Me evaporo, nena, me voy de esta ciudad y no te llevo conmigo porque no, porque estoy decidido a olvidarte, te lo escribo en una servilleta de papel, limpiate lo que quieras con mis letras [los labios, el culo] pero andate con cuidado, que ensucian también si aprietas mucho, como yo cuando me aprietas demasiado. Me voy, ahí te dejo las llaves de una casa que no es mía, de un coche que es de alquiler, de una taquilla prestada, te las dejo juntas en esa cadena para que te ates donde te dé la gana, porque yo estoy libre ahora que ya no me haces caso. No sé si tú y yo sabemos lo que pasa, no sé si yo sé lo que pasa, no sé si pasa algo, pero ahí te tengo, donde siempre estabas, y girando la cabeza hacia otro lado, y sin decirme nada, y es que yo tampoco tengo más que monosílabos para ti, punto y aparte.
Entonces empezaré el párrafo final, segundo y final, fíjate qué ironía, diciendo lo que no te voy a decir nunca. Que esto no existe, que cuando me haya vuelto a otra ciudad que tampoco sea mi ciudad ya habrás encontrado lo que buscamos, y yo seguiré perdiendo lo que encontraste por todos los bolsillos de mi cazadora cara del mercadillo de los martes por la mañana. Tengo tantas ganas de nada como de ti, tengo un dolor de cabeza provocado por las dosis de ironía con las que nos atacamos que presiento que voy a tener que cerrar este libro con un punto y final, antes de que se me escape el bus. Me evaporo, nena.
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