Ahí fuera hace calor, y yo me aso en mi jaula de paredes blancas. Escucho música triste, y veo fotos. Ahí ha comenzado el verano, y yo estoy enclaustrado. Mi cabeza, que nunca se rinde, me pregunta la manera de escapar de aquí. Yo, que tampoco me rindo nunca, le pregunto a mi cabeza que si podría hacer el favor de callarse. El caso Slevin me distrae durante casi dos horas, y luego vuelven a empezar las despedidas. Es que desde toda la vida soy el último en irme de los sitios fríos y el primero en desaparecer de los sitios interesantes. El caso es que ha vuelto la melancolía.
Ahí fuera el mundo sigue girando, creo. Y yo aquí, con la persiana bajada a pesar de que es de noche. Preguntandome tantas cosas, cómo el sentido de la vida, dónde hay que firmar para que te quiera una de esas, por qué nadie da señales de vida si uno no hace primero señales de humo, o por qué no he salido a emborracharme yo solo.
Creo que la respuesta a esa última es "porque aún no tengo el carnet de alcohólicos anónimos, y sólo me quedan 20 euros para acabar el segundo año en Salamanca. Y cinco de ellos son para volver a casa."
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