Supongamonos tú y yo en los dos extremos de la diagonal que cruza la habitación, formando un triángulo rectángulo de agradables proporciones. Además, podemos afirmar que aparte de la hipotenusa que nos separa somos dos catetos perpendicularmente opuestos.
He aquí la condición sine quae none del teorema: que me dejes trazar la bisectriz del ángulo agudo de tus piernas. Formaremos pues otro cruce de ángulos mucho más complejo, y sin embargo no será necesario utilizar el cálculo diferencial para integrarnos, para hallarme fácilmente en la tangente, para alcanzar con una simple operación tus senos; y en menos tiempo de lo previsto habremos resuelto esta entretenida ecuación de dos incógnitas que venimos siendo.
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