Si usted está leyendo esto, es que está siendo víctima de un robo.
Es decir, no está siendo víctima de un robo: le estamos robando al banco, que a su vez son los que le roban a la gente. Como Robin Hood, ¿sabe? Pero al grano: está siendo testigo del atraco a un banco. Por favor, siga las instrucciones.
Mi colega y yo entraremos sin hacer ruido, probablemente ahora estemos a su lado y ni siquiera lo habrá notado. Yo soy el inexperto y él es quien lo sabe todo, por eso me está dictando este panfleto que tiene entre las manos. Pero yo pongo la imagen, por eso no puede prescindir de mí. Ah, bueno, las instrucciones. Pues quédese quieto o quieta. Nosotros nos estaremos dividiendo. Yo iré a ver al director de la sucursal con la sublime e increíble excusa de pedir un hipoteca. Una excusa arriesgada, pero eso mismo hará que se despejen sus sospechas. Mi colega mientras tanto querrá sacar doscientos cincuenta y cuatro con veinticinco euros en monedas de 2, 5 y 20 céntimos, por pura superstición. Parece que serán siglos lo que tarde: eso hará que se forme una cola magnífica que colapse la sucursal: cuanta más gente, mejor. Le prometemos que no habrá ni un solo atisbo de violencia.
Luego, como acabará antes de que se les ocurra concederme un crédito, me llamará. Se hará pasar por quien haga falta. Y yo se lo pasaré al director, que me mirará con cara de póker. Más cara de póker se le pondrá mientras mi colega le narra las exigencias. Él se reirá, y me devolverá el móvil. Yo, para mostrarle mis crueles intenciones, sacaré mi navaja de Albacete. Seguramente tendremos que matarlo. Pero dentro de su despacho, no lo verá nadie, no hay que montar un escándalo por nada, ¿eh?. Con el director fuera de juego tendremos en la mano todas las claves para concederle un préstamo a mi sobrino y a la novia de mi colega. Además me compraré ese Seat Ibiza a plazos que siempre quise. Y al cero por ciento de interés: vaya palo, tío.
Seguramente se esté preguntando el por qué de toda esta parafernalia tremenda para conseguir una mierda de condiciones económicas. Se estará preguntando si era necesario matar al director de la oficina, y si era realmente imprescindible cargar con los 75 kilos (aprox) de monedas que conllevan los doscientos cincuenta y cuatro con veinticinco euros en calderilla. Ahh, es que el plan no termina aquí. Ni tampoco empieza.
El director de la sucursal se estuvo follando a la que ahora es mi mujer durante los 6 años de noviazgo en los que ella me juró amor eterno y un apartamento en la playa. Pero él no me conoce, ella nunca le habló de mí. Al menos, no le habló de mi nombre y de mi cara, de mi altura, de mi peso ni de mi trabajo. Se dieron una tregua durante los tres primeros meses de mi matrimonio, lo noté, sus bragas dejaron de oler a Polo de Ralph Lauren. A ella la mataré de cualquier otra forma. Por ejemplo, trucando los frenos del nuevo Seat Ibiza y dejando el resto de pagos a nombre de su santa madre.
En el caso de mi colega, su venganza coincide con la mía en el punto en el que el cajero le atropelló a los 17 años provocandole una luxación de las últimas vértebras lumbares. Gracias a eso se terminó su carrera como obrero de la construcción en pleno apogeo de la burbuja inmobiliaria, y dos años después de abandonar para siempre los estudios. El conductor nunca pagó por sus actos. Hoy, mi colega le atará a los pies los 75 kilos de monedas y las manos a la puerta del ascensor, que hará subir hasta el séptimo piso.
Si usted está leyendo esto, es porque está siendo testigo de otra venganza de tantas. Disculpe el tiempo que le hemos robado con este panfleto. Si levanta la vista, nos verá salir triunfantes con la cabeza alta por la puerta principal de la sucursal. Tenga un buen día.
1 comentario:
Me gusta mucho, deberías hacer un corto con esto.
Por cierto... bah, ya hablaremos tu y yo.
Y nos reiremos, pero yo primero.
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