Ya ves, soy un loco y son más de las 3
(Love of Lesbian)
Me dijo que había creado una isla, y me reí en su cara. Una isla no se puede crear, una isla está o no está, pero no puedes hacerla aparecer ni desaparecer. Entonces se puso seria y me habló del atolón de Bikini y de las bombas de hidrógeno. Entonces se puso seria y echó azúcar al café hasta que una montaña empapada surgió del fondo de la taza.
- ¿Ves? He creado una isla. Sólo para ti- y ahora sí se estaba riendo.
- De acuerdo. Puede que hayas creado una isla para mí, pero es débil, mira cómo la derrite el líquido. Se va a desmoronar, incluso se diluirá y desaparecerá. Demuéstrame que esta isla es posible.
Abrió el periódico. La isla volcánica del Hierro se resquebrajaba a base de terremotos, y de pronto, del fondo del mar había comenzado a surgir una nueva base a partir del magma que se solidificaba al contacto con el agua. Eso no sólo significaba que el Hierro no desaparecería, sino que surgiría otra nueva isla, una isla posible.
- Eso lo he hecho también yo.
- ¿Para mí? Creí que querías que nos fuésemos a La Habana, no a Canarias.
Volvió a torcer el gesto. Eres idiota, me dijo de nuevo, me dijo que yo nunca entendería que la tierra tiembla debajo de nuestros pies, me acusó de ignorar todos los terremotos que provocaba deliberadamente, me escupió que debería pensar en todo el azufre que ahora poblaba el fondo marino, de los tesoros subacuáticos que se habían perdido, de la muerte de especies. Me acusó de ignorar la violencia que todos sus actos engendraban para atraparme, y yo sólo escuchaba. Comprendí entonces la imposibilidad de otra isla, de cómo fui yo el primero que negué la existencia de nuevos puertos. Cómo interrumpí la entrada al puerto y arrastré con mareas la arena de las playas, pisé las barreras de coral y ni siquiera me fijé de qué color eran. Entendí con mirarla que todos los acantilados caían al agua de nuevo y yo sería responsable único de los daños en las costas cercanas.
Me dijo que había creado una isla, y yo empecé a creerla, nunca tarde, pero empecé a creerla, y asumí que no era factible terminar un café anegado de azúcar del mismo modo que todo lo que no puede ser es tremendamente dulce pero inacabable, había espolón que podíamos compartir hasta que fuera imposible, pero que detrás vendrá turistas a las islas que habíamos creado que dirán “qué bellas son” y harán fotografías que nos conviertan en eternos para las memorias digitales y los discos duros que serán el epitafio de la modernidad.
Dónde estaremos enterrados y quiénes irán a visitarnos, piensan los peces que ingirieron demasiado azufre. Cuáles serán las fotos que nos recuerden, y quién apretará el botón que nos elimine para siempre, pensamos tú y yo que a día de hoy aún tenemos una isla.
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