- Debe ser terrible ser un filete crudo. Ya sabes, estás apiñado con otras jugosas piezas de carne en un lugar frío, dentro de una bolsa de plástico (asqueroso tacto el del plástico humedecido con ese jugo) y de pronto aterrizas en una seudobañera de aceite hirviendo que chisporrotea al soplar, y cambias paulatinamente de color, de textura, de consistencia, para terminar despiezado con frialdad y vilmente aplastado. De hecho, al final no eres sino mierda.
- ¿Eres gilipollas?
- ¿Qué dices?
- Que si eres gilipollas.
- ¿Por qué?
- Porque la gente normal lo único que hace es comerse el filete y punto, no da una disertación en la mesa sobre la metafísica de la carne frita.
- Pero bueno, en fin. Forma parte de mi libertad. Sabes, puedes comerte el filete sin más, y con las mismas implica que vives tu vida sin más. Dejas pasar las oportunidades, los momentos, los segundos ante tus ojos, y se van, los malgastas.
- Eres gilipollas. Porque mientras tú piensas eso al comer un filete es cuando estas malgastando tu vida. Y es que ni te habrás enterado a qué coño sabía. Esta tarde estaba en la plaza mayor comiendome un helado que se derretía. Estaba solo, con los cascos. Tirado como un perro. Veía su cara, la suya, y luego la de todos. Me jodí los pies con las Converse, luego en Anaya me hice el bohemio. Y tú ahí, con el filete. Espero que al menos hayas sacado algo en claro.
- Sí. Que tú puedes ser el próximo filete.
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