domingo, 16 de octubre de 2011

Shine a light

I.
Corría el año 1939. Los maquis se echan al monte. La guerra de guerrillas ya no es posible como lo fuera antaño contra las huestes napoleónicas. Ahora los maquis buscan arbustos debajo de los que pasar cuarenta inviernos consecutivos sin tener una hoguera. La mayoría van cayendo, uno tras otro. El pueblo habla, pero el hambre y el frío también lo hacen, y muchos tienen que bajar, volver. Les espera la cárcel, el paseo, o una alacena debajo de la escalera. En las casas sí hay fuego, se acercan calientan las manos. Después, con el paso de las décadas recordarán el monte como símbolo de una guerra que nunca fue guerra, recordarán los arbustos, y las lumbres que nunca encendieron por miedo a que la columna de humo los delatase. Recuerdan la oscuridad, y a muchos les ciega el sol al salir del agujero, pero, incluso derrotados, siempre terminan buscando la luz.

II.
Yo solía llevar un mechero en la camisa, que iba cambiando con cierta frecuencia, para ofrecer fuego a las mujeres en los bares, y así poder saltar ese abismo que yo siempre me imaginaba entre nosotros.Terminé acumulando mecheros en un cajón, mecheros de colores a los que le ponía nombre, fecha, lugar. Nunca nadie me pidió fuego, salvo contadas ocasiones en las que, por supuesto, ya no llevaba encima los mecheros. Luego me sucedió una noche que compré un paquete de tabaco a pesar de que no fumo ni he fumado ni fumaré para compartir con una mujer que tampoco fuma. Esa vez no tenía mechero, tenía el fuego dentro.

III.
Dicen los científicos que el magma se acerca a la superficie, que el riesgo de explosión va siendo cada vez mayor. La opinión pública se divide entre quien jamás ha visto un volcán, quien se seduce por el color naranja de la lava que fluye  despacio, río dentro del río, y aquellos que temen el azufre, que tienen miedo de la masa de ceniza que se eleve hacia el cielo, columna mesiánica.

IV.
El doctor tiene una linterna camuflada bajo la forma de un bolígrafo en un bolsillo de su bata. El doctor explora las narices, bocas y orejas de la gente en la consulta, pero al doctor le fascina iluminar los ojos buscando pupilas mióticas y midriáticas, anisocóricas, reflejos de Marcus-Gunn. El doctor no mira el color de los ojos, sólo si se desvían, sólo si son perfectos. El doctor una vez vio una pupila que no era redonda, era un pupila en forma de estrella. ¿Cómo se verá a través de esa pupila, pensó el doctor? Recortó una cartulina, y vio que era indiferente, que el paso de la luz no dependía de la forma del orificio. Pero no se volvió a olvidar de la pupila en forma de estrella.

V.
La ciudad ilumina en naranja, pero de pequeños en el pueblo nos tumbábamos en la oscuridad de agosto a ver caer estrellas fugaces, y nos asustaban porque pensabamos que caían cerca, pero nunca caían. También nos quedábamos despiertos las noches de tormenta en que se cortaba la electricidad, y con velas se contaban los cuentos, pero no había miedo, porque estábamos juntos, eramos niños. A los niños nos asustaban las ciudades y las farolas que se extienden hasta el infinito, no el cielo negro.

VI.
/here comes the sun/and i say/it's all right/ desde la calle hemos iluminado al mundo que no cree en nosotros, y yo tampoco creo ya en la luz, pero fuimos bellos por un momento, durante una semana las aceras fueron nuestras, y los filósofos y las ideas y las amas de casa mezcladas con economistas. A mí la luz se me ha ido apagando, pero confío en que aún queda algo por hacer. Ven, salgamos al Sol.

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