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13. "Que la chupen. Que la chupen, que la sigan chupando."
Lo admito. El puzzle se me iba de las manos. Por eso esperaba el viernes como se espera el cruasán a la plancha por la mañana, con el estómago vacío y la boca sabiendo a sueño y babas recalentadas. La épica no es para tíos normales. Yo cuando salí de casa quería dinero y vidas fáciles. Mujeres cada semana, limpiezas dentales dos veces al año. Cuando acabamos con la Central, ya sólo quería un bar que no oliese a mierda. Dos años después, quiero una cama que no se me clave en la espalda. Las cosas cambian, y nunca a mejor.
Cuantas más vueltas le daba, más se me revolvía la barriga. Tengo un doctorado en vómitos, pero ahora no podía echar ni bilis. El suelo del apartamento me odia. Supongo que el casero y las vecinas viejas también. En el espejo salía mejor que en persona. En el espejo era otra persona. Fue entonces cuando lo vi todo mucho más claro. La séptima náusea me hizo vomitar algo que no recordaba haber comido. Empezaba a sentirme bien.
Después de que el cabrón de Alfie cantara, confirmé que tirandome el farol con Rose Black y con Mickey había acertado. Una jugada a favor. Si había al menos dos pollos que querían matarme, había acertado. Dos jugadas a favor. Si dos y dos son cuatro, Joe Lucarno, alias el puto gordo, alias Joe el Gerente, no estaba muerto. Dos y dos son cinco.
En mi pueblo, los muertos no caminan. En mi pueblo, los muertos no sacan su Alfa Romeo del depósito. Pero esto no era mi pueblo, como descubrí la primera tarde. Hemos llegado a un callejón sin salida, y no puedo matar ningún madero para hacer una escalera. El viernes vamos a estar en el Art's Mickey, Rose, Anna la viuda y yo. Baile de máscaras. Mickey se lo huele, y lo tengo a mi favor. Rose ni de coña lo sabe, pero quizá me apoye también. ¿Anna? Ni puta idea. Le conviene la muerte de Joe. Más que a nadie. Joe debía pasta, pero nadie va a por una viuda. Ella heredó un poco de tranquilidad, y un hijo estúpido. Si supiera que su marido está vivo, no pasearía por la calle con calma y gafas.
No fumo y se hace de noche otra vez. Cae otra vez. No fumo. Si lo hiciera, sería una estampa cojonuda. Tampoco tengo una cámara de fotos, ni hay música. Se me ocurren canciones que quedaría bien aquí y ahora. Aquí y ahora, como si todo fuera tan fácil, como si los muertos no caminasen, o los vivos no fueran una pandilla de bastardos en un baile de máscaras. Yo no sé bailar, peguémonos de hostias mañana.
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