Éramos jóvenes e inexpertos. Ahora...ahora, no sé ni lo que somos. Supongo que no más que una pandilla de depravados. La historia surgió en las noches del pueblo, de los veranos eternos en los que todos menos nosotros encontraban el amor. Y el sexo. Qué iba a ser, pues teníamos dulces 15 o 16 añitos, e ibamos con chavales cuatro o cinco años mayores que nosotros, y nos cubrían con la sombra de sus hazañas, éramos fácilmente impresionables, aunque jurábamos ser muy maduros.
Éramos los tres de siempre. El Gina, que heredó el apodo de su abuela, el Patxi, que respondía a un nombre mucho más castellano, y yo mismo, Jaio. Yo era (por suerte, sigo siendo) el mayor, Gina se quedaba un añito más pequeño, y Patxi dos años por debajo de él. Hablábamos, hablábamos mucho, nos reíamos de todo y de todos, incluso de nosotros, de nuestros éxitos y nuestras frustraciones, por eso recuerdo todo ese tiempo con tanto cariño. Quizá porque ahora esas cosas ya no pasan tanto.
El caso es que fuimos viendo pasar los veranos, y a pesar de rollos esporádicos con las chicas del pueblo, de belleza más o menos distraida, veíamos cómo seguíamos año tras año sin mojar, y las expectativas no mejoraban, no, ni mucho menos. A nuestro alrededor hasta los más cazurros se curraban un polvo en un coche de segunda mano. Nosotros, ahí nos tenías, con nuestras bicicletas que en aquel entonces ni tenían cambios ni hostias. Y sillín de milagro. ¿Cómo íbamos a hacer nada?. Entonces, en nuestras adolescentes y hormonadas cabecitas fueron surgiendo planes.
El más descabellado de todos fue al final el que triunfó. Empecemos por el principio. Valoramos todas las opciones (quizá nos quedamos cortos, pero nosotros creimos valorarlas todas), y decidimos la más lógica. Irnos de putas. En el pueblo de al lado, un puticlub de fama oscura, cuya denominación anterior, Bar Manolo, había cambiado a un nombre más comercial, Golden Sex, en busca de dios sabe qué, porque los clientes seguían siendo los mismos agricultores sin título de idiomas.
Total, que con 17 años Gina y yo, y apenas 15 Patxi, decidimos que cuando éste último llegase a los 18, para no ir al trullo, nos pagaríamos unas putas si ninguno había conseguido el consabido objetivo. Eso nos daba tres años de margen de reacción, así que ninguno fuimos conscientes del peligro. Porque tres años después seguíamos en las mismas. Un par de novias cada uno, incluido el benjamín del grupo, y no hubo por donde meterla, como si nos hubiéramos casado con sirenas.
Y esas navidades nos acordamos. Patxi iba a cumplir los 18 en apenas tres meses, y volvió a nuestras cabezas aquel maquiavélico plan que habíamos trazado. Y nos miramos en círculo con las caras blancas como la tapia de la iglesia del pueblo. Y decidimos que si había que hacerlo, qué cojones, se haría. Pero que íbamos a luchar.
Cada una de aquellas noches de fiesta de diciembre hasta marzo fue una cacería salvaje. Y ya se sabe, cuanto más buscas, menos tienes. Y llegó la noche del 24 de marzo. El veinticinco eme era para nosotros ya una fecha como son el veintitrés efe o el veinte ene, en este país de siglas y números.
Nos reunimos, puta coincidencia que fuera Sábado Santo, en la plaza del pueblo, y fuimos a pasear por las calles del pueblo, que guardaba silencio enlutado. Yo ya tenía un R5 amarillo en aquel entonces, el [auto]móvil del crimen. Y, silenciosos, con risas nerviosas, subimos al cacharro y recorrimos los 10 kilómetros con los Chichos en el cassette.
Entramos en el bar. Miramos alrededor. Llevábamos cien excusas preparadas por si alguien nos conocía. Pero claro, a ver quién declaraba que nos había visto allí, acusándose a sí mismo. El plan, objetivamente, no era malo del todo. Pero bueno, pedimos unos cubatas por animarnos. Unas caribeñas merodeaban entre los diez clientes, trece con nosotros.
Y nosotros... nos acojonamos, pues claro que sí. Cogimos el R5 en cuanto acabamos los vasos de tubo, y nos fuimos al monte, a reirnos, a partirnos el culo de lo fracasados que éramos, pero al menos supimos reconocerlo. Patxi triunfó tres meses después, acabando el COU, Gina se hizo con una novia cacereña que lo mataba a polvos en septiembre del curso siguiente [lo dejaron por aburrimiento, él me dijo que era sólo físico, demostrando que en cuanto tienes lo que deseas, te cansas]. Yo fui el último en llegar al asunto, en esa Nochevieja.
Quedamos el día de Reyes. Cogimos desde Zamora el R5 y subimos por la Nacional a tomarnos otros tres cubatas en el Golden Sex. A cerrar un ciclo. A ver cómo se terminó nuestra dulce adolescencia, y todavía me emociona sentir que fuimos unos chavales, y que podíamos soñar, y que podíamos tener miedo a la vez.
De cosas tan estúpidas como el Veinticinco eme.
2 comentarios:
jajajajajjaj...ayyyyyyyyy, los veranos en el pueblo, los forasteros,no mojar...vosotros, nosotras nos lo montabamos mejor, ya lo creo que si jajajaja, como disfruto leyendote.Muy divertido, si señor.
Que bueno, me ha gustado mucho leer esto porque yo hice una promesa similar. Debio ser generacional. En mi caso, tenía una amiga, y nos prometimos acostarnos, pero tampoco lo hicimos al final.
Y luego tenía un amigo que era incondicional de las putas, pero al final no lo necesito...
Vaya tiempos
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