[Leido en "Micrófono Abierto" el lunes 19/10/2009, con risas generalizadas, ovación cerrada, y petición de dos orejas y el rabo del artista, que huyó a tiempo para evitar su circuncisión]
"La difícil compañía del quizás" sería un título mucho más ecléctico, difuso y socialmente aceptable que si empezara con un "Todas putas", que es lo que me enseñó el grande de mi abuelo, que abrazó su lápida con 89 años y una faria después de comer. Ya no quedan hombres con ese carisma, nadie compra el ABC ni escucha Radio Vaticano para oír el rosario de Juan XXIII a las diecisiete quince.
Y mi tío dice que soy un rebelde porque de vez en cuando le rebato mientras él sienta cátedra en la sobremesa dominguera. Pues eso. Dominguero él, dominguero yo, que de rebelde no tengo ni la corbata ni el capital, porque el marxismo para mí es un camarote y un par de huevos duros. Y no, no son los de mi abuelo.
Y es que mi abuelo era un putero. Pero con clase. No era un putero como esos turistas alemanes que en plenas Ramblas llegan al orgasmo y a la gonorrea al mismo tiempo. Ni siquiera putero de ir con la C15 a la capital comarcal sin limpiarse el barro de las botas, de las manos y del prepucio. Mi abuelo era un clasista, porque si algo aprendí del marxismo aparte de que disculpe señor que no me levante, fue que la lucha de clases es el motor del avance social, de modo, que quizás el semen de mi abuelo fue durante unos 40 años gasolina 98 octanos para el desarrollo social de ciertos barrios céntricos de la capital zamorana. Y mi abuela encantada, porque aparte de clasista, siempre fue limpio y puntual, y no dejaba nada en el plato.
Lamento a menudo, en la tierna e íntima soledad de mi habitación estudiantil y la siniestra compañía de mi diestra, no haber aprendido mucho más del prohombre que mi abuelo fue. Que injusto, coño, ¿por qué yo tengo que ser rebelde por suspender tres y levantarme contra la aristocrática figura de mi tío el apicultor, a la par que médico, y mi abuelo, enamorado del Ponche Soto, la tertulia del café, las putas y los toros, es respetable?. Bueno, lo fue. Y en veintidos comidas navideñas que compartimos no se llegó a oir un sólo comentario jocoso correlativo al gusto taurino y el putero.
El estofado de ternera de mi abuela, eso sí, siempre fue de 10, aunque algunas noches todavía me entra la tos pensando en los polvorones y el vino quina Santa Catalina. Ay, el vino quina Santa Catalina. Me gusta imaginarme la cara de mis familiares de primer grado los lunes, martes, miércoles y jueves con barra libre a cuatro euros. Bueno, en realidad me gusta imaginarme ahorrándome treinta de esos euros y siguiendo los pasos de mi abuelo, si es que los pasos de mi abuelo estuvieron alguna vez lejos de la sífilis y la enfermedad pulmonar obstructiva crónica. EPOC, para mis compañeros de Medicina. Vaya tela, la que se dejó en burdeles y Tabacalera Española, que mi abuelo, eso sí, siempre fue muy patrio, y luchó por los nacionales, y contó sus exageradas historias de rigor sin rigor.
Me falta fumar, follar e ir a la guerra para ser mi propio abuelo, un hombre respetable donde los haya, un santo, dice mi abuela mientras que pone otro plato de estofado de ternera, porque, hijo, no me comes nada, y te me vas a quedar en los huesos.
Cosas de la sífilis, abuela.
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