"Tuvo una época en la que todo lo que le decían le entraba por la nariz y le salía por el oído derecho, dejándole marcado el camino, por la cisura lateral de Silvio cuesta arriba. Aquella época no la recuerda, porque cada noche se machacaba con piedras de molino el trigo de las cunetas, y hacía pan de dilemas para poder cenar algo y no marcharse con el estómago vacío al jergón. Jergón que llenaba de las pajas que le sobraban de las susodichas espigas, así estaba de manchado.
Luego vino la época de las desgracias, en la que todo el mundo se convertía en nadie, y cada vez más personajes anónimos le saludaban por las aceras. En blanco y negro iba guardando las caras, recortadas del periódico local, y las pegaba en un cuadernito amarillo, de cuadros pequeños y anillas azules. La época de las desgracias alcanzó su máximo cuando el Ibex alcanzó su mínimo y cuando se cayó de tan alto el cuaderno a un charco una mañana de lluvia, y se borró todo, sobre todo la tinta. Sobre todo las caras.
Al final llegó la época en la que le temblaba el pulso al hablar, pero se le ponía firme al escribir dedicatorias con boli Bic. Negro como el tizón. Y a cobro revertido quisiera haber hablado contigo, pero nunca le dejaste sentir, ni oir, ni ver. Sintonizó la última emisora en onda corta, trató de pensar en todo lo que llevaba puesto la última vez, se arregló el pelo y las uñas, y dejó atrás toda su vida por puro aburrimiento.
Y empezó a vivir pensando en lo de fuera."
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