martes, 4 de noviembre de 2008

Como lágrimas en la lluvia.


Desde alguna parte, Il Commendatore estaba viendo esas tres últimas vueltas, y yo sentía la carótida martilleándome en el cuello, arrodillado delante de la tele con mis miniaturas del F2000 y del F2002 de Schumacher y Barrichello.

Desde el mismo lugar donde estaba Il Commendatore emepzó a caer la de Dios (valga la redundancia), y yo, arrodillado junto a mi padre, empecé a rezarle en italiano, a contar las curvas, las gotas y las revoluciones.

Oí 82 000 gargantas gritar junto a la mía al cruzar la Ferrari la línea blanca, y oí su mismo silencio 30 segundos después. Y cinco minutos más tarde, en el podio, pensé en las escena final de Blade Runner, cuando el replicante le dice la mítica frase:

-"Todos esos momentos se perderán, como lágrimas en la lluvia"

Él se golpeó el pecho. Yo cerré los ojos. En Sao Paulo seguía lloviendo. Retrocedamos ahora ocho meses, no es un difícil ejercicio. Basta con cerrar los ojos; yo los cerré y lo vi clarísimo.

Vi a Coulthard contra el pontón derecho. Vi el trompo en Sepang, y la puzolana multicolor atrapando las ruedas. Mi mente siguió viajando, y vi llover en Sainte Dévote, y una pasada de frenada. Llovía, y Gran Bretaña tuvo 5 trompos. Después vi una fumata blanca en la línea de meta de Hungría. En la noche de Singapur ví una serpiente plateada.

Y, sin embargo, abrí los ojos, y volví a respirar. Y vi un paseo por las arenas de Bahrein. Una revisión a la pasión turca. Una subida a Montmeló. La conquista de la Galia. El paseo marítimo de Valencia. Y, en una ladera abandonada de Brasil, entre favelas, vi el Olimpo de los dioses en una tarde de noviembre, bajo la lluvia de primavera austral.

Vi un hombre que volvió a sentirse piloto de carreras en la curva 10 de Japón, que demostró tener el orgullo del que algunos le habían acusado carecer. Un tipo que llega a su casa y demostró ser digno de llevar el bólido rojo. Y hacer que sus compatriotas y los tiffosi del mundo entero se sintieran orgullosos. Un hombre que ayer sólo se rindió después de 71 giros y un solo punto que le separó de suceder al verdadero Mágico con los colores de la Verde-Amarela en lo más alto del Mundo.

Cuando ayer Felipe Massa lloraba en el podio, yo le daba las gracias a un Dios pagano, en el que creo cada dos domingos, por haberme hecho Ferrarista.

Y es que, amigos, vosotros sólo habeis conocido la Ferrari irrompible y triunfante, caballo de carreras de apuesta segura. Pero os engañaron. Ferrari era y es lo que visteis ayer.

Un coche pintado de rojo que parece rápido hasta que ves cómo le sale volando un tubo de escape. Preguntadle a Gilles sobre las suspensiones del 126 CK. Y a Niki, que qué opina sobre el motor del 312 T (3 litros, 12 cilindros en V, caja de cambios Transversal) que le hizo a medida Mauro Forghieri. Preguntadle a Jean Alesi por el armario rojo que le hizo a medida John Barnard para 1995.

Ferrari es Italia, e Italia es caos y alegría. Ferrari, es caos y alegría, como ayer mientras celebraban en 10 segundos su falso título. Y, cuando menos te lo esperas, llega el Génesis según Stefano Domenicalli, y del caos surge la luz. En esos rayos de luz lo único que te cabe decir es que es bello ver a dos tipos de rojo en el podio, o una bandera italiana en el muro de boxes.

Y en el podio, cantas con ganas de salir a la calle, el "Fratelli d'Italia, l'Italia s'è d'esta". Como cuando gana Valentino en MotoGP, que sonríe. Eso es Ferrari. La sonrisa del Commendatore.

Ayer, Il Commendatore se rió, porque en realidad no vio perder a un hombre. Vio ganar a la Scuderia.

Ayer no era ayer, era 1999. Brasil no era Brasil, sino Suzuka. Lewis no era Lewis, sino Mika. Felipe era Eddie. Y volvió a suceder, como en aquel entonces, que mientras un hombre se coronaba de plata, el mundo se teñia de rojo.

1 comentario:

RubenBartolome dijo...

Y Kimi hizo de Micheal medio lesionado.

Las 2 vueltas malditas de Hungaroring.

AL menos Il Cavallino revalidó su título, porque en Brasil Francesco Baracca empujaba a los bólidos rojos.