Te he dicho que voy a escribir algo que ni tú ni nadie comprenda, y de pronto me estoy preguntando si es posible entender algo. Nunca quise manchar este blog con palabras que pudiesen implicarme, para eso tengo cuadernos de diferentes tamaños y folios en sucio con caras B como los vinilos de Paul, que tampoco quiso nunca implicarse y por eso acabó tocando con la zurda y en una formación aparte. Cuentan los viejos que hubo una pradera embarrada hace cuarenta años donde hicieron historia, y yo me río en el agua recordando los noches que han ido marcando otra historia que es la mía. Algunas las conoces, otras se irán quedando en algún sitio donde ponga las veces que he perdido la sobriedad, la dignidad, la vergüenza, los amigos, el dinero, las neuronas, los hepatocitos.
Con el paso del tiempo he ido mezclandome a mí mismo de forma que nunca sé si lo que en realidad me hace sentir bien es sentirme incomprendido, la oveja negra para la que van las balas blancas, si es que no soy tan simple y me gustaría tanto ser complicado que cuando todo está resuelto, cuando todo mundo ve el camino en línea recta, yo disfruto de verdad creyendo ver las curvas, y trazando por fuera. Luego me siento al borde de la piscina a leer a Larson como todos los mortales, mientras atardece y oigo a Mark y visto desde fuera podría ser otro estereotipo más, qué coño es eso de escribir tratados sobre la felicidad humana a doble cara. No son horas para una chica respetable como tú, subete a dormir, que yo me bajo andando a casa a ver si me cruzo con alguno por la calle que me diga cómo tengo que hacer para llegar derecho.
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