Esto que hago es ilegal, será la primera y última vez. Debería aparecer alguien para detenerme por crueldad animal para con nosotros. No tendría que escribir estos disparos al aire, podríamos sangrar. Este boomerang que lanzo me va a golpear en la cabeza, empezaré a correr para que no me pille. Te buscarás, me digo. Qué curioso, yo también te busco. No en las calles, no en los libros, no en las canciones. Te busco cuando vomito de noche, en las pastillas que me perforan el estómago, en los nervios sobre la taza del váter y los escalofríos húmedos en la cama. No estás, qué ausencia más extraña la tuya. Sé que no perderé kilos esperandote sino corriendo, y te prometo que voy a correr, porque esa promesa no nos corresponde a ninguno de los dos. Correré sin buscarte para ver si te encuentro. Por la ventana veo vídeos de ciudades a las que me quiero escapar aunque esté nevando y el asiento del copiloto sea para sujetar los discos y las botellas y las colillas y los pañuelos de papel. Nunca me encontraré con una pared de niebla como la que cruzamos, así que seguramente vaya al mar. Allí habrá palmeras que se doblen como mentiras, arena que se deshaga como minutos de hielo al sol, suena buena música y nosotros, que nunca nos hemos bañado juntos en el mar, sentados en la barra de un bar. No sé si te sucede, pero de un tiempo a esta parte sucede que me sueño y duermo peor, que me has estrellado la espalda y ya sólo puedo quedarme boca abajo ahogandome con la almohada. Voy a detener esta bola contando hasta mil, porque el boomerang está a punto de golpearme por detrás, justo en el estómago. ¿Ves? Ya ha llegado, y yo, yo me voy.
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