Déjame que te cuente una historia, para recordarla cualquiera de las noches que no estés, ni esté yo, y tengamos que darle calor a la almohada con las orejas. Déjame que te diga que me alimento de la memoria que no tengo, que se llama imaginación, que me invento nuestro porvenir en ciudades de noches apretadas entre el naranja del cielo y el negro del asfalto.
No es una historia cualquiera, es la historia de una montaña que se refleja en un solo charco, la del ogro de furias en la madrugada, que rompe vasos al entrar en casa, y revienta las ventanas con la suma de los decibelios silenciados en su mente, pero que se le escapan entre los puños cerrados.
Podría ser una historia de fracaso y destrucción, que es como terminan las buenas películas, los guiones inimitables y las visitas a urgencias en Honda Civic rojo por las calles desiertas, vomitar tardes enteras en quince segundos y cantar una canción que no es ni siquiera de despedida, sino una marcha triunfal de mañanas con niebla hacia el fin del mundo.
Déjame contarte esta historia, no puedo prometerte nada a cambio, nada me he prometido a mí mismo en todo este tiempo, sólo que te tenía que contar una historia y según se va pasando el tiempo se me olvidan los detalles que tenía guardados en mi memoria portátil, fruto de letras inconexas y de frases sobrantes, recortadas de todo lo que nunca tuve ganas de decir, y siempre me callé.
Te contaré esta historia, aunque sea lo último que haga antes de irme.
2 comentarios:
Cada día mejor, Victor! :)
Las mejores historias carecen de detalles.
P.D: "Inenarrable" lo bueno que es el texto.
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