lunes, 16 de enero de 2012

Ab trascendentia

El ser humano necesita los espejos para ser humano. Los necesita porque le otorgan la consciencia, el conocimiento de su conocimiento. Lo colocan en el mundo, en el mundo frente a sí mismo y frente a los demás, es por eso que una de las primeras acciones mecánicas, inconscientes, casi intuitivas cada mañana es mirarnos al espejo. Situados en el mundo podemos seguir adelante con el desayuno.

Nos llenamos los lunes de cafés de desayuno, y qué le vamos a hacer, dónde está la plenitud. Una vez caminé descalzo por losas de piedra llovidas pensando en trascenderme, en demostrarme a mí mismo que no me importaba ser el hombre que critica gratuitamente, el niñato inmaduro de los domingos con resaca y las palabras soeces, que podía llegar a alguna inmortalidad del día a día de una forma tan simple. Pero, la plenitud, dónde está la plenitud. Dónde está la idea que nos llena, sólo están los vacíos como océanos que colmamos a base de tragos, pensando que cada segundo de felicidad es válido. Una mujer, una tarde, una esquina de una ciudad.

Envidio, por qué no decirlo, envidio aquella gente que se completa con una sola idea (Dios, Dinero, Amor). Ellos sitúan la balanza del bien y el mal en el equilibrio necesario para que los mayas no nos lleven a sus profecías de destrucción. Envidio a esos monjes budistas o benedictinos en los días en que la suma de pequeños tragos no alcanza para un vaso. Y qué si es la niebla, el ciprés de Silos, y qué si es el sol de Diciembre. Desde esta cocina sólo se ve el sol por la mañana. ¿Es el sol una sola idea que nos trasciende? ¿Es el ciprés de Silos el camino?

En el momento en que nos roban los espejos y las sillas nos entregan la trascendencia. Qué pena no pasar toda la vida de pie con sandalias en inviernos habitando conventos abulenses sin volverme a ver la cara hasta los 80 años. Tendremos que seguir llenandonos con cafés de desayuno y tardes al sol, quién sabe, puede que nos trascendamos en el momento menos pensado, una de esas mañanas en las que salimos de casa lo suficientemente dormidos para no darnos cuenta de mirarnos al espejo.


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