Tenía tantas ganas de escribirte como de volver a mirar un cuadro de Caravaggio. Porque aunque tú no lo sepas, huyendo de ti me escondí debajo de tu sombra, y desde allí vi pasar la vida de una forma totalmente diferente. Todo oscuro con un rayo de luz como contraste. Esa es la técnica del claroscuro, me dijo un amigo. Y entonces me puse a pensar si no nos habríamos ido ya al claroscuro. Con el color rojo predominando, que para algo es barroco por excelencia.
Y tú y yo queríamos ser barrocos, siempre recargados, siempre con mil cosas a la espalda, y mil colores en la cara, y mil frases para decir, y a la hora de la verdad, llegábamos y nos callábamos escuchando canciones. Y dejé de escribir en el manual que emepecé para olvidarte, porque no sé si quiero olvidarte, o quiero recordarte más fuerte. Más fuerte. Más fuerte, hasta que me hagas daño en los oídos con tu nombre. Y con el mío. Hasta que sienta que no puedo desatarme los zapatos, y me tenga que caer de rodillas, y ahí estés tú, un metro y medio por encima, riéndote.
Entonces sólo podré decir que soy un poco masoquista, que tú no tienes sadismo pero me lo invento para sentirme peor. Que todo sigue tal y como lo dejamos y la vida que hemos tenido cabe en veinte euros de saldo, o de adeudo a Telefónica. Y entonces me desperté preguntándome qué coño tiene que ver Caravaggio con Telefónica. Me habría gustado que la respuesta a esa pregunta fueses tú, pero lo único que se me ocurrió esta mañana, y que se me sigue ocurriendo ahora, es que hemos estado pintando con la técnica del claroscuro. Que mientras teníamos el blanco y el negro por separado, no se nos ocurrió mezclar a ver qué pasaba si yo me ponía encima y tú debajo.
A lo mejor habríamos hecho un buen cuadro.
2 comentarios:
jjajajajajja, al 90% de la gente que lo lea no le hará gracia pero yo llevo media hora partiendome el rabo (uyyy perdón, no quería decir rabo)
Me enriquece ser tu muso
Publicar un comentario