jueves, 18 de noviembre de 2010

Ardores de agosto

A Guasimara.

La noche de San Juan arde la ciudad, todo mundo debería saberlo, todo dios debería salir a los balcones a guardar silencio, a ver la noche bicolor, la noche siempre es bicolor, pero no siempre tiene humo y fuego como en San Juan. Todo mundo debería saberlo, pero la ciudad estaba vacía, y los suburbios estallaban. Conocí a Guasimara en un lugar común, en otro lugar común, uno de tantos lugares comunes.

Te pareces a alguien. Todo el mundo se parece a alguien. Esta historia habla de todo el mundo y de dos personas en particular. Cada uno tenemos un doble en algún lugar, te contaba mientras detrás me tocabas el cuello y abajo la ciudad ardía, y dentro yo también ardía, y ardíamos, pero sin arder, sin llama y sin fuego y sin ciudad.

Luego nos encontramos en su cama. Yo roto en el pecho y tú rota entre las piernas, tanto que acabamos por descosernos. Fuera arde la ciudad, no lo oyes. Una ventana al amanecer, al amanecer una cama. Vi amanecer y luego, mucho más tarde, vimos amanecer. Podría hablarte de los mecanismos de la memoria, pero nunca escuché nada al respecto, nunca aprendí nada de olvidar, aunque quizá sí lo aprendí pero puede ser que no me acuerde. No se me olvida.

El calor de una ciudad que días después seguía abrasada, y en nuestra espalda estaba estancado el lago que podría apagarlo todo, por eso no nos dábamos la vuelta, y jugábamos al cíclope, y desayunábamos en el balcón al amanecer de las 11 de la mañana. Los lugares comunes, las caras comunes, las historias comunes, y nosotros dos encerrados en alguna parte a la que mucho después nunca he intentado volver por si ya no está, para no pensar más que en un tiempo nada común de una felicidad nada común.

La noche de San Juan arde la ciudad; nadie se ha preguntado qué se hace con las brasas que quedan después. Guasimara y yo las pisamos hasta hacernos ampollas. Ahora que el verano ya se ha ido, confío en el retorno de una primavera, y de un verano, siempre de un verano, siempre de una noche de hogueras. Nadie se ha preguntado de qué están hechas las hogueras, qué se quema en ellas. A lo mejor se queman las preguntas, a lo mejor las respuestas son ceniza. Nosotros ardimos, el resto es historia.

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