sábado, 13 de noviembre de 2010

Más vino y mujeres

“La española cuando besa, besa de verdad
y por eso te infecciona con cualquier enfermedad”
(Anónimo, retrete Fac. Medicina)

Ya nadie baila pasodobles, y con ello muere algo de nosotros mismos. Todo queda más lejos, se apagan las estrellas, Manolo Escobar se pudre en una residencia de ancianos lamentándose por su carro, del mismo modo que se lamentarían los poligoneros si les robasen el Seat León. Con el pasodoble que ya nadie baila, en las bodas es más jodido pillar con las primas de la novia, es casi imposible conseguir en las verbenas de los pueblos que ninguna de las apuestas campesinas repare en nuestro aguerrido baile tribal, en nuestra indirecta y carnal oferta de un prometedor futuro y un vientre colmado. Qué más dará que ya nadie vaya a los toros en minifalda, si las cachondas de veinte años donde van es a las bibliotecas y allí la música más bailada es el reggaeton de los amantes, donde Julio Romero de Torres es sólo un recuerdo desterrado a las enciclopedias, y las rejas floridas quedan para mear.

Ya nadie baila pasodobles. Brilla el desencanto en las calles de nuestro país. Se puede respirar en el aire acondicionado, en nuestras manos a distancia es palpable este pesimismo natural que se asociaba de forma ineludible al Atlético de Madrid cada lunes de derbi, ese gen natural en el ADN de todos los nacidos al sur de los Pirineos y norte de Torremolinos. Ya nadie baila pasodobles.

La creciente ola de españolía en el mundo universal, ese que se extiende más allá de las fronteras de Zamora y Mordor, la protagonizan esos muchachotes con el escudo patrio sobre su pecho, y atrás queda esa figura de macho estereotípico con el palillo en la boca, el sol y sombra en la mano y el cagüendiós en la punta de la lengua. Las tertulias sobre toros, fútbol y mujeres están en el ocaso de este imperio donde vuelve a no ponerse el sol.

Sin embargo, engañados están todos aquellos que creen que con eso conocen España, por cuanto piensan que nuestra esencia es la del balón, el juego limpio y los genes de belleza casi aria de Piqué y Llorente. Nuestra esencia, de la que reniegan estos ídolos, la esencia que quieren tapar es la del whisky DYC, producto nacional como pocos, la del Seat 600, el bocata de tortilla de patatas, los Ducados Negros, la Derbi y la Bultaco, el clavel en la boca. Pero, ¿cómo va nadie a bailar pasodobles si ellos no lo hacen?

Y claro, todo es mucho más complicado desde entonces. Porque vosotros no lo sabéis pero, sin un pasodoble, ninguno de nosotros estaríamos aquí. Fue con un pasodoble con el que mi abuelo conquistó a mi abuela, con el que Franco conquistó Ceuta, con el que Isabel la Católica conquistó Granada, y con el que Viriato cazó una cierva. El pasodoble va unido a la historia natural de nuestro territorio desde que el hombre de Atapuerca acertó a agradecer a sus deidades la existencia del vino y las mujeres, que por algo son regalo del Señor.

Nadie es consciente de la pérdida que supone para toda nuestra intrahistoria el destierro de los valores preconizados por la copla, rupestre expresión de la emancipación femenina, si ahora la Jurado está a dos metros bajo tierra, cómo nos va a amar, cómo nos va a amar la Pantoja si llora que llora por los rincones de Alcalá Meco. El Fary, Concha Piquer, Rocío Dúrcal, todos se han ido, y nosotros aquí caminando en penumbra. Las cenizas a las cenizas.

Uno a uno caen los mitos, los ídolos con pies de barro, y mi abuela, ahora viuda, se consuela con el doctor Torreiglesias que a través de la pantalla le receta cosas para la tensión, y el salón lo preside una foto donde baila agarrada con mi abuelo, presumiblemente un pasodoble. Ya nadie baila, pero todos siguen subidos al carro pidiendo más vino y más mujeres, y seguro que en su vil hipocresía y negación, son los primeros que se aferran a la amistad cuando al abrirse el Séptimo Sello suenen las primeras notas de Paquito el Chocolatero.

Titi-titi....

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