, y se los ventiló por el agujero que sobresalía entre el tatuaje azul pálido de su antebrazo.
Hoy la policía busca a alguien que ha matado a un taxista, porque ese hombre llevaba a alguien, que ahora ha desaparecido, en su coche hacia la barriada donde supuestamente se dirigió en otro taxi nuestro amigo de la noche del domingo. Los círculos son estrechos en ciudades pequeñas como esta. Los 50 euros que mis padres me dieron para dos semanas ahora corren por alguna vena, que se habrá transformado en serpiente, que habrá conseguido que de una u otra forma, maten a un taxista que probablemente no se imagina mucho lo que es el caballo, aunque nadie tengamos la culpa. O todos estemos metidos hasta las cejas.
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