Me gustaba el antiguo formato de las finales europeas, a doble partido. Uno en casa, y el otro en el infierno, si era el de vuelta mucho mejor. Dejabam menos lugar a la suerte, y mucho más al fútbol inteligente. Yo ahora mismo estoy jugando una de las finales más bonitas que recuerdo.
Y no por lo que llevo jugado, sino por lo que queda. No porque esté siendo fácil, sino todo lo contrario. Llegué después de una campaña más que irregular, mermado moral y físicamente. Antes de enterarme donde estaba la bola, ya me habían clavado el primero por la escuadra, y los dos siguientes vinieron rodados hacia el final de la primera parte.
En el segundo periodo me he ido quitando la caraja, y empezando a jugar como a mí me gusta, dando espectáculo, divirtiendome pese a ir cuesta arriba y por detrás en el marcador.Ahora estoy luchando por poner el 2-3 en el electrónico y eso que juego en casa. Pero no es lo más importante. Lo más importante es que antes de acabar el partido en mi cabeza ya estaba planeando la vuelta.
Sólo me vale dejar la portería a cero. Fuera de casa. Me gustan estos partidos, porque son de los que coronan a los grandes. Los que sacan la mayor exigencia: creer.
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