viernes, 15 de octubre de 2010

Marlowe sigue vivo, me lo dijo un amigo (Parte III)


Parte 1
Parte 2

III. "Tienes dos opciones:La número uno es entregarte. La número dos es escapar. Tú verás cuál eliges."
"La número tres."

En el bus. Estoy sentado en la última fila, en el asiento contra la ventana derecha. Él se sienta a mi lado. Cerca. Demasiado cerca, joder. No me gusta que me toquen el brazo, no me gusta que los desconocidos me aprieten. Y me está apretando. Tiene el pelo grasiento y largo hasta los hombros. No me gusta la gente que no se lava. Tiene una libreta con un número de teléfono de nueve cifras y un lapicero. Ha cambiado las cifras por letras. Va haciendo columnas como hacíamos de niños. Son aleatorias. Me mira. Lo noto. Es mutuo. Nos quedan cincuenta minutos de viaje y me mira. Me va a matar. No me va a matar, pero me quiere matar. Empiezo a calcular las posibilidades que tengo contra él. Es más alto, tiene las manos más grandes. Iba a sacar mi libreta, iba a apuntar todo lo que sé por ahora sobre Anna y su culo gordo, sobre Joe y sus deudas y deudores.

Pero ahora no quiero. Ahora no puedo. Van variando en la columna las vocales y las consonantes. Son aleatorias. Pero sé que en algún momento van a poner mi nombre. Lo van a poner de una forma suficientemente ostentosa como para que yo lo lea, y lo sepa. Calculo mis posibilidades, hago mis estrategias en la mente, me dibujo sin lápiz clavándole el suyo entre la carótida y la yugular. Todo corre. En mi mente tengo otra americana, y un chaleco de otro color. Es curioso. En mi mente el autobús está tapizado. Creo que sigo pensando estupideces porque no tengo huevos a atacar yo primero. Las letras siguen corriendo, como alguna tragaperras: sandía, sandía, pera. Sigue rascando. Y el tío sigue rascando. De vez en cuando mira hacia mí y yo miro hacia adelante. Conozco a la mujer de allí delante, me la tiré hace un par de veranos. Pero él no lee mi mente ni mis polvos, él sigue cambiando letras aleatoriamente. Me estoy poniendo nervioso. Me aprieta un poco más contra el cristal. A su lado hay una gorda. Muy muy gorda. Quiere hacerlo pasar por un aplastamiento y culpar a la gorda. Lo veo claramente. Me ponen nervioso las gordas y los tipos que me quieren matar pero que ni siquiera abren la boca para darles una réplica ingeniosa. Sólo quiero darle un puñetazo. Ya tiene las 7 primeras letras de mi nombre.

Dos paradas. El abecedario rueda, sigue rodando. Dos letras. Diamante, diamante, pera. Insert coin. Hemos llegado. Cuatro páginas de su libreta garabateada. Se baja, y me mira a los ojos una última vez. Arranca hojas del cuaderno y las tira para que yo las coja. Las cojo: a mi nombre le falta la última letra, pero él lo sabe, sabe quién soy, sabe por qué he cogido este bus, y sabe lo que hace. Aunque, colega, yo también sé muchas cosas. Sé que hoy he tenido suerte. Pero sé que he acertado de lleno. Camino durante diez minutos: Valcabado South Avenue, 345.

La casa promete.

1 comentario:

Lucía Mateos dijo...

Si ese tío existe, he coincidido con él fijo, pero mi suerte: estar en la otra fila de buses y dos asientos vacíos entre nosotros :S
besote!