Yo lo sabía, y ella lo sabía, pero lo cierto es que yo no sabía que ella lo sabía. Por eso me quedé de piedra, preferí reirme al enterarme, preferí pensar que era mejor no pensar que era un cobarde, o a lo mejor era exactamente la confirmación de que lo era.
Joder, qué trabalenguas.
Se trataba de no equivocarse, de otro juego de espías más, de guardar silencio en todos los momentos adecuados. Y luego supe que nunca supe guardar silencio, supe que nadie me traicionó, fueron deslices. Otra lucha de gigantes que se me iba de las manos, y aunque este partido ya lo había jugado hace mucho tiempo, siempre sorprende descubrir que lo malo que tiene el pasado es que nunca lo puedes negar, hice un par de llamadas telefónicas y me puse en contacto con mi abogado, que tuvo una atareada semana.
Decidí la frase de toda la vida, tenemos que hablar, la cacé en un coche negro y nos fuimos a otra ciudad diciendo cosas de verdad, que ya era hora. Me tembló la voz, se me secaron los labios y paramos a repostar la máquina y yo a por una botella pequeña del tiempo, de agua, que lo otro me lo tragué todo la noche anterior.
Siempre me lo imaginé más romántico, de otra forma y posiblemente con otras palabras, pero no tan maduro. Años de darle vueltas a la cabeza me han enseñado esta clase de cosas, y de adelantamiento en adelantamiento salían las palabras. Se portó bien conmigo, y eso lo hizo bueno y malo a la vez, es paradójico cómo van estas cosas.
En el fondo lo paradójico es ver cómo esas cosas a las que durante un tiempo les das tanta importancia, pueden pasar en un segundo, quedarse atrás, y ya está. Nunca se cierran las carpetas del todo, pero mi archivo esté hecho a base de todas estas historias. Y además, sino nunca podría escribir sobre nada. Concedamos un homenaje a lo que se nos va de las manos.
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