viernes, 23 de enero de 2009

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Él estaba en la cola del bus, y se le puso a cinco centímetros de la cara, se levantó el jersey y le mostró la placa y la pistola.
- Documentación, chaval.
Acojonado, le pasó el DNI, que tuvo que recitar. Luego, el otro le hizo un gesto con la cabeza, en ese plan de "vete, y no peques más". No sólo los curas le han hecho daño al país, los maderos también han llenado de mierda las aceras, a base de cargas cuando iban de gris, pero ahora que han cambiado su color siguen teniendo la misma cara de cabrones.

Después vienen todas esas escenas de autocomplacencia, en las que él se dibuja en situaciones diferentes, reaccionando como se supone que debería reaccionar. Se imagina a sí mismo en peleas de bar con los nudillos sangrantes, pero con el corazón batiendo en la jaula de huesos a doscientos. Todas esas cosas pasaban dentro de su cabeza únicamente, pero él le iba poniendo diálogos, personajes nuevos cada dos noches. Años le llevó hacerse a sí mismo, noches al pie del cañón, y demás familia de sacrificios que le hacían dormirse al contacto con la almohada y despertarse al olor de café pasado.

Al final, porque siempre hay un final, la escena que dibuja en su mente pasados los años es la de la cola del autobús que volvía a su ciudad, y ahora es él quien lleva la pipa, y amenaza al pelanas veinteañero, siente cómo el otro siente miedo, se alimenta de ese miedo, y se va a trabajar, a trabajarse, con algo menos en su vida. Pero también en la del otro, esa es su fuerza.

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