domingo, 12 de julio de 2009

Losing touch

Console me in my darkest hour, convince me that the truth is always there. Estas son historias de la historia, de esas que ya han contado muchos antes, de muchas maneras antes, y él no pretende ponerse a contar ninguna otra historia, ni siquiera darle un nuevo punto de vista a la situacion, porque se acabó dando cuenta de que consistía en golpes de suerte que te llevaban de un lado a otro. O más bien de abajo arriba. And tell your friends I'm losing touch. Fill the night with stories, the legend grows.

El día fue una ópera rock en cinco actos bien diferenciados, con personajes compartidos que aparecen en escena con el Do de pecho bien argumentado. Der Wanderer con leche con colacao fría, y la restitución de un favor al honor, y a la honra, una prueba definitiva antes de la Fanta Naranja que nos lleva a las vacaciones. Un abrazo y un autobús para el entreacto patrocinado por promociones estivales de compañías telefónicas generosas.

En la segunda parte, la pequeña tiene una gran resaca después de haberse zarandeado la noche anterior de lado a lado de la calle, pero como se demostrará más tarde no le importa a la hora de censurar ciertas actividades sociales en favor de otras menos, digamos, saludables. Pero se porta, se come la tortilla, y aún le quedan ganas de comidas familiares. Nosotros, a nuestro ritmo de desgaste habitual. Cada vez somos más poli bueno/poli malo.

Los periódicos digitales pueden cambiar tus planes (a mejor), acabar como Charlton Heston en el Planeta de los Simios, descubriendo que todo el tiempo había dado vueltas alrededor del mismo sitio, pero nunca solo. Las orgías de Berlusconi y las nuestras tienen a priori los mismos ingredientes. Una piscina, niñas (in)decentes, algo de alcohol de por medio y actitudes arrogantes.

La cuarta parte arranca en la casa semioscura, semivacía, con duchas de agua fría, con el ánimo a flor de piel, la salida a tanto tiempo oculto, la ilusión de volver, como si no nos hubiéramos ido nunca. Cena para dos, casa semioscura, semivacía, compartir lo que se puede, lo que se debe, lo que se hace. Hay cosas que se deben vivir más de una vez. Entreacto de cerveza rubia de diferente cualidad, contenido y continente. La ciudad se apaga, y nosotros nos encendemos, compañero.

El fin, un delicado crescendo por calles empedradas, jugadas de ménage à trois pesos en el hombro, hasta en los hombros, rebotes al despiste, y un descenso suave pero no interrumpido hasta esto, que no es un disparo, sino un adiós, que nos abre las puertas a un verano. Y ya no estamos, al dar la vuelta.

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