viernes, 11 de noviembre de 2011
Correo Postal
El remedio a la impaciencia, los besos en abecedario morse y las colas en las oficinas de Correos comparten un lugar común en la estantería de muchos museos. Los sellos han dejado paso a etiquetas certificadas y cada día menos buzones y más lentos se reparten las calles de nuestra ciudad. Sin embargo, yo no me he rendido a la evidencia del 2.0 y sigo agarrado a clavos ardiendo, a cafés ardiendo para despertar en el hospital. Debería contarte que he visto la cara de la muerte en hombres que descansan boca abajo en su cama. Debería relatar cómo se me han aparecido todos mis fantasmas en el pecho, en los sueños, las caras que nunca quedarán atrás y las que nunca conoceré. Debería contarte quizá por qué me salvas la vida en fascículos de trentaicinco céntimos, de nombres que he escrito en las paredes, pero no lo hago porque no estás y ya va para largo que no nos olemos, me recuerda la manta. El remedio a la impaciencia, el abecedario morse del revés, las oficinistas de Correos no pueden compartir conmigo la salvación, no pueden compartir conmigo las horas perdidas en los transportes públicos y tampoco comparten la distancia ni las batallas. Pero, en el fondo, saben de lo que hablo, porque soy yo quien le ha dado forma a cada garabato para desdibujar la realidad. Para volver a esperar cartas.
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