viernes, 21 de mayo de 2010

Antonio Vega y Eva Amaral me cantan a dúo desde el inframundo, qué estamos haciendo despiertos a las 11.30 de esta mañana sin tormenta, estoy seguro de que en la televisión ponen algo interesante, fútbol, motociclismo, algo que no nos diga que hemos hundido el mundo con esa sutil capacidad de los telediarios para hacernos sentir culpables variando sólo una octava el tono de voz. Amaral me recuerda a aquella tarde de febrero por Zaragoza con el sol bajando y nosotros corriendo con el VW Golf entre los edificios posmodernos de la Expo hacia la estación del Ave, y sin embargo Antonio Vega me recuerda a aquella tarde de hace un año en el mismo VW Golf volviendo del Tormes, podría ser que todas las redes estén hiladas de alguna forma que no alcanzamos a ver, que se nos escapa mientras hacemos nuestra pequeña trayectoria impredecible, y creemos chocar por azar contra algo que ya está trazado y acabado a nuestras espaldas, por encima de nuestras cabezas; tenemos esa pequeña y egoísta sensación de eternidad, tenemos ese círculo lleno de nosotros mismos y que imaginamos suficiente, sin darnos cuenta de que todo se nos va de las manos, a nuestro alcance sólo están banalidades como decidir de qué lado vamos a dormir esta noche, o qué lata de cerveza preferimos para ver el fútbol. Y si, siendo banalidades, nos las tomamos como algo trascendente, quizá es que ya hemos visto que sólo podemos aspirar a eso. Pero eso Antonio Vega ya lo sabe.