Traté de racionalizarte hasta el último extremo, lo traté de hacer sólo con el objetivo de convencerme de que podías ser la cosa más banal y estúpida que me había encontrado, y no esa mujer encima de un marmóreo pedestal. Por eso me sentaba y te escribía y te describía hasta el más mínimo detalle, para poder irte deconstruyendo.
Quizá ese fue el fallo, que empecé por deconstruir tu ropa, y claro, deshilachaba tus jerseys, desabrochaba con furia tus sujetadores, rasgaba con la mente tus vaqueros, y ahí estabas, desnuda, débil, inerme, ¿cómo podía seguirte deconstruyendo átomo a átomo, sumergiendome entre las células de tu tejido epitelial, en cada una de tus mucosas para que me absorbieras y fuera causa viral de toda tu enfermedad? Ese sin duda, sólo ese, era el fallo.
Yo quería racionalizarte hasta el final, hacer de ti por carpetas separadas un cúmulo de aspectos mínimos que tomados de uno en uno no tenían ni el más mínimo sentido. Mínimo, todo mínimo y esdrújulo. Yo quería hacerlo con toda mi alma y mi intención, pero aparecías y cada beso no era una mínima estupidez, era una sensación que de dejaba la espalda de alambre hirviente y cada vértebra estallaba, y mi hipotálamo estallaba, y mi corteza sensorial eran fuegos artificiales de una noche de junio a la orilla del Duero.
Luego me di cuenta que a lo mejor yo era el estúpido intentando diseccionarte con flores en el pecho y tu ropa deshilachada y tus besos ascendiendo por los haces posteriores de la médula, que la lluvia en la ventana de febrero anunciaba la Semana Santa y el Merlú me levantará otra madrugada, y tú estarás en cualquier otra parte del mundo construyendo una historia a base de las migas, átomos y células queratinizadas que yo he ido perdiendo mientras corría de un lado a otro.
1 comentario:
Muy, pero muy, pero que muy bueno.
A esto llamo yo pragmatismo poetico.
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