viernes, 5 de marzo de 2010
Espacio exterior
Para mi padre, por su 54 cumpleaños.
"La última vez que el comandante Prieto vio la Tierra a través del ojo de buey que le conectaba al vacío en la Tannhauser, sonaban en sus oidos todas las notas que le habían traído desde 1956 al espacio exterior. Las tripas de metal de la nave no sufrían de gases en gravedad cero, pensaba contraído el rostro mientras apretaba su sonda. La de escape. La de escape de la nave no, la del comandante.
El comandante hizo lo que pudo por adaptarse mientras el tiempo había ido corriendo a su alrededor. Se hizo a la comida enlatada en plomo tras el apocalipsis nuclear. Se hizo a las redes sociales, incluso a la tercera generación de su familia. Y ahora la tierra se iba acabando, y el comandante Prieto volaba en la Tannhauser recordando películas, relojes, soñando con y sin fiebre.
El comandante Prieto perdió todo su pelo allá por Infantería cuando patrullaban los Monegros en aerodeslizadores posteriores a la Pequeña Guerra, y las radiaciones hicieron lo suyo. Pero le favorecía a la hora de calzarse el casco de las mejores misiones exteriores. Y de transportar todas las monedas de la nave de un lado a otro, como uno de los castigos eternos de la mitología griega por haber infringido alguna de las Leyes de la Robótica.
Y luego, cuando estaba de nuevo pegado con velcro al suelo de la nave, giraba su cabeza sobre su propio eje, y pensaba más en el vacío que en lo de dentro, pensaba en llegar a Júpiter a por el monolito con el pequeño motor autoimpulsado por iones de cuatro tiempos, todo siempre fueron lágrimas en la lluvia, y el comandante lamentaba no haberse llevado al espacio una foto de mi madre ni un libro de Asimov como los que yo intenté copiar ni una guitarra de madera y seis cuerdas, porque sonaba el brasas de José Feliciano cuando la Tierra desaparecía por el ojo de buey.
Y delante, seguía la aventura."
felicidades, boss
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