El día que me volví transparente fue terrible. Tan terrible como despertar y tenerme que guiar de mi propiocepción para lavarme la cara y despejarme un poco de la caraja insípida del maldormir de siete horas y media. Luego fue terrible, pero estúpido, cuando traté de afeitarme, y, sinceramente, para qué, si nadie iba a notar mi barba de tres días. El punto bueno era que tampoco nadie iba a notar mis ojeras. De hecho, ¿tenía ojeras? el espejo y yo fuimos incapaces de respondernos.
Valoré seriamente la opción de hacerme superhéroe, aunque la descarté de inmediato porque de una u otra forma nadie me iba a reconocer, y además, si me ponía uniforme perdería toda la gracia hasta rayar el ridículo. En el extremo contrario de la balanza de la justicia tanteé el convertirme en ladrón de guante blanco. Bueno, vale, sin guantes, pero ya sabeis a qué me refiero. Robar, y tal. Más roban esos cabrones de los bancos, y así han dejado el mundo. Pero no, tampoco estaba hecho de esa pasta de Robin Hood, así que me fui al bar de abajo a por un café.
Reflexionando sobre lo de siempre, cómo me verán por ahí, descubrí que podría ser una buena oportunidad para ponerle fin a mi eterno complejo del qué dirán, porque siendo transparente nadie podría verme, ni mucho menos juzgarme. Entonces me surgió la duda de si volverme transparente lo que conseguiría en realidad no sería que todo el mundo pudiera escrutarme sin problemas, que mis pensamientos fueran primera plana, los archivos de la CIA publicados en Google, y eso me llevó a un miedo visceral.
Llamé a mi chica para contarselo, buscando compartir mis temores, que, probablemente, también se podrían leer en rótulos luminosos a través de mi pecho, por aquello de la falta de opacidad. Le conté lo de la transparencia, y tras las movidas materiales, me pasé a las metafísicas y mi miedo a ser descubierto. Fue una verdadera pena no poderla ver cara a cara y tenerme que quedar sólo con su respuesta telefónica, indiferente y un poco airada.
-Nunca en tu puta vida has conseguido engañar a nadie, ni siquiera jugando al póker. No has sabido ocultar un secreto jamás, ni un sentimiento, ni un desliz, ¿y ahora te preocupas por ser transparente? Venga, vuélvete de colores otra vez y vámonos a dar una vuelta.
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